Reserva natural amenazada

Las Tablas de Daimiel agonizan tras décadas de degradación

MARÍA JESÚS IBÁÑEZ
DAIMIEL / ENVIADA ESPECIAL

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El olor a humo es aún intenso. Junto al viejo molino de Molemocho, a orillas del río Guadiana SEnDo mejor, de lo que debió de ser el río Guadiana y que ahora es poco más que un barranco poblado de maleza–, hay restos recientes de vegetación calcinada. La mañana es fría. No muy lejos se distingue todavía una fumarola, una columna de humo que nace directamente del suelo. Triste estampa para quien llega por primera vez al parque nacional de las Tablas de Daimiel (Ciudad Real), uno de los 38 espacios que la Unesco reconoce en España como Reserva de la Biosfera.

«A finales de septiembre hubo un fuego. Dicen que lo provocó un incendio subterráneo que avanza por debajo de la tierra y que está ardiendo desde agosto», explica Germán Cañadilla, un lugareño de figura sanchopancesca, con sonrisa desdentada y generosa barriga. El hombre, de 51 años, recuerda los tiempos en que, en ese mismo lugar ahora ceniciento, el Guadiana «era un río anchísimo». Y extiende los brazos en cruz. Tanto como le permite su cuerpo rechoncho.

CARBÓN BAJO EL SUELO / El subsuelo de las Tablas de Daimiel se quema. «Es extraño, ¿verdad?», inquiere Cañadilla. «El substrato de turbas que hay bajo el parque nacional –y también bajo el antiguo cauce del Guadiana, situado a las puertas del parque– se ha secado, después de años y años de extracción continuada de agua. Ahora, esas turberas, que son de hecho carbón vegetal, han entrado en un proceso de combustión», aclara José Manuel Hernández, miembro del patronato que gestiona el espacio natural y representante de Ecologistas en Acción en Daimiel.

De barba poblada y conversación pausada, Hernández afirma que los especialistas desconocen cuándo se declaró el incendio –hablan de un proceso de autocombustión– y cuál es la superficie quemada. Estiman, eso sí, que en algunos lugares las turbas alcanzan una profundidad de hasta cuatro metros. El ecologista rememora un incendio similar al de ahora, ocurrido en 1988. «En los puntos donde queman las turberas, el subsuelo pierde consistencia y, al pisar sobre él una persona, esta se hunde…» Hace 21 años, varios paseantes cayeron en alguna sima y «sufrieron quemaduras», relata. Esta vez, que se sepa, no se ha producido ningún incidente grave.

El incendio subterráneo ha sido la gota que ha colmado el vaso, el episodio que ha hecho ver a la opinión pública española y de media Europa la delicada situación del parque nacional, para algunos «inmerso en un proceso irreversible». De las 1.928 hectáreas oficiales de las Tablas de Daimiel, actualmente solo hay poco más de 15 hectáreas inundadas. Y lo están porque «desde hace 7 u 8 años estamos bombeando agua del subsuelo». «Si no fuera así, no tendríamos ni eso», señalan los guardas del espacio.

POZOS SIN CONTROL / La que fue la gran reserva húmeda del centro de España, una marisma de una riqueza faunística de primer orden, distinguida por organismos internacionales, ha sucumbido a más de tres décadas de perforación de pozos. Desde 1956, cuando una ley franquista permitió desecar estas tierras para convertirlas en cultivos, han proliferado las captaciones de aguas subterráneas con las que los propietarios de Ciudad Real han podido regar viñedos y olivos –cultivos tradicionales en la zona–, pero también maizales y plantaciones de remolacha, cebollas, sandías y melones. Algunos de estos pozos –se habla de centenares de miles, pero nadie es capaz de precisar la cifra– son legales, están controlados y autorizados. Otros, no.

Para los ecologistas, solo hay una solución: impedir que se siga captando agua y dejar que el conocido como acuífero 23 –el que abastece a las Tablas, los Ojos del Guadiana y, en global, a la Reserva de la Biosfera de La Mancha Húmeda– recupere sus caudales.

«Entre todos lo hemos esquilmado», admite el alcalde de Daimiel, José Díaz del Campo. En su despacho del ayuntamiento, el edil, consciente de que «hay que poner orden de una vez en todo esto», apuesta por una solución distinta a la drástica propuesta de los verdes. Para atajar el incendio subterráneo, habría que volver a inundar las tablas con un trasvase desde el Tajo. De hecho, recuerda Díaz del Campo, existe ya una infraestructura construida en muchos tramos.

El alcalde, con todo, no se da por satisfecho con esta solución de emergencia, que el martes oficializará el Ministerio de Medio Ambiente y que podría estar lista en enero. No, el ayuntamiento exige que se garantice una aportación para las Tablas de «entre 8 y 10 hectómetros cúbicos de agua anuales». Aunque eso no guste a algunos.