Jordi Pérez: «Que te acuerdes de una 'peli' del Oeste cuando estás aquí»

MAURICIO BERNAL

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–Mi padre tenía su manera de hacer las cosas y yo tenía la mía, pero en esa época yo no podía hacer nada porque estaba él, y él era el que mandaba y él era el dueño del negocio. Lo que él hacía, en fin, a mí me parecía conservador, poco arriesgado, y yo pensaba que había que ir más allá. Por eso, en cuanto se jubiló yo reformé el local, lo cambié todo.

Y sí: matar al padre también existe en peluquería. Pasa por cambiar el nombre del local, pasa por hacer reformas, pasa por pensar de nuevo la orientación del negocio; pasa por hacer de uno lo heredado. Doce años después, Jordi Pérez parece haber consumado el asesinato: a principios de año abandonó el viejo local y hace poco ganó las tres estrellas del premio theQhair; que en el mundo de la peluquería significa ser el rey. Pero, por otro lado: no existe el crimen perfecto.

–Que su padre se jubilara le liberó de muchas cosas, al parecer.

–Bueno, me permitió hacer cosas que antes no podía hacer. Por ejemplo, formarme, porque desde entonces me he formado mucho. Porque cuando trabajaba para él, me decía: ‘Qué te van a enseñar que no te enseñe yo’.

–De Peluquería de Gràcia a Barberia de Gràcia. ¿Por qué el nuevo nombre?

–Porque quería cambiar. Porque quería ofrecer un servicio de barbería de calidad. Y por deferencia a los clientes, porque me había fijado en que, por lo que fuera, cuando hablaban por el móvil no decían: ‘Estoy en la peluquería’, no. Decían: ‘Estoy en la barbería’.

–¿Y reformar el local? ¿También era un puñetazo en la mesa?

–Yo reformé el local simplemente porque no trabajaba en el espacio que me gustaba. Como lo dejó mi padre, el negocio funcionaba, pero yo tenía que seguir mi camino.

–¿Qué dijo él?

–Me dijo: ‘No lo hagas’. La idea de cerrar el negocio durante tres semanas, que al final fueron cinco, no le cabía en la cabeza. Después, cuando vio como quedó, y con el tiempo, al ver que las cosas iban bien, se alegró.

–«Barbería de calidad». ¿Qué es eso?

–Significa… Mire: el barbero tradicional ofrece un servicio básico, higiénico y básico, que consiste en enjabonar, afeitar y echar luego un poco de Aqua Velva. Pero yo veo que en otros sitios del mundo el afeitado es un ritual, en Londres, por ejemplo, y eso es lo que yo quise hacer aquí. Con aceites, con aguas calientes, en varios pasos. Es un protocolo. Yo no compito con el afeitado que la gente se puede hacer en casa, que queda muy bien, no: yo ofrezco una experiencia. Que te acuerdes de una peli del Oeste cuando estás sentado aquí. De eso se trata.

–¿Y este nuevo local?

–Necesitaba espacio. Este local es por lo menos el triple de grande que el anterior. Estéticamente también es muy distinto, quería un local moderno, pero a la vez con toques de vieja escuela. Porque así es como trabajo, también: lo más moderno que se hace aquí pasa por dominar la técnica clásica, lo que yo aprendí de niño con mi padre, con horas y más horas de práctica.

–Con «toques de vieja escuela». ¿Se refiere a las sillas, por ejemplo?

–Los asientos me encantan, ¿y sabe qué? Son los asientos originales, los de la peluquería de mi padre. Unos Takara Belmont, que es la marca premium de los asientos de barbero. Porque mi padre, y esto también es cierto, al principio era un innovador, era puntero, llegó a ser de lo mejorcito que había en la ciudad. Lo que pasa es que luego se durmió. ¿Ve esas radios en la vitrina?

–Sí.

–La afición suya era arreglar radios antiguas de válvulas, y estas radios son suyas. De alguna manera lo tengo aquí presente.

–¿Ya vio su padre el nuevo local?

–Mi padre por desgracia está enfermo. Tiene alzhéimer. A mí ya no me reconoce.