MOVIMIENTO DE CONCIENCIACIÓN CIUDADANA

El éxito desborda a las asociaciones francesas que surten de productos locales biológicos a los urbanitas

En París hay mas de 5.000 clientes en listas de espera

La canasta semanal  Nathalie Escribe, en la Amap de Villejuif.

La canasta semanal Nathalie Escribe, en la Amap de Villejuif.

ELIANNE ROS
PARÍS

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Nathalie Escribe no se considera una ecologista. En su casa de Villejuif, núcleo popular de la periferia parisina, ni se consume biológico a toda costa ni se recicla apenas la basura. Pero sí hay un gesto que esta madre de familia realiza por el planeta. Desde hace un año, forma parte de una tribu urbana en expansión: los consumidores de frutas y verduras cultivados por pequeños productores de la zona sin forzar las leyes de la naturaleza.

En la región de París, las 120 asociaciones que impulsan una nueva forma de consumo facilitando el contacto directo con los campesinos locales, llamadas Amap, son víctimas de su propio éxito. La lista de espera para integrarlas supera las 5.000 personas.

"Nunca me había fijado antes en si compraba un producto de temporada o no", reconoce Escribe. Canasta en mano, cada semana acude a un local municipal donde su campesino --que según las normas no puede recorrer una distancia superior a 50 kilómetros-- trae las hortalizas recién recolectadas.

Los miembros de la Amap de Villejuif han comprado su cosecha anual. A cambio, él provee la despensa una vez a la semana por la módica suma de 17 euros con los frutos que ofrece la tierra en cada época del año. Y sin pesticidas.

"En invierno la oferta no es muy variada pero en primavera y verano queda compensada: tenemos fresas, lechugas y hasta cinco o seis clases diferentes de tomates", explica Escribe, que esta semana tiene derecho a 2 kilos de patatas, uno de zanahorias, uno de cebollas, medio kilo de espinacas, de remolacha y de espárragos, unos puerros, un manojo de rábanos y uno de perejil. El lote incluye una receta para cocinar las verduras.

"Económicamente es rentable, habida cuenta de los precios de los productos biológicos en las grandes superficies", razona esta madre de dos estudiantes universitarios. ¿Los inconvenientes? "Aparte de las patatas, que siempre hay, nunca sabes qué habrá", dice. Como contrapartida, ha entrado en contacto con un mundo que ignoraba. "He aprendido muchas cosas, como que en el norte de Francia no hay tomates ni pimientos todo el año, pero existen variedades que desconocía, como la aguaturma", explica.

Un acto militante

Aunque su perfil no sea el de una activista del medioambiente, Escribe admite que la iniciativa de adherirse a la Amap es un "acto militante". Además de comer más sano, le sedujo la idea de "apoyar a los campesinos locales". Como muchos otros consumidores, a partir de ahí se fue interesando por el entorno.

"El trabajo de las Amaps es mucho más efectivo que una campaña de Greenpeace", sostiene Catherine Casel, militante ecologista y fundadora del movimiento. "Esto no es hacer una donación para luego desentenderse, aquí la gente se implica, hay un orgullo", dice en calidad de vicepresidenta de la asociación.

Según Casel, la mayoría de los integrantes de las Amaps son familias medias que se interesan por la protección del medio ambiente, de una forma más o menos vaga. Sin embargo, "cuando descubren el sabor que tienen las judías que no han tenido que viajar 2.000 kilómetros, y el lugar donde han crecido, empiezan a abrazar la ecología y a comprar en las tiendas bio", argumenta.

Sondeo revelador

De hecho, en Francia, el terreno está bastante abonado. Según una reciente encuesta realizada por Ifop, el 76% de los ciudadanos da prioridad a los productos respetuosos con el medio ambiente, incluso si son un poco más caros. Pese a la crisis, los franceses prefieren consumir de forma "más responsable". Otro dato revelador de esta tendencia radica en la afluencia al Salon Planète, dedicado a los productos verdes. Con 35.000 visitantes, la feria ha duplicado el público del año pasado.

Y las Amaps están totalmente desbordadas. "La demanda de productos locales es superior a la producción. En la región de París falta terreno cultivable. Hemos puesto en marcha una escuela de agricultores para pequeñas explotaciones y presionamos a los Ayuntamientos para crear nuevas parcelas", explica Casel. Cada vez más activos, los consumidores de productos locales rechazan la "agricultura intensiva", así como consumir alimentos "que, aunque tengan etiqueta biológica, proceden del otro lado del mundo". Desde que sabe el carburante que precisan para su transporte, Nathalie los evita. "Ya no se me ocurrirá comprar fresas en invierno".