Gente corriente

Maria del Carme Cano: «No recuerdo un solo día feliz en mi infancia»

Durante 67 años vivió (o sobrevivió) sin conocer otros orígenes que la humillación.

«No recuerdo un solo día feliz en mi infancia»

«No recuerdo un solo día feliz en mi infancia» / periodico

NÚRIA NAVARRO

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La imagen que sostiene Maria del Carme Cano (Reus, 1936) es el retrato de sus padres. Tenía 67 años cuando esa foto llegó a sus manos. Hasta entonces, desconocía sus rostros y le sangraba el recuerdo de una infancia emponzoñada. Fue su hija, Carmen, quien tomó cartas en el asunto. Rastreó en la red y la acompañó en una expedición al pasado. Doloroso, pero enteramente suyo.

-Me quedé huérfana a los 3 años.Mi madre murió de tuberculosis con 32 y, seis meses después, mi padre falleció a causa de una insuficiencia renal. Mi hermano, tres años mayor que yo, tenía las piernas destrozadas tras un parto de nalgas y estaba hospitalizado en el Sant Joan de Déu de Calafell.

-¿Se quedó sola?

-Me quedé con mi tía materna, su marido, sus dos hijos y mi abuela.

-Y empezó su infierno.

-[Se le corta la voz].

-No hay prisa.

-No recuerdo un solo día feliz en mi infancia. Nada más tristeza y miedo. Mi tía era empleada de la Pirotecnia Espinós de Reus. Se iba por la mañana y regresaba ya de noche. Sus hijos también trabajaban. En casa se quedaban la abuela y... el tío. Le gustaba beber. Incluso me mandaban a los bares a buscarle.

-¿La maltrataba?

-Sí. Me ponía el plato de comida del revés y decía: «Lástima de comida la que comes» o «tendrías que haberte ido antes que tus padres».

-No se limitó a eso, ¿verdad?

-[...] El abuso físico empezó cuando yo tenía 7 años. Solo era una criatura.

-¿No se lo contó a nadie?

-Mi abuela, pobrecita, intentaba taparme como podía, pero ella también recibía. Y mi tía, si lo sabía, no decía nada. Yo solo escapaba tanto como podía, pero era mucho peor. Me ponía el ojo morado. A los 17 años busqué a escondidas una casa donde servir, fui juntando ropa y les comuniqué que me iba el mismo día. Echaron a mi hermano de la casa y mi tío dijo muchas barbaridades y me siguió hasta donde estaba empleada.

-¡Había aguantado 10 años!

-Diez años en los que nunca me contaron nada de mis padres, o me contaron mentiras: que si mi madre murió de parto, que si mi padre se emborrachaba tras fallecer su esposa. Crecí como una planta, intentando no hacer nada mal para que nadie pudiera decir nada sobre mí. Empecé a conocer mi historia a los 67 años, gracias a mi hija.

-Le dijo que no quería morir sin conocer la cara de sus padres.

-Sí. Carmen contactó en Reus con la nieta de mi tío. Ella guardaba una caja de metal con fotos de gente que no conocía. La primera que saqué de aquella caja fue la de mis padres. La segunda, una de mi comunión.

-Emocionante.

-¡Mucho! Mi hija buscó partidas de defunción y de nacimiento, y supe que mi padre, picapedrero, de Arbolea [Almería], me registró como María Isabel República. Es evidente que era muy rojo y sospecho que eso, en plena guerra civil, ocasionó problemas entre mi madre y su hermana. Más tarde encontramos familia en Zurgena, el pueblo de mi madre. Y aún debo de tener parientes en Reus que no conozco.

-¿Al tío horrible le volvió a ver?

-Una vez. Al fallecer mi abuela. No me dejaba verla y le planté cara. Él murió en los años 60. Sigo evitando la calle del cementerio que pasa por delante de su tumba.

-¿Logró sentirse amada?

-No mucho. Yo sí he amado. Conocí a mi marido a los 14 años y cuando me casé con él se me abrió el cielo. Fui feliz los primeros 20 años... Pero esa es otra historia.