«¿La mejor lección? Que nunca bajemos el listón»

Crean mundos para soñar. Savia nueva en el taller de escenografía de los hermanos Castells.

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OLGA MERINO

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Las hermanas Núria y Marta Castells Comelles (43 y 41 años) trabajan en un lugar que parece un inmenso desván donde urdir aventuras. Se trata de una antigua granja ganadera, en Santa Agnès de Malanyanes, al lado de Cardedeu, donde su padre y su tío, los gemelos Jordi y Josep, han consagrado toda una vida a darle alas a la imaginación. Del atelier de los Castells han salido decorados para las principales compañías de teatro, para series de televisión y películas como El orfanato o El perfume. Ellas, la nueva generación, empiezan ahora a tomar el relevo.

-Una saga, la suya, farandulera.

-Marta: Bueno, llámelo como quiera. También nuestro primo Lluc (hijo de Josep Castells) es escenógrafo y figurinista.

-La tradición viene de lejos.

-M.: Tanto nuestro bisabuelo como nuestro abuelo fueron pintores de paredes.

-Núria: El abuelo, Pepe, era un personaje entrañable. Pequeñito, inquieto... Si lo mareaban, mandaba a quien fuera a hacer puñetas. Tenía sensibilidad artística; hacía cerámica, acuarelas, pintaba telones para los pastorets. Estaba implicado en todas las movidas culturales de Cardedeu.

-Imagino que, de niñas, el ambiente en casa ya sería de puro teatro.

-N.: La cuestión de horarios, fines de semana y vacaciones nunca la tuvimos estructurada. ¿Vacaciones fijas en agosto? Ni hablar. Si salía faena, en casa se trabajaba.

-M.: Adonde iban ellos, íbamos nosotras. De pequeñas, si acudían a entregar un cartel pintado para Comediants o Dagoll Dagom, nos llevaban con ellos y nos quedábamos al ensayo… Lo bueno de este trabajo es que estás en contacto continuo con gente del mundillo teatral. El año pasado, por ejemplo, Lluís Homar estuvo ensayando aquí, en casa, Terra baixa.

-¿Nunca les tentó la faceta de actrices?

-N.: De niñas, jugábamos a montarnos nuestros propios espectáculos; éramos ocho primos y vivíamos en la misma calle del pueblo. Pero nada más que eso.

-El apellido, ¿es trampolín o losa?

-M.: Por una parte, es innegable que te abre las puertas, pero después está el peso de la responsabilidad. Los dos saben muchísimo y han sido buenos maestros.

-¿La mejor lección de los Castells?

-N.: Que nunca bajemos el listón, pase lo que pase. Siempre falta otra capa, suele decir mi padre. Y el amor por el trabajo. Cada encargo es como si comenzaras de cero.

-¿Es un oficio muy de hombres?

-M.: Como en todas las profesiones, lo difícil está en conciliarla con la maternidad. Ambas tenemos hijos, y la logística familiar nos la trampeamos como podemos.

-¿En qué andan enfrascadas ahora?

-N.: Estamos acabando unos telones pintados para un Pinocho, un espectáculo de ballet que ha de hacerse en Hong Kong. Y hemos entregado un fondo marino para la ópera Otello (se estrenó este sábado en el festival de Peralada)

-M.: Cara a septiembre, haremos la escenografía para el musical Molt soroll per no res, de Àngel Llàcer y Manu Guix.

-Lo de la crisis del teatro deben de haberlo oído desde la cuna.

-N.: [se ríe] Sí, claro. Pero hubo unos años en que esto era una locura e íbamos a tope en el taller, haciendo dos y tres proyectos a la vez y con escenografías grandes. Ahora, en cambio, son encargos muy salpicados, para los que previamente hay que haber peleado el presupuesto.

-M.: Somos una empresa familiar y para los picos de faena contratamos carpinteros y pintores… La cultura siempre acaba pagando los platos rotos.

-Y, encima, los recortes.

-N.: Hay una parte política -porque los de arriba no dan valor a la cultura- y otra de profunda crisis económica. Porque, entre un teatro y un hospital, ¿qué haces?

[El Ayuntamiento de Calella exhibe, hasta el 4 de octubre, una muestra sobre la dilatada trayectoria de la factoría Castells en el montaje de escenografías].