ESTUDIOS EN UN ECOSISTEMA FRÁGIL

Inyección para el delta

Un proyecto monitoriza a través de satélites el hundimiento del parque del Ebro y otro estudia la posibilidad de inyectarle sedimentos

S. B. / SANT CARLES DE LA RÀPITA

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El delta del Ebro ha estado 8.000 años creciendo. Es la datación que hace escasas semanas presentó el investigador Xavier Benito, tirando al traste la extendida creencia de que la planicie deltáica tenía una existencia de entre 2.000 y 3.000 años. Según sus estudios, han sido 8.000 los años necesarios para su formación, creciendo en su acompañamiento final del río al mar como una flecha, recta y potente. Pero hace apenas medio siglo, la obra humana inició el retroceso. La punta de esa flecha ya no es afilada sino redondeada, como si un gigante forzudo la hubiera achatado al empotrarla contra una roca. Nadie discute el detonante de ese declive geológico monumental: el delta ya no recibe sedimentos. El 99% de los que lo alimentaban se quedan retenidos desde hace medio siglo en los embalses.

El delta no solo anda hacia atrás. El mar es ahora quien crece de nivel por el cambio climático. La predicción científica es tan dramática que casi despierta incredulidad: en el transcurso de este siglo se prevé que la mitad del terreno que resiste quede bajo del nivel del mar. La carrera contrarreloj, con un claro favorito, solo puede dar sorpresas si el sedimento regresa al delta.

100.000 toneladas

Ahora, la aportación de sedimentos se limita a unas 100.000 toneladas al año, apenas el 1% de lo que llegaba antes de la construcción de las grandes presas aguas arriba, como el complejo que conforman los embalses de Mequinença, Riba-roja d'Ebre y Flix. «Sin esa aportación histórica, nos situamos en un retroceso de la costa superior a los diez metros por año en la zona de la desembocadura, donde la pérdida de zonas húmedas se calcula en 150 hectáreas entre 1957 y el 2000», apunta Carles Ibáñez. Los propietarios de arrozales o incluso inmuebles como el restaurante Els Vascos, en Deltebre, ya invadidos por el mar si no fuera por la colocación de diques que perecen en cada temporal de levante, han tardado en resignarse. David contra Goliat.

A finales del siglo XIX empezó la transformación de las zonas húmedas del delta en arrozales mediante la técnica conocida como el colmateo, que consistía en transportar agua y sedimentos mediante la red de canales para cubrir los terrenos de lodos y poder transformarlos para el cultivo del arroz. Sin ello, además de retroceder, el cuerpo del delta adelgaza y se hunde a razón de dos a tres milímetros cada año. «Llevamos años reclamando la necesidad de establecer los mecanismos legales que garanticen la aportación de sedimentos como la que, por ejemplo, vimos hace unas semanas con las riadas del Ebro, aunque solo los más finos superaron las presas, y esos son fácilmente erosionables», apunta Susanna Abella, de la Plataforma en Defensa del Ebro. Y es que, mientras no haya daños, los más concienciados en el delta aplauden cada vez que las imágenes de satélites muestran un gran manchurrón de agua colmatada de arenas y barros que se esparce por el Mediterráneo.

Capacidad de transporte

A partir de ahora, los satélites tendrán también otra función. En diversos puntos del delta se instalarán una quincena de reflectores que servirán como punto de referencia donde rebotará la señal del radar y permitirá comprobar hasta qué punto se hunde cada zona y cuáles, por lo tanto, son más vulnerables a la subida del nivel del mar. Es otro de los proyectos incluidos en el ambicioso programa Live Ebro Admiclim, que aún contempla otro experimento doble cuyos resultados intrigan a los científicos. «Queremos conocer cuál es la capacidad de transporte de sedimentos del río en la actualidad para analizar cómo actuaría en el caso de que las arenas y fangos regresaran», explica Ibáñez. Para ello, recopilarán los residuos sedimentarios que obtiene el Consorci d'Aigües de Tarragona tras el tratamiento de agua del Ebro que realiza en la planta de L'Ampolla antes de enviar el agua a sus consorciados del Camp de Tarragona y las Terres de l'Ebre, y los reinyectarán en el río y los canales principales.

Los técnicos que llevan a cabo el proyecto han escogido dos tramos del río, uno a la altura de Móra d'Ebre, 40 kilómetros aguas abajo de los embalses, y otro entre Benifallet y el azud de Xerta, para verter los materiales y comprobar cómo se comportan. Lo mismo harán en los canales de riego principales, para analizar las tasas de sedimentación en los arrozales. Las pruebas empezarán en octubre. Son solo un paso previo de defensa.