Gente corriente

James K. Legros: «Alquilaba mis cuadros para seguir teniéndolos»

Fue el representante americano más joven de la Escuela de París. Ibiza cautivó a este pintor que también expusó en BCN

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CARME ESCALES

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Galeristas y catedráticos de arte de París y California alaban la talla artística de este pintor, James Keville Legros (Boston, 1929), en el catálogo de su obra recién publicado por Geneviève Brouard, de Les Amis de JKL. «Viendo su trabajo, está claro que la historia del arte del siglo XX aún no está escrita», afirma el ensayista francés Gérard Régnier, que dirigió el Museo de Picasso en París y, en 1995, la Biennal de Venecia. Con 17 años, Legros se alistó en el Cuerpo de Marines de EEUU para poder obtener una beca y estudiar arte en Europa. París y Florencia le sedujeron. La luz y la gente de Eivissa, también.

-¿Qué hubo de arte en su infancia?

-Yo era el tercero de cinco hermanos. Mi padre era músico y mi madre cantaba y bailaba. Formaron un dúo de vodevil y, cuando yo tenía 6 años, nos trasladamos a Manhattan. Yo me pasaba el día dibujando.

-He leído que en el colegio le pusieron el apodo de Rembrandt.

-Todas las imágenes que caían en mis manos, de cómics y revistas, como Cosmopolitan, cualquier ilustración bonita la copiaba. Cuando me faltaba un mes para cumplir 6 años, me atropelló un coche y estuve más de dos meses en el hospital. Dibujaba todo el rato. Y ya nunca dejé de hacerlo.

-Se hizo marine por amor al arte...

-Era la única manera de poder estudiar lo que más me gustaba. Harto de la escuela normal, a los 16 años (en 1945), me fui a inscribir a la escuela de arte de Massachusets, pero tenían prioridad los soldados que volvían de la guerra. Y un día, en la calle vi un cartel que decía alístate tres años de marine y tendrás cuatro años de estudios pagados. Y me apunté. Pude estudiar en Filadelfia, en París y en Florencia. Si quieres ser pintor debes conocer la cultura de la pintura en Italia, en Francia y en España.

-¿Cuándo descubrió Ibiza?

-En 1953, un amigo poeta nos regaló el libro Life and death of a spanish town (Vida y muerte de un pueblo español), de Elliot Paul. Y después de leerlo, decidimos ir a Ibiza.

-¿Cómo era entonces la isla?

-Era preciosa. En un sentido total, la vida allí era como un baño religioso. Para un chico que llegaba de Nueva York, aquello fue una experiencia impresionante. Los campesinos que nos cruzábamos nos decían bon dia, la relación con ellos era muy humana, incluso me llamaban Jaume. Era una vida increíble, como volver al pasado, sin luz, mantequilla, ni leche. Había que ir al puerto a esperar el barco para comprar tabaco y azúcar. Venía un barco a la semana de Barcelona, de Palma y de Valencia.

-¿Qué vida llevaban allí?

-Yo solo pintaba, mis primeros clientes los tuve allí. Podíamos tener el bistec a final de mes. Primero estuvimos seis meses, luego un año, y después volvimos 24 años seguidos, hasta el 77, cuando la isla perdió su medida humana. En los 70 levantaron rascacielos y abrieron lujosas butiques. Desapareció la tranquilidad y sencillez que gente como nosotros apreciábamos.

-Su obra se ha expuesto en París, Nueva York, Londres, Estocolmo, Madrid, Palma, Eivissa y Barcelona, entre otros sitios. Y en casas particulares. James Legros fue pionero alquilando sus pinturas, en lugar de venderlas...

-Unos cuadros me costaban dos semanas de trabajo pero otros, varios meses. Y un amigo me ayudó a redactar un contrato. Alquilaba mis cuadros para seguir teniéndolos. Aún tengo un par en casas de París. Uno acostumbra a valorar más las cosas cuando sabe que no son para siempre. A quienes querían comprar, se lo proponía.

-Junto a un precioso lago y un bosque, entre París y Versalles, todavía pinta. ¿Le aporta algo diferente el arte a los 86 años?

-Más placer, porque ahora tengo más confianza. El estilo no cambia, los temas, sí.