Marià Trabal: "Me denunció mi padre por maricón"

Nació en 1927.  Se licenció en Dere-cho, Geografía e Historia. Se casó en 1960 y tiene dos hijas con las que no tiene contacto. Tuvo negocios y, «por decisiones erróneas», se arruinó al separarse. Le gusta leer, el cine, la ópera y el arte. Habla ing

Nació en 1927. Se licenció en Dere-cho, Geografía e Historia. Se casó en 1960 y tiene dos hijas con las que no tiene contacto. Tuvo negocios y, «por decisiones erróneas», se arruinó al separarse. Le gusta leer, el cine, la ópera y el arte. Habla ing

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Estuve casado. Y tengo dos hijas, pero perdí el contacto con ellas cuando me separé hace 20 años. Desde entonces vivo solo y ahora, con casi 88 años, me las apaño como puedo en este piso social. Voy a comprar solo. A la biblioteca solo. Y cocino y limpio solo. Alguna vez me veo con una prima. Pero cuando me operaron de un ojo, quienes me acompañaron fueron voluntarios de la Cruz Roja. No tengo ningún cuidador. Mi pensión de 426 euros apenas da para sobrevivir y, además, temo que venga alguien y no me sienta a gusto. Cuando vea mis pinturas e intuya que soy homosexual, ¿cómo reaccionará? Mucha gente aún piensa que ser gay es una cosa fea, y no podría vivir con eso en mi propia casa. Claro que me gustaría tener pareja, pero ya es tarde para mí: tengo la sensación de que me robaron la vida y que no pude hacer las cosas como habría querido.

La vergüenza y el miedo los recuerdo de siempre. De joven tuve novias, y me parecían dulces, pero siempre me sentí atraído por los chicos. Me esforcé mucho en apartar de mí ese fantasma. Tanto que, con 23 años, trabajando de publicista en un laboratorio, llegué a inyectarme un extracto testicular porque, imagínense, sentía que la homosexualidad superaba en mí a la heterosexualidad. No pensaba que estuviera enfermo, pero tenía miedo a que me descubrieran. Un día, durante el franquismo, la policía me pilló con un chico. Nos siguieron, nos detuvieron, y nos pidieron dinero. Si pagábamos, dijeron, no nos pasaría nada. Y así lo hice: estaba casado y me aterrorizaba que en casa se enterasen.

¿Que por qué me casé? Con 20 años me enamoré platónicamente de un chico con el que aún mantengo el contacto. Luego alterné hombres y mujeres, y finalmente dejé a las chicas de lado. No me decían nada. Pero la presión era asfixiante. «¿Cómo? ¿No tienes novia?», te decían ya a los 19 años. Y empezaba el runrún y el dedo acusador. Creo que mi madre nunca supo nada, pero cuando ella murió, en 1955, mi padre se ensañó. Una vez, en plena calle, me gritó: «¡Camina bien como un hombre!». Mis hermanos se casaron y me quedé en casa con él. Me escribía anónimos y llegó a denunciarme por comunista y maricón. Imagínense: ¡tuve que ir a declarara la policía! Después de eso me fui a vivir con mi hermano, que siempre se ha sentido avergonzado de mi homosexualidad, aunque nunca hayamos hablamos del tema. Y cuando gané una beca para estudiar inglés en Londres, huí.

Allí conocí a mi mujer, una italiana con la que me casé en 1960. Supongo que me pareció el atajo más corto para zanjar las habladurías. Duramos bastante, pero yo, lo reconozco, fui un mal marido. Al principio la cosa fue  bien. Pero luego, lo poco de hombre macho y de jefe de familia que había en mí se acabó. Es la primera vez que lo digo tan claro. Fue un error mío y lo pagué. Hablaba en sueños y mi mujer se dio cuenta de qué pasaba. Me dijo que no lo comprendía, pero que hacía esfuerzos por tolerarlo. Aquello me hundió y nos separamos. Pero entonces ya era tarde para casi todo.

Me fui sin nada. Y me da igual, porque solo quería acabar. Ahora me siento libre, pero nunca hablo de mi sexualidad con parientes o amistades. Ellos ni siquiera se plantean que yo pueda ser homosexual y a veces hacen comentarios despectivos. ¿Qué por qué doy entonces este paso? No sé. Creo que un día me iré, pero que al menos mi voz se quedará aquí y, ojalá, contribuya a limpiar la mentalidad de la gente. H