Gente corriente

Jaime Súnico: «Altamira la pintaron tal vez los más frágiles»

Pintor. Profesor de discapacitados físicos y psíquicos. Les enseña a expresar su verdad a través de la plástica.

«Altamira la pintaron tal vez los más frágiles»_MEDIA_1

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OLGA MERINO

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Con la misma naturalidad con que ha expuesto en Art Basel, da clases en el Taller Estimia (www.estimart.cat), un centro ocupacional adonde acuden adultos con graves lesiones neurológicas o enfermedades neurodegenerativas. Jaime Súnico Batchillería (Barcelona, 1963) elige posar en la foto con el cuadro de un alumno, Quique Massé.

Le noto algo incómodo con la entrevista. Es que nunca hablo de estas cosas, ¿para qué? Si digo que soy profesor de discapacitados, parece que lo haga para aprovecharme, como si me diera un aura de ser especial, y ¡qué coño! Yo voy a hacer mi trabajo.

Solo quiero que hable del trabajo. Trato de luchar por estas personas, darles un oficio, una dignidad, lograr que tengan cierta introspección intelectual, que puedan expresar su corazón.

¿Cómo? Con Pili, Heidi y otros colaboradores nos las ingeniamos para que estén cómodos. A veces hay que sujetarles con celo el papel o pegarles el recipiente sobre la mesa.

Entiendo. Intentamos adaptarnos a las necesidades de cada uno: al que tiene poca fuerza en las manos le ofreces, por ejemplo, ceras y un papel satinado. Si tiene más destreza manual, el óleo o modelar el barro. Algunos alumnos han de pintar con el licornio, una especie de puntero que va sujeto a la cabeza.

¿Y funciona? ¿Prende la chispa? ¿Que si funciona? ¡De una forma alucinante! Un alumno mío, Pablo, tiene un don brutal para transportar un dibujo mínimo a un mural, y sin cálculo alguno.

Increíble. Mire, estas personas tan reconcentradas en sí mismas y tan faltas de actividad, cuando les das ese espacio de libertad absoluta que es un lienzo o un papel en blanco se vuelcan con una sinceridad, una desesperación, una entrega... Es muy revelador.

¿Revelador de qué? De la excelencia del cerebro y sus conexiones con el corazón. ¿Qué sabemos de las profundidades del ser humano?

Más bien poco. Las verdades más genuinas a veces permanecen ocultas bajo lesiones, patologías, prejuicios... ¿Quién pintó Altamira? ¿Los cazadores? No. ¿Las recolectoras? Tampoco. ¿Quién sabe? Pues tal vez fueron los más frágiles, los yayos y los cojos.

Es innegable su pasión por lo que hace. Llevo 30 años observando que la discapacidad no existe. La belleza sucede en un instante y aparece como una necesidad imperiosa; es un misterio, y ellos también son capaces de alcanzarlo.

Treinta años son unos cuantos. Empecé mucho antes, a los 17, cuando con un grupo de amigos montamos un esplai. Sacábamos a chicos de la cama, de sótanos del barrio chino, de pisos sin ascensor, y los subíamos a pulso al autocar para llevarlos de excursión. Yo lo he vivido y no tengo cien años. Y mire lo que son las cosas, luego tuve un hijo con discapacidad.

Vaya. Un fallo médico durante el parto... Desde aquí querría lanzar un grito para que las administraciones creen este tipo de espacios; también para ancianos. Las artes plásticas son un medio fantástico para romper barreras físicas, psíquicas y sociales.

A todo esto, no hemos hablado de su relación con la pintura. A los 9 años era un niño repelente capaz de distinguir un murillo de un zurbarán. Mi padre, marino mercante, trabajaba en Guinea Ecuatorial, y me crié en una casa con 10.000 volúmenes y llena de imágenes. Pinto porque es mi manera de estar en el mundo, lo que sé hacer.