Gente corriente

Margarita G. O'Meany: "Los centros de expulsión funcionan como cárceles"

Coordinadora del equipo de Migra Studium que visita a los internos del CIE de Zona Franca.

«Los centros de expulsión funcionan como cárceles»_MEDIA_1

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OLGA MERINO

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Unos 1.500 foráneos pasaron por el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Zona Franca en el 2013. Se trata de personas que residen de forma irregular en España y permanecen allí hasta 60 días, tras los cuales son puestos en libertad si no han podido ser expulsados. Margarita García O'Meany (El Salvador, 1960), como voluntaria del servicio jesuita a los migrantes, conoce a fondo los entresijos de un sistema acusado de opacidad y vulneración de derechos.

-Tuve una relación muy estrecha con Ignacio Ellacuría y los otros cinco jesuitas asesinados por los militares en la Universidad Centroamericana de San Salvador en 1989... Su pérdida es un desgarro que aún me duele. De alguna manera, mi trabajo como voluntaria lo considero como una continuidad de lo que aprendí con ellos.

-¿Cómo funciona el voluntariado?

-Somos un equipo de 12 personas con una misión constante de atención directa a los internos; los asesoramos jurídicamente y los ponemos en contacto con la familia cuando la persona viene derivada de otros centros. El de Zona Franca es el único CIE en Catalunya, y esperamos que no se abran más.

-¿Con qué frecuencia pueden visitarlos?

-Se podría a diario, pero lo habitual es una vez por semana. Cada voluntario tiene asignados de dos a tres internos, y les hacen un seguimiento mientras estén en el CIE.

-¿Visitas de cuánto?

-Va a días. Diez minutos, 20 o media hora… Últimamente nos están dejando un poco más de tiempo, pero seguimos teniendo dificultades de comunicación. Muchos de los internos desconocen el idioma y hemos de buscar traductores, aunque el centro está obligado a facilitarlos. Los hay de origen sirio, que serían susceptibles de recibir asilo.

-Y la charla es a través de una reja.

-Esta es una de las mejoras que ha habido en lo que llevamos de año. La mampara, que obligaba a conversar por teléfono, ha desaparecido; ahora el diálogo se produce sentados a una mesa. Con presencia policial constante, por seguridad.

-¿Comida? ¿Cigarrillos?

-No se permite comida, pero sí tabaco previa inspección. Se supone que el CIE solo priva de libertad a la persona porque está a la espera de que se valore la tramitación de una orden de expulsión. Pero, a la hora de la verdad, funcionan como cárceles.

-¿Tienen carencias?

-Dificultades para acceder a papel, bolígrafo y artículos de higiene. La vida en el CIE se caracteriza por el miedo, el desconcierto, la confusión, la desesperanza; para los internos y sus familias supone perder en pocas horas su forma de vida y encontrarse sin nada a la espera de que alguien, un juez, decida el futuro de sus vidas.

-¿Cuál es el prototipo de interno?

-El mayoritario es el que ingresa por una falta administrativa al carecer de permiso de residencia; eso no significa que no lo haya tenido. Por la crisis, muchos no han podido acreditar que tengan un contrato. Se está abusando del internamiento.

-Ya.

-Muchas personas no son expulsables porque tienen arraigo familiar con hijos a su cargo; se les podría haber aplicado otro tipo de medida, como una multa. También nos encontramos con muchos jóvenes que llegaron siendo menores, estuvieron tutelados por el Estado y nunca obtuvieron un empleo tras alcanzar la mayoría de edad. Hemos detectado incluso a menores.

-¿Su segundo apellido, O'Meany?

-Mi bisabuela era irlandesa y fue a parar a El Salvador. Tengo parientes que han pasado a EEUU y yo misma estoy aquí. Vengo, pues, de una trayectoria familiar de migraciones; mi madre dice que es un accidente geográfico el lugar donde naces.