Gente corriente

Laia Martínez: «En la carta mi madre me pedía perdón por dejarme»

Esta estudiante de Periodismo tiene dos pares de padres que la aman. A unos los descubrió hace apenas cuatro años.

«En la carta mi madre me pedía perdón por dejarme»_MEDIA_1

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NÚRIA NAVARRO

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-Seis meses después de cumplir los 20 años, en la Navidad del 2010, llegó una carta a casa, en L'Hospitalet. Su contenido era lo último que esperaba en mi vida.

-¿Qué contenía esa carta?

-La remitía Bienestar Familiar de Colombia e iba dirigida a mis padres [adoptivos]. Dentro venían otras dos para mí de Claudia y Eder Lizcano, mis padres biológicos. ¡No daba crédito! Lloré. La de mi padre, de tres folios, estaba encabezada con un «Querida María Fernanda», que era como querían llamarme. Me pedían perdón por la «acción cobarde» que habían cometido hacía 20 años, y decían que nunca pudieron olvidar el día en que me dieron en adopción. También explicaban por qué tomaron aquella decisión.

-¿Puede explicar ese porqué?

-Ella tenía 19 años, su padre había abandonado a la familia y su abuelo le pagaba la carrera de Derecho. Y él, que tenía 16, tenía una madre con ELA en silla de ruedas que quería que acabara los estudios. La situación familiar era tan complicada que llevaron en secreto el embarazo.

-Sorprende que sigan juntos, ¿no?

-Y eso que la familia de Claudia se oponía a la relación. Lo increíble es que ella tuvo su primera relación con él y yo soy fruto de eso. Nunca más se separaron. Eder se convirtió en ingeniero de petróleo y hoy es el vicepresidente de una compañía petrolera en Omán. Y Claudia se ocupa de mis hermanitas, Silvia y Gabriela, que tienen 9 y 5 años.

-Es una historia de película.

-Lo es. Suelen ser los hijos los que buscan a sus padres.

-¿Por qué tardaron tanto en buscarla?

-En Colombia, una ley impedía a los padres biológicos indagar sobre sus hijos dados en adopción hasta que no transcurrieran 30 años. La ley cambió, se rebajó a 20 y ellos viajaron desde Calgary (Canadá) -donde vivían- a Colombia para ponerse en contacto con Bienestar Familiar. Supieron que vivía en Barcelona y que mi padre era médico. Eso les alivió un poco.

-¿Cómo reaccionó usted?

-Les di las gracias por mail y les dije que les escribiría una carta. Pero pasaron dos años y no la había escrito. Hasta que un día mi madre [adoptiva] me dijo: «Laia, ¿no te gustaría conocerles?». Le dije que sí y se puso en contacto con ellos, que entonces vivían en Yakarta. Quedamos en el hall del Hotel Shangri-la, en agosto. Yo estaba muy, muy nerviosa.

-No me extraña.

-Nos abrazamos. Claudia me dijo, llorando, que se había arrepentido cada día de su vida. Pero yo les agradecí lo que habían hecho, porque había tenido una vida que no habría podido tener en Colombia. Nos dimos los móviles y más tarde les fui a visitar a Omán, donde se estaban instalando. Ya les he ido a ver cuatro veces y la confianza ha ido en aumento. También con mis hermanas, aunque no lo saben aún. Nadie de la familia en Colombia sabe que existo.

-Guau. ¿Jamás ha sentido una punzada de dolor por lo que pudo ser y no fue?

-Solo viví unos minutos de tristeza durante el tercer viaje a Omán. Estaba en la habitación con Claudia y me explicó el momento preciso en que me dejó. Sentí cómo se rompió el vínculo. Lloré por dentro.

-¿Me cuenta el inicio de esta historia?

-Nací en Bucaramanga el 16 de agosto de 1990 y fui adoptada a los tres meses por Carme y Antonio. Tuve una infancia muy plena. No me puedo quejar absolutamente de nada.

-¿Y cuándo supo que era adoptada?

-En primero de primaria los niños hablaban sobre dónde habían nacido y ese tipo de cosas. Llegué a casa, pregunté y me dijeron que era adoptada. Me lo contaron tan bien que no sentí la necesidad de preguntarme nada más. Nunca me sentí abandonada. Y ahora sé que soy muy afortunada.