Gente corriente
María Elba: «Ser rico es hacer lo que te gusta, no tener dinero»
Una mujer libre. Sin estudios ni recursos, ha luchado toda la vida por hacer realidad un deseo irreprimible: ser artista.
Gemma Tramullas
Periodista
GEMMA TRAMULLAS
¿Cuántas mujeres habrán ahogado su irresistible deseo, su don, bajo la presión de las obligaciones cotidianas y de lo que se espera de ellas? Detrás de un catálogo y una pequeña exposición fotográfica sobre los históricos almacenes El Siglo en la Casa Elizalde de Barcelona asoma la historia de una mujer que, armada con una cámara Minolta Himatic-9 [en la foto], huyó de la jaula de género.
-Crecí en un pueblo andaluz y a mediados de los años 60 llegué a Barcelona con el Sevillano [el tren de la inmigración]. Fue horroroso. Mi madre me había puesto una falda blanca de pana monísima y la falda llegó negra porque antes los trenes eran de carbonilla.
-Enseguida entró a trabajar en El Siglo.
-Tenía 16 años y me pusieron en la sección de paraguas y abanicos; me llamaban la Peque. Era la mayor de tres hermanas y fui muy poco al colegio. En El Siglo aprendí a hacer cuentas y allí encontré amigas que años después siguen siendo como hermanas.
-Trabajó siete años en El Siglo y otros siete en Jorba Preciados. Pero su lugar no estaba detrás de un mostrador.
-Trabajaba de nueve de la mañana a nueve de la noche y no salía nunca. «Estoy en una cárcel sin haber hecho nada malo», pensaba. Mi única escapatoria era estudiar, así que me apunté a un curso de fotografía por correspondencia y con mis primeros ahorros me compré una Minolta. Las fotos las hacía en el trabajo, aprovechando la hora de comer.
-Su urgencia creativa se amplió al pincel.
-Yo dibujaba mucho y una compañera de El Siglo me animó a ir a una academia. Más tarde me admitieron en la escuela Massana para estudiar pintura. Al principio solo podía hacer clases nocturnas, pero al final me despedí de Jorba y entré en el aula oberta, que era lo más progre de la época. ¡Ay, qué liberación! ¡Qué felicidad!
-Nunca volvió a estar tras un mostrador.
-No. ¡Quería hacer tantas cosas! Pintar, hacer fotos, esculturas, publicar revistas... Pero de joven no tuve muchas oportunidades. Tenía obligaciones con mis padres y después con mi hijo. Es ahora cuando estoy más libre que nunca. Con mis ahorros he publicado el número 0 de una revista, Pinceladas a la vida, y he abierto mi propio taller para dar clases de dibujo y pintura [contacto: pinceladasalavida67@yahoo.es]. Aquí tiene una tarjeta, por si conoce a alguien.
-[En la tarjeta aparece Dalí con una mujer] Pero si esta es usted... ¡con Dalí!
-Es de una salida que hicimos con la Massana en 1975. Dalí nos pidió que nos vistiéramos con túnicas blancas y nos recibió con Gala en el patio de su casa de Portlligat. Al final nos dio un autógrafo y yo le pedí que me firmara en la túnica. Aún la conservo.
-¿Qué impresión le produjo?
-Me pareció muy majo, supongo que el papel de excéntrico se lo reservaba para vender. Alguien preguntó si le importaba más la obra de arte o el dinero y Gala saltó y dijo: «¡El dinero!». Luego Dalí lo ratificó.
-Con los años ha acumulado mucha obra. ¿Le preocupa no tener reconocimiento?
-Solo me preocupa cuando eso me impide pagar el alquiler. Ser rico es hacer lo que te gusta, no tener dinero. ¿Para qué quiero tener mucho dinero en el banco si luego no puedo hacer lo que me sienta bien?
-¿Qué se puede aprender en su taller que no se aprenda en otro sitio?
-Pues... Supongo que lo mismo.
-Vamos, María, véndase un poquito aunque solo sea por una vez.
-No quiero enseñar a trazar líneas, como en un taller clásico. Me gustaría que las personas pensaran un poquito en lo que les gusta, ayudarlas a expresar lo que llevan dentro. ¡Mi abuela empezó a dibujar a los 90 años y hacía cosas tremendamente modernas! Me interesa más el sentimiento que la raya bien hecha.
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