Hipotecas y agujeros en Madrid

Los premiados con el Gordo celebran su suerte con los loteros, que regentan la administración afortunada desde hace unos pocos meses

Los loteros de la administración del Paseo de la Esperanza, en Madrid, celebran el Gordo.

Los loteros de la administración del Paseo de la Esperanza, en Madrid, celebran el Gordo. / periodico

OLGA PEREDA / MADRID

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Marian López, de 37 años, escuchó por la radio el número afortunado. Al escuchar que acaba en 13, empezó a ponerse nerviosa. Todos los años su madre y sus hermanas compran décimos con esa terminación. A su padre, fallecido hace 5 años, le encantaba y ellas han seguido la tradición. Al comprobar su décimo, soltó un grito, salió de su oficina y fue a casa de su madre. Embarazada de un niño, Marian miró a su madre y se sintió “dentro del anuncio de la Lotería de Navidad”. Las tres han querido acercarse a la administración que se ha llevado todo el Gordo, la del paseo de la Esperanza, 4, cerca del Estadio del Manzanares. Cientos de vecinos y curiosos se han acercado a la oficina para brindar por el 66.513 y contagiar su alegría. 

Como Elena Ferreira, de 42 años. “Me lo merecía, he sufrido mucho”, comenta. Y tanto. Confiesa que lleva muchos años en paro (su marido acaba de encontrar trabajo) así que si no hubiera sido por sus padres y por sus amigos más íntimos no sabe cómo hubiera sacado adelante a sus dos hijos. Solo tiene un décimo. Una vez salde la hipoteca y tape "unos agujeros", lo piensa repartir con todos los que le echaron una mano en los malos tiempos. A su lado, María Ángeles también hacía planes para los 325.000 (cada décimo del Gordo está premiado con 400.000 euros, pero hay que contar el pellizco de Hacienda) que le acaban de tocar. “Pagar el máster y el coche de mi hija”, afirma la afortunada, que también ha sufrido las cornadas del paro. “He estado 15 años sin trabajo, pero después monté una frutería y hemos podido salir adelante después de tanto tiempo ahogados”.

EMPLEADOS DE BANCA

Entre el enjambre de afortunados, vecinos, curiosos y periodistas también estaban empleados de entidades bancarias, que reparten sus tarjetas para cazar nuevos y millonarios clientes. “Me siento como un buitre”, confiesa una empleada que siente algo de vergüenza a la ahora de acercarse a los premiados. Más descarado es el trabajador de una marca de coches que asume sin problemas su faena del día: convencer a los afortunados de que necesitan un vehículo a la altura de su nueva condición.