Gente corriente

Marga Pérez: "¡Incluso las enfermeras se sentaban a escucharme leer!"

Lectora a domicilio. Lleva dos años de voluntariado leyendo en voz alta a un grupo de ancianos.

«¡Incluso las enfermeras se sentaban a escucharme leer!»_MEDIA_1

«¡Incluso las enfermeras se sentaban a escucharme leer!»_MEDIA_1

GEMMA TRAMULLAS

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En el 2007, cuando aún no lo llamaban crisis, la empresa de informática donde Marga trabajaba cerró y sus padres enfermaron. Los empleos precarios que le ofrecían no le alcanzaban para contratar a una cuidadora y decidió dejar de buscar trabajo y concentrarse en atender a sus padres. Aquella elección le permitió ganar tiempo y descubrir la riqueza del contacto humano a través de la lectura.

-¿Había leído antes en voz alta?

-¿Yo? Jamás en la vida. Cuando en el colegio  nos hacían leer en voz alta me escondía debajo de la mesa para que no me tocara a mí. Me daba muchísima vergüenza.

-Pero le habrá contado cuentos a su hija…

-Pues no lo recuerdo, porque mi hija tiene ya 21 años, pero diría que no. Cuando trabajas y tienes niños pequeños llegas casa y vas a piñón fijo: baño, cena y a la cama. Parece que nunca tengas tiempo de dedicarte a los tuyos. Es curioso... y triste, pero casi estás más pendiente de los de fuera que de los de casa.

-¿Cómo se enteró de que existía un voluntariado de lectura a domicilio?

-Por pura casualidad. Estaba esperando una visita médica en el CAP cuando leí en una pantalla que la biblioteca Sagrada Família, de la que soy usuaria, ofrecía este servicio. '¡Qué bonito!', pensé.

-Lo es.

-Enseguida fui a apuntarme. Allí me enteré de que en las bibliotecas existen varios tipos de voluntariado y me apunté al de lectura a domicilio y al club de deberes, que consiste en ayudar a niños de primaria que necesitan refuerzo escolar. Una día a la semana iba a leer a una residencia de personas mayores y otro día ayudaba a los niños o jugaba con ellos si habían terminado sus tareas. Este año mi hija también se ha apuntado a hacer de voluntaria en el club de deberes.

-Usted no estaba acostumbrada a leer en voz alta. ¿Qué tal la experiencia?

-Emocionalmente es muy enriquecedor, un subidón de autoestima total. Es curioso porque haces esto pensando que vas a ayudar a alguien y al final eres tú la que sales con el ánimo subido. No podía creer que aquellas personas me estuvieran escuchando a mí y que me esperaran con tantas ganas. «Mira, ya está aquí la bibliotecaria», decían al verme entrar cada semana.

-¿Qué les leía?

-No es cuestión de ponerte a leer una novela larga, porque la mayoría no te seguiría. Les leía cuentos, relatos cortos, pero sobre todo cosas que a ellos les sonaran un poquito y les llamaran la atención. En casa tenía un libro titulado Historias de la historia de Barcelona, de Dani Cortijo, y como todos habían nacido aquí pensé que les podría gustar escuchar cosas sobre sus barrios y que se animarían a participar.

-¿Funcionó su plan?

-¡Y tanto que funcionó! Sobre todo un texto sobre tradiciones escatalógicas, que nos dio juego durante varias semanas. Que si el caganer, que si el cagatió...  Fue muy divertido. ¡Incluso las auxiliares y las enfermeras se sentaban a escucharme leer! Me lo he pasado muy bien porque he podido leer lo que a mí me gusta. No sé si habría tanto feeling en el caso de que alguien te pida que le leas algo que a ti no te interesa.

-¿En su familia había tradición de voluntariado?

-¡Qué va! Yo nunca he pertenecido a ninguna asociación y lo he descubierto ahora. El voluntariado no es algo para hacer simplemente porque te sobra el tiempo, tienes que hacerlo porque deseas que el otro lo pase bien haciendo algo que tú también disfrutas. Tiene que ser una actividad gratificante para las dos partes, porque si no es así acaba siendo una obligación peor que la de ir a trabajar que, por lo menos, te compensa económicamente.