JeremyRifkin: «El capitalismo dará paso a un modelo basado en compartir»

Hijo de un industrial del plástico, desde joven defendió posturas ambientalistas, primero como activista y luego como analista. La Fundación de Tendencias Económicas, que creó a finales de los 70, ha promovido estudios a favor de las energías renovables y en contra el cambio climático.  Es uno de los gurús de las energías verdes y la vanguardia tecnológica. Sus libros, en los que suele hacer atrevidas proyecciones sobre el futuro del planeta, son 'best sellers' en todo el mundo.  Asesora a la UE y a varios líderes mundiales en tecnologías de la comunicación y energías renovables. En la escuela de negocios Wharton School, imparte clases sobre nuevas tendencias a altos ejecutivos.

Jeremy Riffkin, paladín de las tecnologías verdes, el pasado martes, en Madrid.

Jeremy Riffkin, paladín de las tecnologías verdes, el pasado martes, en Madrid.

JUAN FERNÁNDEZ

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Antes de 30 años, viviremos en casas energéticamente sostenibles, viajaremosen coches automáticos por carreteras inteligentes y la mayoría de los objetos quenecesitemos los fabricaremos en impresoras 3D a coste cero. Pero el mayor cambioque pronostica este gurú de las tecnologías verdes tiene que ver con la mentalidad de las personas: preferiremos compartir que acumular posesiones.

Hace 20 años predijo la crisis de empleo a la que nos llevaban los sistemas de producción automatizados. Hace 15, proclamó que el XXI sería el siglo de la biotecnología. Hace 12, anunció la redistribución del poder en el planeta que traerán las energías renovables. Ahora, en su último libro, La sociedad de coste marginal cero (Paidós), pronostica el eclipse del capitalismo y la irrupción de un nuevo modelo económico basado en individuos que, aparte de consumir, también producen bienes y servicios de forma casi gratuita y los comparten con otros ciudadanos. ¿Visionario? No le ven así Angela Merkel, François Hollande y el primer ministro chino, Li Kequiang, que hoy le tienen por asesor, como ya lo tuvo Rodríguez Zapatero.

-El coste marginal cero es un concepto poco familiar, pero usted lo considera el dato económico más relevante de los próximos años.

 

-Doy clase en la Wharton Business School, la escuela de negocios más antigua del mundo, y allí enseñamos a los alumnos que han de elevar la productividad reduciendo los costes. El coste marginal es lo que se gasta en producir un bien después de restarle el coste fijo. A lo largo de las últimas décadas, la tecnología nos ha permitido fabricar cada vez más productos con menos gasto. Hasta llegar a hoy, que es posible producir bienes y servicios por un coste marginal cercano al cero, es decir, casi gratis. Esto no lo había previsto nadie, pero supone una revolución que hará que el capitalismo dé paso a un nuevo modelo económico basado en compartir, no en poseer.

-¿Hasta ese extremo?

 

-Los grandes cambios en la historia se producen cuando confluyen en el tiempo nuevas fuentes de energía, nuevas formas de comunicación y nuevos sistemas de transporte. En el siglo XIX, el carbón, la locomotora y el telégrafo pusieron en marcha la primera revolución industrial. En el siglo XX, el petróleo, el teléfono y los coches trajeron la segunda revolución industrial. Ahora, las energías renovables, internet y el GPS van a volver a cambiar nuestras vidas.

-Descríbame cómo será ese nuevo mundo.

 

-A la vuelta de 20 o 30 años, los edificios generarán por sí solos toda la electricidad que consumen, obteniéndola de fuentes limpias, así que la energía tendrá un coste marginal cero. Viajaremos en coches eléctricos que circularán de forma automática por carreteras inteligentes, así que nos ahorraremos el coste del combustible, y hasta el del conductor. Los ciudadanos no solo consumirán productos, también los fabricarán de forma autónoma en impresoras 3D, por lo que serán también productores, o mejor dicho, prosumidores, y parte de esa producción la compartirán con la comunidad. Suena utópico, ¿verdad? Pues todo esto ya está pasando.

-¿Ya?

 

-En realidad, la economía del coste marginal cero lleva años cargándose las industrias tradicionales. Ocurrió con el sector del entretenimiento. De nada les sirvió a las discográficas encriptar los discos. Hoy los jóvenes crean sus propios vídeos y canciones y los comparten con el público sin pasar por más intermediarios, y por coste cero. Igual está ocurriéndole a la prensa y al sector editorial. Los ciudadanos generan información en blogs que comparten gratuitamente y editan sus propios libros, que distribuyen por internet sin contar con las editoriales. Ahora le toca a la energía y al transporte. Y luego, al resto de industrias.

-¿Cómo se verán afectados esos sectores?

 

-En Alemania ya hay cooperativas de usuarios que generan en sus casas la electricidad que consumen, siempre verde, y la comparten con otros vecinos. Los gigantes energéticos no les prestan atención, igual que las discográficas no se preocuparon al principio por Napster, pero las gráficas de ambos fenómenos son igual de exponenciales. Generar un vatio de electricidad fotovoltaica, que hace poco costaba 65 euros, hoy vale 60 céntimos. ¿Hablamos de transporte?

-Hablemos.

-En París ya funciona, y con gran éxito, Autolib, un servicio de alquiler de coches urbanos eléctricos similar al de las bicis. Pronto será algo del pasado que cada individuo tenga su propio vehículo para ir solo de un lado para otro. Los coches serán compartidos y los usuarios se conectarán por internet para usarlos. Los estudios de mercado revelan que los jóvenes de hoy no quieren tener un coche, sino acceder a la movilidad, que es algo muy diferente. Además, ellos están creciendo en la cultura del compartir.

-Los taxistas no están muy contentos con inventos como Uber, la plataforma para compartir vehículos entre particulares.

 

-Todas estas innovaciones deben regularse. La prueba es Uber, que es una empresa capitalista a la antigua usanza. Tiene su sede en Silicon Valley y cuenta con inversores como Goldman Sachs y Bloomberg. El futuro no es Uber. El futuro es un grupo de automovilistas de Barcelona que, uniéndose en una cooperativa, ofrecen el mismo servicio que Uber, pero más barato, acotado a la ciudad y dejando aquí los beneficios. Ya hay cooperativas de este tipo aquí, en Alemania e Italia.

-Si todos los consumidores nos dedicamos a producir y compartir, ¿de qué vivirán las empresas?

 

-De fabricar y ofrecer todo lo que no pueden generar los individuos. Los usuarios producirán en casa su propia electricidad, pero los transformadores eléctricos y las redes de distribución las harán las grandes firmas. Igual pasará con el resto de infraestructuras. Esto provocará tensiones, por será necesaria la regulación. Actualmente, Google, Facebook y Twitter funcionan como monopolios. Obtienen dinero vendiendo nuestros datos personales a otras empresas, y eso habrá que corregirlo. La gente va a reclamar su derecho a ser propietaria de sus contenidos digitales. Auguro enfrentamientos entre los ciudadanos y esos gigantes similares a los del proletariado contra los industriales del siglo XIX.

-¿Es optimista?

 

-Este mundo que describo es preferible al que tenemos, porque permitirá repartir mejor la riqueza y nos dará herramientas para luchar contra el cambio climático, que es el principal problema al que nos enfrentamos. Pero tengo dudas, porque hay demasiados asuntos polémicos que habrá que resolver. ¿Qué pasa con la seguridad? ¿Y el ciberterrorismo? ¿Quién garantiza que no habrá monopolios en la distribución de datos? ¿Internet será realmente transparente y neutral? Nada de esto está claro.

-¿Qué ocurrirá con el empleo?

 

-Las dos próximas generaciones tendrán un gran volumen de trabajo que atender. A la vuelta de unos años, todos los objetos, y no solo los ordenadores, estarán conectados a la red, para crear el internet de las cosas, que habrá que conectar también a las líneas de transporte inteligentes y a las fuentes de energía renovables. Hacer realidad ese súperinternet implicará una gran inversión en infraestructuras. Se demandarán empleados cualificados y no cualificados para llenar el mundo de sensores, desde las carreteras a las casas o las industrias, y luego conectarlos. Esas son muchas horas de trabajo.

-¿Cómo ve a España ante el reto que describe?

 

-Me parece un error que Rajoy haya frenado la apuesta que había hecho el Gobierno anterior por las energías renovables. España era pionera en ese sector, y ya no lo es. Rajoy dice que soy un visionario y un fantasioso por defender los molinos de viento y las placas solares. Le recomendaría que viajara más a Alemania y China, que están invirtiendo millones de euros en estas nuevas formas de energía, que a la larga tienen un coste marginal nulo. Le recuerdo que el sol no emite facturas a final de mes.

-En España, ya sabe, no hay dinero para molinos.

 

-España tiene una oportunidad de oro para vencer el paro que sufre si decide apostar por las tecnologías y las fuentes de energía que se demandarán en el futuro. Hay que renovar los edificios para hacerlos energéticamente eficientes, hay que actualizar las infraestructuras, hay que preparar la llegada de esa tercera revolución industrial. Los únicos que no tienen futuro son los negocios basados en las energías fósiles, que están llamados a desaparecer. Solo hace falta liderazgo para llevar a cabo esta apuesta.