Gente corriente
Jesús Blanco: «La exclusión sanitaria es un discurso ideológico»
Médico. Endocrino. Uno los fundadores de la Plataforma per una Atenció Sanitària Universal a Catalunya.
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO
Antonio Jesús Blanco Carrasco (Zafra, Badajoz, 1982) llegó a Barcelona hace ocho años para especializarse en Endocrinología. Trabaja para el Centro de Investigación Biomédica en Red de Diabetes y Enfermedades Metabólicas Asociadas.
—¿Cuándo nace la plataforma?
—A raíz de un real decreto, promulgado en abril del 2012, que excluía de la sanidad pública a las personas que no estuviesen dadas de alta en la Seguridad Social, entre ellas a los inmigrantes en situación irregular.
—Lo detuvieron; al menos, en Catalunya.
—Parcialmente, y gracias a la movilización ciudadana. Sin pelea, no hay logro. Queríamos devolver a los invisibles al sistema.
—La sostenibilidad, alegan.
—Esgrimen argumentos economicistas para la exclusión que no son ciertos... Llegamos a encontrarnos con ayuntamientos que ponían trabas para conseguir el padrón.
—¿Es un discurso ideológico?
—Exacto. Como también lo es el hecho de atribuir dolencias al colectivo inmigrante, como eso de que la tuberculosis la han traído ellos. Muchas enfermedades las trae la pobreza. El sistema sanitario público no solo debería aportar salud, sino también disminuir la brecha de desigualdad.
—El decreto también marginaba a los ricos.
—Sí, a los pocos que sin estar asegurados, disponían de rentas superiores a 100.000 euros anuales. La idea fundamental es que la sanidad es universal o no lo es; no puede serlo solo un poco. Si le quitamos a la clase más pudiente, que tiene voz y capacidad de protesta, terminaremos de minar la sanidad pública. Sería como convertirla en un sistema de beneficencia.
—Los recortes se han zampado 1.400 millones de euros del presupuesto de Salut.
—Intentamos que no se note en el día a día, aunque hay muchas carencias. Hay recortes concretos que no ahorran, y un ejemplo claro es el de la exclusión de las personas en situación vulnerable. Resulta mucho más caro atenderlos por el servicio de urgencias que hacerlo por la vía regular.
—Entiendo.
—De todas formas, no puedo oponerme per se a los recortes porque muchas de las cosas que hacemos no aportan más resultados en salud.
—¿Cómo qué?
—A veces se genera un exceso de pruebas diagnósticas o de consumo de medicamentos. No porque tengamos más sistema sanitario estamos generando más salud.
—¿Corre peligro la sanidad pública?
—Yo temo por ella porque no deja de ser un nicho de mercado. Hay multitud de intereses económicos que apuntan a que cuanto más débil sea el sistema público, más oportunidad de negocio habrá para ellos.
—Habrá que defenderla.
—No queda otra. Se creó peleando con fuerza y habrá que seguir haciéndolo.
—Se define como obrero de la sanidad…
—Creo que debe desmitificarse la profesión. La gente se acerca a los hospitales pensando que dentro hay dioses y, sin embargo, solo hay trabajadores, muchas veces precarios, con una serie de conocimientos técnicos y se espera que también humanos.
—Ya.
—La confianza debe darse a posteriori, si se merece tras hacer el trabajo. No creo en los mitos, ni en aquella sensación de que al médico debías hablarle de usted, Don Fulanito, como sucedía en mi pueblo.
—Pero decimos que salvan vidas.
—No me gusta ese discurso heroico. En el mejor de los casos, retrasamos alguna muerte. Solo me enorgullece que la gente salga con una sonrisa de la consulta.
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