el personaje de la semana

José Bretón, el padre depredador

Desafiante y helador, el padre de los niños de Córdoba desaparecidos en octubre del 2011 se enfrenta a un jurado popular que determinará si, como mantiene la fiscal, este hombre de elevado coeficiente se vengó de su mujer asesinando a sus hijos.

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MAYKA NAVARRO

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Los pequeños Ruth y José llevaban ya ocho días desaparecidos la tarde que su padre telefoneó por segunda vez a la que fue su primera novia del colegio y de la que hacía 14 años que no sabía nada.«¿Te gustaría que nos volviéramos a ver? Podría pasar por tu casa a buscarte. ¿Cómo estás físicamente? ¿Has dejado de fumar? Yo he intentado ponerme a fumar pero no puedo. Todavía se me acelera el corazón de pensar en cosas que hicimos». En esos días Bretón, que ya tenía el teléfono intervenido, quería reencontrarse con la mujer. Poco antes de la cita, la telefoneó por última vez para retrasar el encuentro.«Oye que estoy colaborando con la policía en un caso. Luego te lo cuento».Conchi le preguntó, intrigada:«¿Tú no te apellidarás Bretón?».Y con su irritante voz aflautada le respondió:«Luego te lo cuento». No pudo ser. Pocas horas después fue detenido.

Así es José Bretón, el padre de los pequeños Ruth y José, que está siendo juzgado en la Audiencia de Córdoba y para el que la fiscal pide 40 años por asesinar y quemar en una hoguera de ramas de olivo a sus dos hijos, hace 20 meses. Un hombre de 40 años tan frío y perverso que, mientras media España seguía sobrecogida por los medios de comunicación la infructuosa búsqueda de los dos hermanos, que entonces tenían 7 y 2 años, fue capaz de cortejar a su primera novia, a la que nunca pudo besar porque el día que estaba decidido a ella le salió un flemón.

El miércoles, en la tercera sesión del juicio, Ruth Ortiz, la madre de los niños, cuyos restos -dos centenares de trozos de huesos muy pequeños y nueve dientes- se guardan en una caja de cartón en una dependencia de la Audiencia de Córdoba, declaró que ahora era consciente de que había estado viviendo«con un asesino en potencia».

En su mesilla de noche siempre ha estadoEl Resplandor,la novela de Stephen King sobre un escritor desquiciado -encarnado en el cine por Jack Nicholson- que quiere matar a su hijo. Segundo de tres hermanos, nació en el barrio popular de La Viñuela, en Córdoba, donde aún viven sus padres, que hasta el día de hoy han defendido su inocencia. Hay quien dice que por miedo al hijo.

Educación con correa

Estudió en el colegio religioso los Trinitarios, donde pasó desapercibido, y conoció a esa primera novia que, según los investigadores, intentó recuperar para armar una coartada tras los crímenes. Se orinó en la cama hasta los 11 años y hasta los 8 recibió algún golpe de su padre, que en ocasiones llegó a azotarle con la correa. Sin embargo, Bretón nunca identificó en esa actitud malos tratos, sino un intento de enseñarle, porque, según ha contado él mismo, de pequeño era muy revoltoso. Padre severo y controlador, nadie vio nunca que maltratara físicamente a Ruth y José, pero a nadie le pasó desapercibida la dureza con la que los trataba.

Maniático compulsivo, no soportaba viajar en autobús, para no tocar la barra. Nunca nadie le vio sentarse en un banco público, le daba asco; y si lo hacía, antes colocaba el paño del que nunca se separaba y con el que limpiaba pomos de puerta, interruptores de ascensor y todo aquello que no tenía más remedio que tocar. Sus hijos sabían que lo primero que tenían que hacer al llegar a casa era lavarse las manos. Y hacer el menor ruido posible mientras comían. Aun así, cuando se sentaba a la mesa con su familia, se colocaba tapones. Le molestaba cuando tosían, y tenían prohibido sonarse los mocos.

Escrúpulo higiénico

Sus rarezas se intensificaron en la cárcel de Alcolea, donde permanece en el módulo de ingresos bajo un férreo control de presos de confianza por temor al suicidio, aunque en los últimos meses se ha suavizado la vigilancia. Uno de esos presos sombra, el único que consiguió la confianza de Bretón, ha contado cómo gasta hasta cuatro rollos de papel higiénico al día para envolver todo lo que no tiene más remedio que tocar.«Al principio ni se duchaba para no tener contacto con el plato».

Cuando terminó el instituto, Bretón se matriculó en Derecho para retrasar el servicio militar. Nunca apareció por clase, y solo de vez en cuando acompañaba a su padre a la finca de Las Quemadillas para ayudarle en el campo de naranjos, esos mismos que la policía arrancó de raíz en un intento desesperado de localizar los cadáveres, después de que una perito de la Policía asegurara por error que los huesos hallados en la hoguera eran de animales.

Desorientado, en 1993 decidió alistarse como soldado profesional. No tenía vocación, pero el cuartel estaba cerca de su casa y cobraría un sueldo fijo. No contó con la posibilidad de que fuera enviado a la guerra de Bosnia, donde en 1994 estuvo seis meses de conductor de ambulancias.

Con 24 años, fue hospitalizado tras ingerir 80 comprimidos de zolpidem, que le habían recetado para un insomnio que todavía padece. Intentó suicidarse dejando abiertas dos bombonas de cámping-gas. Lo hizo porque su novia de entonces no le valoraba. Al año siguiente conoció a Ruth, cuando ella estudiaba Veterinaria. Fue un flechazo. Cuatro años después se casaron. Bretón no quería tener hijos.«Los niños para ti».Y mucho menos un varón, porque le parecían revoltosos. En la primera ecografía de José se indignó al descubrir que era un niño.

Maltrato de manual

Poco a poco, fue sometiendo a su mujer a un control y a un maltrato de manual. Con astucia consiguió anularla y minimizar su voluntad. La separó de su familia, de sus amigos y la convirtió en un ser bajo su control. Amargada, Ruth acudió al Instituto Andaluz de la Mujer, donde la derivaron a una psicóloga. La especialista le hizo ver que lo que ella veía normal era un sometimiento inaceptable. Armada de valor, decidió separarse de aquel tipo escuchimizado, celoso, manipulador, envidioso, obsesivo y machista del que se había enamorado.

Bretón intentó recuperarla, le escribió prometiéndole cambiar y le envió por primera vez rosas, al mismo tiempo que acudía al psiquiatra para que le recetara Orfidal y Motivan con los que, según los investigadores, durmió a sus hijos, y a comprar los 250 litros de gasoil con los que avivó la hoguera en la que los incineró.

No está loco. Los estudios psiquiátricos y forenses que en los últimos meses se le han realizado destacan su elevado coeficiente intelectual y descartan cualquier trastorno mental. Sabía lo que hacía.