Gente corriente

María del Carmen Tejero: "En la guerra solo comía trigo, con 104 años como de todo"

Los ojos de Mamaía han visto millones de cambios. 104 años dan para mucho, bueno y malo.

«En la guerra solo comía trigo, con 104 años como de todo»_MEDIA_1

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XAVI CHICA

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En 1911, justo cuando se acababa de construir el Titanic, nació María del Carmen Tejero Retamosa, una entrañable tatarabuela de Santa Coloma de Gramenet que probablemente sea la persona más anciana de este municipio. Vio la luz en una época donde aún no existían ni las fregonas, ni los bolígrafos ni las guerras mundiales llamadas como tal. Un largo trayecto vital equivalente al tiempo que transcurre entre 26 Juegos Olímpicos y que la puso a prueba a diario. Si es verdad que el trabajo dignifica, esta mujer de 104 años puede considerarse un ser dignísimo pues para Mamaía, como la llaman sus familiares, la vida casi nunca fue fácil.

Los ojos de Mamaía han visto millones de cambios. 104 años dan para mucho, bueno y malo

-Mamaía, ¿dónde ha celebrado usted su Nochebuena número 105? En casa de mi hija Juana, en Santa Coloma, con mi nieta Marcela y mi yerno, a todos los quiero igual. Vivo aquí desde hace cinco años. Hace un tiempo me rompí el fémur, me operaron de urgencia y ahora ya no me muevo como antes. Solo salgo un par de veces al año a la residencia Hogares Mundet. Estoy allí un mes y luego vuelvo a casa más espabilada.

-¿Qué recuerda de su pasado más lejano? Madre mía, no hemos pasado ni ná cuando éramos pequeños. Nací en Rute, Córdoba. Tuve nueve hijos, pero cinco de ellos murieron al poco de nacer. Era una cosa normal en la época. Una de mis hijas falleció en el parto y más adelante tuve que enterrar a dos hijos de una semana a otra [Solloza...]. La mala nutrición, las enfermedades, las diarreas... Era una época muy dura. Nosotros teníamos el pueblo de Rute a seis kilómetros y había que ir allí a por leche para mis hijos. No había nada más.

-Usted se vio obligada a trabajar desde muy pequeña. Con 9 años yo ya era huérfana de padre y madre. Mi padre falleció en un accidente laboral en la cantera y mi madre, tras su muerte, dejó de comer y acabó falleciendo también. Oiga, le puedo contar mi historia pero no sé si habrá tiempo porque es muy larga…

-Siga, siga, ¡por favor! Justo al quedar huérfana empecé a trabajar haciendo capachos para el aceite. Me pagaban tres reales por un capacho que tardaba tres días en hacer. No me gustaba ese trabajo porque me picaban los dedos. Más adelante la cosa se enmendó un poco, mi familia empezó a trabajar en un cortijo de un notario de Málaga donde mi marido era el capataz. Yo tenía que preparar la comida para 40 o 50 recolectores, pero allí nunca me pagaron un sueldo.

-¿Cómo sobrellevó la guerra? Pasaba mucha hambre y nunca comía carne. Creo que no empecé a comer carne hasta los 70 años. Pescado, tampoco. En la guerra solo comía trigo, lo echaba en agua por la noche y al día siguiente le quitaba la cáscara y me lo comía. Ahora, con 104 años, como de todo, triturado eso sí, salvo el arroz de pescado, que me lo como sin triturar.

-Pero habrá habido buenos momentos también, ¿verdad? Uno de los mejores fue en el restaurante de Santa Coloma Ca N'Armengol. Cuando cumplí 100 años, vinieron mis otros hijos y les dije que les invitaba a comer. Pero me dieron una sorpresa. Al llegar al salón vi que toda mi familia también estaba allí, nietos, biznietos... ¡No llevaba dinero para pagar la comida de tanta gente! Verles me dio media vida, estaba encantada.

-Me da la impresión de que tiene la memoria muy fresca. Recuerdo hace muchos años cuando mi hijo José, muy guasón él, me metió una olla en la cabeza para gastarme una broma. La olla quedó atrancada con mi moño y no había forma de sacarla. Me desesperé tanto que casi tuve que ir a Rute subida en un mulo y con la olla en la cabeza. Al final, por suerte, salió.