Lídia Chalaux: «La brujería es política, te obliga a posicionarte»

Una bruja del siglo XXI. De la mano de esta joven historiadora, la brujería deja atrás el frikismo para ingresar en el activismo.

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GEMMA TRAMULLAS

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En la misma plaza del Rei donde hace casi 500 años la inquisición quemó a la primera bruja, Lídia pasea con sus tatuajes de divinidades y sus colgantes de ámbar y labradorita sin temor a ser señalada como practicante de la magia. Esta historiadora es profesora de brujería tradicional y chamanismo en la escuela Mariló Casals, que a partir del lunes celebra una semana de puertas abiertas.

-¡Incluso tiene una verruga!

-[ríe] Una pequeña junto a la boca, sí... La figura de la bruja, esa mujer sabia que se comunicaba con los espíritus y velaba por la comunidad, se ha degradado hasta la imagen de la vieja con verrugas de los cuentos.

-Entonces, ¿no vuelan ni adoran al diablo?

-Las brujas no vuelan montadas en una escoba ni adoran al diablo, pero sí que tienen la capacidad de hacer el vuelo del espíritu.

-¿Y eso qué es?

-Mediante el control de la respiración o ciertos sonidos alteras tu conciencia de manera que puedes ver lo que normalmente no se ve. Es como si mi cuerpo se quedara aquí y yo me moviera a otros lugares donde me reúno con espíritus guías para consultarles. Suena raro, pero cuando lo vives no lo es tanto.

-¿Qué les consulta?

-Se les pide ayuda para alguien que está enfermo o herramientas para mejorar una situación vital. La brujería no es un conjuro contra la mala suerte, no es la Bruja Lola de la tele, ni las señoras que te levantan 3.000 euros para sacarte una supuesta maldición. La brujería es un sistema de vida para mantener una higiene física y psíquica.

-¿Cómo ingresó en este submundo?

-A los 8 años tuve una experiencia traumática. Mis padres tenían una casa cerca de Montserrat y se desató un incendio bestial. Una ola de fuego vino hacia nosotros y cuando pasó oí cómo la tierra aullaba de dolor. Aquel día tuve la sensación de que todo está vivo y conectado y de que hay una realidad invisible a los ojos.

-En vez de leer la revista Superpop, se pasó la adolescencia devorando mitología.

-Era una fijación. Hasta que cayó en mis manos el libro Magia natural, de Marina Medici, que es muy, muy, muy básico, pero me sirvió para confirmar que lo que yo sentía existía y había gente que lo practicaba.

-También es licenciada en Historia.

-Necesitaba el contrapunto histórico y profundizar en la etapa medieval, donde florecieron muchas cosas. Pero lo que me interesaba no era lo que hacían o dejaban de hacer los reyes sino las asignaturas de espiritualidad femenina y vida cotidiana.

-Se ha publicado que Jordi Pujol consultaba a una vidente. ¿Le sorprende?

-Me sorprendería que no fuera verdad. Reyes, generales, incluso el propio Napoleón, consultaban astrólogos y videntes para saber qué época era más propicia para realizar sus objetivos. Ahora venimos de una gran cruz cósmica, que es un momento en que se mueven todos los cimientos, y hemos tenido tres superlunas seguidas. Es un momento propicio para las revoluciones.

-En la montaña de Montserrat cada vez se celebran más rituales paganos.

-La gente necesita recuperar el contacto con la naturaleza y Montserrat es una montaña sagrada. Si estas ceremonias se hacen para atraer buenas energías está bien, pero lo que hace falta es un cambio profundo de mentalidad, ya no se puede sostener tanta injusticia. Hacen falta rituales más de fondo para cambiar estructuras, romper cimientos y dejar espacio para construir nuevas cosas que beneficien al pueblo.

-¿Ahora las brujas quieren hacer política?

-La brujería también es política, porque te obliga a posicionarte. Es un camino de conocimiento, responsabilidad y contacto a fondo con la naturaleza. ¿Eso es raro?