HACIA UNA SOCIEDAD MÁS INJUSTA

Las cicatrices de la crisis

TONI SUST

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En el séptimo año de la crisis, hay dos visiones posibles: la de que un día la economía mejorará y todos volveremos a vivir como en el 2006, y la de que nada será ya lo mismo. Los expertos se apuntan a la segunda opción y enumeran cicatrices que quedarán en la sociedad y que ya se están formando. Auguran una sociedad dual, con un tercio de la población derrumbada en la precariedad, en la que la atención universal será un mito del pasado, con una importante parte que envejecerá sin pensión de jubilación y no conocerá de nuevo la prosperidad que vivió en la infancia. Se consolidará así el precariado, formado por gente de la que no se esperará ni que esté en posición de consumir. Muchos serán pobres pese a trabajar y cobrar por ello: ya le sucede al 10%.

«Los grandes efectos de la crisis están por llegar y se dejarán sentir en los años de la recuperación. Son las cicatrices de la crisis», afirma el sociólogo y profesor de la Universidad de Zaragoza Pau Marí-Klose, que advierte de que aunque a primera vista parece que se está transformando el Estado del bienestar, lo que cambia es el mercado laboral. «La desigualdad llegó para quedarse. Vamos hacia la sociedad de los dos tercios. Estamos dejando atrás a un tercio. Lo estamos olvidando». En cuanto a la España del bienestar, recuerda que la sanidad ya no es universal.

También el sociólogo y politólogo Albert Sales, profesor de la UPF, subraya los efectos temibles propios de esta etapa: «En crisis anteriores, pagaban el pato las mujeres y los jóvenes. Se mantenía un núcleo de trabajadores más o menos estables: los breadwinners». Los que traen el pan a casa. «Entonces la mujer tenía un trabajo complementario. Pero esta crisis ha arrasado con todo. Esos trabajadores que nunca perdían el trabajo, conocidos como los insiders (por ejemplo, trabajadores de grandes empresas), lo pierden, y pierden el significado de su vida», prosigue Sales, que define cómo están las cosas en muchos hogares en crisis: «Un hombre en paro y una mujer que tiene trabajos parciales que antes desempeñaban inmigrantes».

Marí-Klose subraya que la situación de ese hombre desconcertado eleva el riesgo de maltrato a la mujer. Además, recuerda que se trata de una situación que a principios de los 80 destruyó la familia afroamericana y dio paso a la monoparental madre-hijos en las grandes ciudades de EEUU: «El hombre se quedó sin trabajo y ya nada se esperó de él». El sociólogo tiene la mirada puesta en el colectivo que cree que peor futuro tiene: «A la gente le preguntas a quién hay que ayudar más y dice que a los viejos. Y muchos piensan que la crisis es lo que vive la gente de 45 a 50 años. Pero lo peor es lo de los que tienen entre 18 y 34 años». Como muestra, cita los datos de ocupación (gráfico adjunto) que plasma la caída de esta franja de edad, tan pronunciada como el camino al abismo: «Es una generación que no acumulará derechos ni condiciones para tenerlos. Que tendrá una carrera laboral precaria, intermitente». Un grupo que nutrirá la nueva clase social, el precariado, del que Marí-Klose dice: «Se define por la inseguridad».

EMPLEOS QUE NO VOLVERÁN / A Sales todo lo que sucede no le parece casual: cree que con los recortes se reconfigura el mercado laboral bajando salarios y la oferta del pasado no se podrá igualar: «Si volvemos a generar crecimiento económico eso no garantizará bienestar. No se crearán puestos de trabajo que asuman a todos aquellos que lo han perdido. Aquí no volveremos a ver en la vida un crecimiento anual del 6%».

En cuanto a las vías de solución, el profesor de Sociología de la UPF Sebastià Sarasa llama a imitar economías basadas en la exportación para salir adelante. Cree que «la escasa cualificación de un segmento de la fuerza de trabajo» es una de las causas de pobreza. Sales también cita esta vía, pero ve imprescindibles sectores activos en España que lo permitan, que en su opinión no existen.

¿Qué es ser pobre? Es una pregunta con una respuesta compleja. Desde luego, dicen los consultados, no vale con echar mano de un indicador de renta, como hace el Gobierno de Artur Mas para afirmar que en Catalunya había un 19% de personas pobres en el 2006, idéntico porcentaje que en el 2011 (al margen de que no son datos comparables porque cada uno responde al contexto de la riqueza de la sociedad en el año estudiado). «La pobreza monetaria es un indicador con limitaciones que no nos dice nada sobre el patrimonio, el consumo que se hace», dice Sarasa.

SER O NO SER POBRE / Sales sostiene que nos resistimos a aceptar la realidad: «La gente no se considera pobre hasta que tiene que ser asistida». Define tres estados del pobre: el que vive en fragilidad, que se resiste a acudir a los servicios sociales; el que está en una situación de dependencia, que recibe ayudas, y el que está en ruptura, que harto de todo se deja caer y acaba en la calle. En Barcelona, cuenta Sales, había en el 2012 unos 900 sintecho. No muchos más que los 700 que ya dormían en la calle en el 2008. Pero el número de los sinhogar (que pernoctan en albergues, pisos y otros equipamientos) ha aumentado el 47% en este periodo, hasta llegar a los 3.000.

Marí-Klose vuelve a poner el dedo en la llaga: «El problema es la gente joven. Muy especialmente la infancia y la gente que llega ahora al mercado laboral. La generación que sufre las cicatrices de la crisis en el momento de entrada en el mundo laboral las arrastra toda la vida». La infancia, en efecto, es señalada por todos como clave. La pobreza infantil, relata el sociólogo, suscita tensiones familiares, mala relación entre los padres: «Vivir una infancia en la pobreza perjudica en muchos ámbitos. Incluso antes de nacer. Y puede marcar la vida, con trabajos precarios, horarios más duros que los actuales y retribuciones indudablemente inferiores».

Este es, sintetizado, el horizonte de resistencia que se presenta  en los próximos años, lejos del horizonte de crecimiento del siglo pasado.