Una amargura persistente

El colegio de los Maristas de Sants-Les Corts.

El colegio de los Maristas de Sants-Les Corts.

Luis Mauri

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Es necesario empezar por los datos. Datos desnudos, crudos, quizá incómodos, irritantes. Aberrantes. Los datos son estos: más de 40 niños de 7 a 16 años de edad fueron sometidos a violaciones, felaciones, masturbaciones y otros tipos de abusos sexuales por parte de 12 profesores y un monitor en dos colegios maristas de Barcelona y uno de Badalona.

Los corderos lechales encomendados al magisterio de lobos feroces y hambrientos. ¡Menudo festín!

Los crímenes fueron perpetrados a lo largo de 30 años con total impunidad, embozados los delincuentes en el silencio cómplice, la 'omertà' impuesta por la congregación religiosa. Así se desprende de investigación realizada por EL PERIÓDICO y de las denuncias de 43 alumnos y exalumnos de las escuelas de los Maristas en Sants-Les Corts, en el Eixample y en Badalona.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Los corderos encomendados a los lobos","text":"\u00a0bajo un silencio inmoral, obsceno. Un silencio mafioso."}}Los Maristas encubrieron de forma sistemática a los depredadores de niños que actuaban a sus anchas en sus escuelas. No solo eso: también presionaban a las familias para que no denunciaran las agresiones sufridas por sus hijos. Las quejas solían saldarse con el traslado del lobo a otro rebaño de ovejas. Los profesores pederastas saltaban de escuela en escuela a medida que eran señalados por las familias de las víctimas. Un gran castigo, sí señor: colegio nuevo, carne fresca.

Y silencio, silencio y silencio. Un silencio asfixiante, inmoral, obsceno. Un silencio mafioso.

Ese mutismo de acero fue demolido en febrero del 2016 por el coraje del padre de una víctima, Manuel Barbero, y la tenaz, rigurosa, paciente e inteligente investigación de los reporteros de este diario Guillem Sànchez, María Jesús Ibáñez y J. G. Albalat.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"El periodismo no sale barato,\u00a0","text":"hay que vencer la tentaci\u00f3n contable de la precarizaci\u00f3n"}}

No hay más secreto. Tres periodistas. Día a día, dato a dato. Indagación, verificación,  corrección, verificación, validación y publicación. Así durante semanas, meses. Periodismo, el de siempre y el del futuro, el único posible, antes y después de la revolución tecnológica, en papel prensa o en representaciones holográmicas en los andenes del metro o en la Gran Via.

Es cierto, este periodismo no sale barato, hay que pagar jornadas y jornadas de trabajo paciente y minucioso de profesionales cualificados, justo en el momento en que más poderosa es la tentación contable de deslizarse por el tobogán sin fin de la precarización. Y los toboganes, lo sabemos todos desde pequeñitos, siempre te acaban escupiendo contra el suelo.

Este periodismo estricto, cabal, inconformista, audaz y comprometido con la búsqueda de la verdad, con la sociedad, acaba de merecer el más prestigioso de los galardones periodísticos en español, el Premio Ortega y Gasset, que concede anualmente el diario 'El País'.

El honor y la satisfacción por este reconocimiento profesional no endulzan, sin embargo, una amargura persistente. De los 12 profesores denunciados, tres de ellos pederastas confesos, solo uno, Joaquim Benítez, va a ser juzgado por sus crímenes. Los otros 11 ni siquiera han sido investigados, sus delitos han prescrito.

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A pesar de esta circunstancia legal –tremendamente ventajosa para los pederastas y cuya revisión es ahora objeto de debate jurídico y político–, la justicia y la Generalitat, cada una en función de sus competencias, podían haberse interesado por el encubrimiento de unos crímenes cometidos en serie durante al menos 30 años. Ninguna de las dos lo ha hecho.

No solo eso, la Conselleria d’Ensenyament del Gobierno catalán sigue subvencionando con el presupuesto público los colegios maristas donde se cometieron, silenciaron y encubrieron las atrocidades. Tampoco la variopinta oposición ha hecho de este escándalo un caballo de batalla. Deben de estar todos ocupados en asuntos de mayor hondura e importancia social y nadie se ha dado cuenta: qué ingratos.