Jordi Garcia: «Tener las naves vacías durante años es indigno»

Ha convertido la herencia de 7.000 m2 de suelo industrial que dejó su bisabuelo en un espacio social de uso temporal.

«Tener las naves vacías durante años es indigno»_MEDIA_1

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GEMMA TRAMULLAS

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7.000 metros cuadrados en venta, indica un cartel en la fachada de la calle Pallars. Tras esta estampa tan cotidiana en el Poblenou, late una historia de cooperación protagonizada por un ingeniero industrial comprometido con el tejido social y cultural de su barrio.

-Así que todo esto es de su familia...

-Los números 176, 178 y 180, sí. A principios del siglo pasado mi bisabuelo se mudó a Barcelona y empezó con un taller que fue creciendo hasta convertirse en una fundición. Mi abuelo continuó el negocio, pero entre los años 60 y 70 la mayoría de industrias pesadas de Barcelona se arruinaron o se trasladaron. Mi abuelo hizo suspensión de pagos y desde entonces el espacio lo alquilaba la empresa Germans Marí.

-Hasta que llegó el 22@.

-Y para forzar la transformación del barrio dejaron de dar licencias para instalar actividades del sector metalúrgico. Los Martí se fueron y fue imposible volver a alquilar el espacio. Se destruyó el tejido productivo local y en el 2003 nos encontramos con las dos naves vacías. Es un caso bastante sintomático de la historia del barrio.

-El Poblenou está lleno de estas fábricas fantasma.

-Es una pena. Yo hablé con mi padre y nos planteamos la posibilidad de ceder las naves a la gente del barrio: «Esto está en venta pero, hasta que no se venda, para que se quede vacío y sin uso os lo ofrecemos a vosotros», les dijimos. Y así nació La Fundició, un proyecto que ha ido creciendo y tejiendo redes entre vecinos y distintos colectivos.

-¿Qué alberga ahora la antigua fábrica de su bisabuelo?

-En La Fundició hay un taller de bicicletas, talleres de gente que trabaja con hierro, piedra, cerámica o cuero, una compañía de circo, grupos de música... La otra nave sirve más de almacén para varias asociaciones, desde un grupo de espeleología y barranquismo hasta una oenegé que trabaja con chicos en peligro de exclusión social.  Ahora mismo deben utilizar las naves unas 100 personas.

-¿Y no les cobran alquiler? ¿Ni siquiera una cifra simbólica?

-No. Las naves no tienen valor patrimonial y tarde o temprano las van a tirar,  no tiene sentido rehabilitarlas y cobrar un precio de mercado. Además, esta gente tampoco tiene dinero.

-Pero ustedes como propietarios bien deben pagar un IBI, ¿no?

-Y el alcantarillado y la fibra óptica y un montón de cosas más, pero se supone que cuando lo vendamos recuperaremos todo lo que hemos pagado. Aunque ya veremos, porque desde que la burbuja inmobiliaria hizo ¡puf! no se ha movido nada. Para mí es lógico que si tienes una nave desocupada que no puedes alquilar la pueda usar gente que lo necesita, pero me parece que la lógica no es tan común como pensamos.

-La lógica de sacarle el máximo beneficio económico a las cosas, sí.

-El beneficio es lo que cuenta, como dice el libro de Noam Chomsky. Para mí es de cajón: tener estas naves vacías y abandonadas durante años es indigno. Parece que ahora quieren ceder algunas de las naves desocupadas del eje Pere IV para proyectos de artistas o para que gente sin techo pueda ejercer su oficio de reciclar chatarra. Pero si depende de la Administración todo se ralentiza mucho; si dejaran gestionarlo a la gente del barrio saldrían  muchas más iniciativas y propietarios dispuestos a ceder sus locales.

-¿Qué tipo de beneficio saca usted?

-Satisfacción. Pensar que este espacio que mi abuelo levantó con su esfuerzo sirva para gente que lo necesita me hace feliz.

-La fábrica no tiene un valor patrimonial, pero sí un valor sentimental.

-Sí. Una leyenda familiar dice que mi abuelo construyó una hélice de avión y la guardó en un sótano de la fábrica, pero hasta hoy nadie ha sido capaz de encontrarla. Hemos pensado incluir en el contrato de venta una cláusula que diga: «En caso de encontrar una hélice de avión, se ruega devolverla a la familia Garcia».