Jordi Oliver: «La vida se basa en las experiencias de un viaje»

Ya se ha quitado los zapatos, único requisito de los músicos gitanos para que, durante dos años, fuera uno de ellos.

«La vida se basa en las experiencias de un viaje»_MEDIA_1

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CATALINA GAYÀ

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-En los 90 retrata las condiciones de vida del Raval, ¿cómo lo ve dos décadas después?

-Con capacidad de absorber muchas culturas y ganas de convivir. Me gusta que no sea un barrio gueto de inmigrantes, como pasa en otras ciudades del mundo.

-Y en el Raval propone: El Café de la Photo.

-Sí, en el bar La Rouge. La idea nació hace unos cinco años en un viaje a Estambul. Ahí conocí a Ara Guler, fotógrafo de Magnum en los años 50. Me lo encontré en un baño turco y me dijo que me enseñaría Estambul.

-Un segundo: lo conoció en un baño turco.

-Cuando nos vestíamos, yo vi que tenía una Leica y él vio la mía. No lo había reconocido, luego pensé que solo podía ser Ara Guler. Me llevó a su café de la foto: estaba lleno de sus imágenes y se hacían tertulias… Ese día pensé: 'Si algún día no tengo el trabajo que espero tener, montaré un café de la foto'.

-La próxima sesión versará...

-De diarios íntimos. En 1998, Pepe Baeza nos pidió que giráramos la cámara hacia nosotros [Silencio]. En mi diario hay lo que pasaba en mi casa. Quería poner la cámara en los ojos de mi hija y no en los míos.

-Coincide con la beca FotoPress, con los estudios en Nueva York, con el trabajo sobre el corralito de Argentina.

-Sí, era un momento de mucha expansión.

-¿Cuándo recala en Barcelona?

-Hace muy poco: unos seis o siete meses.

-Hablemos de Gypsy Soul. ¿Cómo nace?

-En los años 90 empecé a retratar cómo viven la música los gitanos. No pensé que lo recuperaría, pero hace cuatro años, por la crisis, me puse a buscar en mí mismo qué quería crear. Encontré una película, Latcho Drom, e hice un clic.

-¿En qué sentido?

-Soñé con hacer el mismo viaje que aparece en la película, pero a la inversa: de España a Rajastán, buscando el mundo gitano a través de su música. Puse en marcha un Verkami y tejí una gran red de conexiones gitanas.

-Y empieza el viaje en…

-Empiezo en Andalucía y completo el apartado de flamenco entre Barcelona y Jerez. Viajo a Saintes-Maries-de-la-Mer y ahí conozco a la defensora de los derechos de la mujer gitana. Esméralda se convierte en la persona que me salva.

-¿Cómo?

-Me observó una noche y me dijo: 'Me gusta el respeto que muestras por el pueblo gitano'. Me aceptó en su casa, en Arlés, y empezamos a tener una conversación gitana.

-¿En qué consiste?

-En que la vida se basa en las experiencias del viaje siguiendo el sonido de las ruedas del carromato. Esméralda me introduce en el mundo de la música gitana. Me planteo el viaje en cuatro fases. España y sur de Francia; un viaje, entre enero y febrero, en los Balcanes: fui a Madeconia, Serbia y Bosnia. Es el viaje más duro que he hecho y en el que más he aprendido. El tercer viaje es a Rumania, donde conozco una fanfara, una gran banda. Los músicos me acogen como a un hermano. De ahí pasé a Turquía.

-Coincide con las protestas.

-Y fotografío más la parte social que lo musical. Los barrios afectados son gitanos. En la cuarta fase voy a Rajastán, que es donde empieza la música gitana y es increíble. Escucho la voz flamenca de las mujeres y veo que he encontrado la esencia.

-Empieza, acaba... y sigue.

-Intento cumplir todo lo que sueño. Edité Gypsy Soul y, en noviembre, hice una presentación en Barcelona, luego fui a Madrid, a Bruselas y a Francia. En Francia, lo presenté en un festival gitano, nadie me conocía… y la gente se entusiasmó. Lo mismo me pasó en Bruselas. Me produce tristeza que en Barcelona no haya un interés, pero esa es otra historia.

-¿Y ahora?

-Quiero dar la cámara a los niños gitanos: darles la opción de coger la cámara.