Javier de Lucas: «Al inmigrante se le regatea la condición de ser humano»

Se licenció en Derecho en Murcia y Navarra y, aunque ejerció como magistrado del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana entre 1989 y 1993, lleva 30 años estudiando y enseñando las políticas migratorias, los derechos de las minorías y la xenofobia. Presidió la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) entre el 2008 y el 2010, y ha sido miembro de la comisión científica de ATTAC. Regresó a la docencia en Valencia en el 2012 tras pasar siete años al frente del Colegio de España en París. Acaba de publicar el libro 'Mediterráneo: El naufragio de Europa' (Tirant Lo Blanch), y del resto de su fértil obra está orgulloso de su colección sobre cine y derecho. El filósofo está convencido de que, pasada la euforia de la solidaridad para con los refugiados sirios, se cerrarán fronteras y los que queden a este lado sufrirán el ningu

Javier de Lucas, en Valencia, donde da clases en el Instituto de Derechos Humanos de la universidad, el pasado martes.

Javier de Lucas, en Valencia, donde da clases en el Instituto de Derechos Humanos de la universidad, el pasado martes.

POR NÚRIA NAVARRO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La foto del niño Aylan Kurdi exánime en una playa de Turquía ha turbado a Europa. Pero Javier de Lucas, superespecialista en políticas migratorias, señala que esa aflicción destapa la hipocresía de la opinión pública europea -«hay centenares de Aylanes muertos en las aguas del Mediterráneo»- y la deslealtad de la UE a sus principios fundadores. Mientras las columnas de refugiados sirios siguen atravesando el paisaje y el mar engulle otras vidas a diario, el filósofo nos pone un espejo ante las narices para que examinemos nuestras propias vergüenzas.

-Conmueve el perseguido y estorba el migrante pobre . ¿Alguna lógica? 

-Cuando los perseguidos -en parte víctimas de guerras terroríficas a las que nos lanzamos- están lejos, es fácil despachar un euro por el móvil viendo un telemaratón. Lo que no nos conmueve es la pobreza inmediata y presente. Así que, pasada la euforia de la solidaridad, me temo que volverán la política de fronteras cerradas, el rechazo y la inacción con respecto a las causas que desencadenan la situación de refugio.

-¿Así de mezquinos somos? 

-Nunca hemos tenido una mirada real sobre la inmigración. A los que se agolpan para cruzar el Mediterráneo no los vemos como personas, sino como instrumentos de un mercado de trabajo que, en este momento, son excedentes. No tendrían que intentar llegar aquí porque no nos interesa la mano de obra. Y cuando la economía se recupere, tampoco los necesitaremos como personas sino como trabajadores dóciles, integrables, casi invisibles y fácilmente retornables. Son, como les definió el sociólogo argelino Abdelmalek Sayad, la presencia ausente.

-Infrasujetos, denuncia usted.

-Hemos construido leyes de extranjería, instrucciones de policía y buenas prácticas como las devoluciones en caliente que son infraderechos. El derecho de inmigración es el del continuo regate, el ver cómo se pueden bajar costes. El arquetipo de eso es la brutalidad del real decreto 16/2012, cuyo objetivo era quitarles las prestaciones sanitarias, como si el hecho de una irregularidad administrativa justificara disminuir derechos tan innegociables como la salud, o la reagrupación familiar.

-Un tema discutido, la reagrupación.

-Y viene de lejos. Ya en 1998, la presidencia austríaca de la UE redactó un documento que dice con claridad que la reagrupación familiar no es un derecho sino un problema, porque por esa vía se nos cuelan inmigrantes no deseados. Interesa el obrero sumiso y hábil que, a ser posible, haga competencia desleal a la mano de obra local, pero... ¿su familia?

-¿Es un mal del sistema?

-El capitalismo no puede sostener la lógica de la universalidad y la igualdad de derechos, sino la de la oferta y la demanda. Eso tiene dos consecuencias: se regatea la consideración del ser humano igual en derechos y no se conceden derechos ahí donde pueden jugar a convertirlos en mercancía. ¿A quién se los recortan? Primero a los inmigrantes, y luego a la clase trabajadora, lo que les viene bien como coartada para decirles: «Yo os protejo frente a esos otros que hacen cola del pasaporte en la otra fila».

-Se echa gasolina a las brasas.

-Por eso me he sumado a quienes en la UE venimos hablando de xenofobia institucional, de la que son cómplices los medios de comunicación al vender tremendismo y asociar inmigración a delincuencia, incompatibilidad cultural y competencia desleal. Eso llegó a cotas increíbles con Juan Cotino, que cuando fue director general de la Policía, insistió en que el incremento de los accidentes de tráfico se debía a la presencia de los inmigrantes, que no sabían conducir y llevaban coches de cuarta mano.

-El chivo expiatorio es un recurso viejo y gastado.

-El más viejo desde que nos agrupamos como seres humanos. Cuando uno no tiene un programa elaborado ni altura de miras, el miedo al otro es un recurso político potentísimo.

-Pero seguimos cayendo en la trampa.

-Por desgracia, en vez de avanzar hacia una ciudadanía europea que nos muestre como miembros de una comunidad más amplia, estamos viviendo un proceso de renacionalización. Los estados se agarran al bastión de la soberanía y no se sanciona a gobiernos como el del húngaro Víktor Orban, que legisla contra libertades elementales. Y el lema fundacional de la UE era «fuertes desde la diversidad». Se partía de la diversidad y no para hacerla desaparecer, sino para construir relaciones entre iguales, que es la ley misma de la civilización. Blade Runner nos explica que el mejor derecho es el que sabe guardar la diferencia.

-A usted incluso le repelen los test de integración para lograr la ciudadanía. 

-Sí. Cualquier sondeo muestra que, ante la llegada de inmigrantes, lo que la población dice es que tienen la obligación de respetar nuestras costumbres. ¡Lo que manda en las costumbres es el pluralismo y la libertad! ¡No se pueden imponer y, sobre todo, no pueden ser condición de reconocimiento de derechos!

-Tampoco le gusta el mantra de la tolerancia.-En el pequeño ensayo De los caníbales, Montaigne habla del respeto a la igualdad, que es muy distinto a la tolerancia. La tolerancia es necesaria en el espacio privado, pero en el público es una manifestación de paternalismo. Sigue el esquema de la desigualdad. Tolerar es ofender. Yo apuesto por la fórmula de Étienne Balibar: la egalibertad. Acercarse a la igual libertad para todos, y eso es imposible sin el derecho.

-Ahí es donde emparenta la situación del inmigrante y la de la mujer.

-Sí. En el fondo, la pelea de las mujeres por salir de la condición de propiedad del varón es la misma que, con todas las diferencias y 200 años de lucha después, tratan de recorrer los inmigrantes. Los queremos encerrados en el espacio privado, que trabajen bien y en las condiciones que se les impone, pero nada de verlos en el espacio público y menos aún en el político.

-Nada de votar.-Exacto. ¿Y no es un disparate que el nieto de un español  que vive a 1.500 kilómetros pueda votar en unas municipales y una persona que lleva aquí 30 años y está en la AMPA pero es marroquí no pueda votar salvo que le abramos la nacionalización?

-Total, ¿propone barra libre a los que quieran obtener la ciudadanía?-No. Es un proceso muy complejo, y no se puede conseguir la arcadia como a veces pretenden algunos movimientos progresistas. Lo que digo es que la pluralidad conlleva conflicto, pero el conflicto solo es patológico cuando lo gestionamos patológicamente en términos de exclusión o dominación. Deberíamos recuperar esa noción de San Agustín del «yo soy dos y estoy en cada uno de los dos», o que formuló Rimbaud al escribir aquello de «yo soy un extranjero». Si uno reconoce que es varios y que entra en contradicción, ¿cómo no comprenderá la contradicción con otros que parten de identidades diferentes?

-Y una vez admitido eso, ¿qué?

-Hay que explotar al máximo un instinto ya explicado por Freud y Jung, el de cooperación. Ese instinto, que la tradición anarquista ha cultivado

-y pienso en Kropotkin-, es tan sólido como su contrario. Deberíamos explotarlo no solo con nuestro actual fogotipo que son los inmigrantes de confesión islámica (la historia nos demuestra que fuimos capaces de convivir siete siglos y crear obras conjuntas). Creo que la fórmula para abordar la complejidad es partir del reconocimiento de «la insociable sociabilidad humana» de Kant. Somos como los erizos, queremos estar cerca pero no demasiado.

-Deseo aparte, ¿hacia dónde vamos?

-Pese a que trato de practicar eso del optimismo como un imperativo moral, soy muy pesimista. La actual reacción maravillosa de solidaridad para con los refugiados no tiene recorrido. La lógica nacionalista de los estados, abiertamente Hungría, Polonia y Eslovaquia, hace pensar que, después del primer momento de bochorno, vamos a volver a pasar al abandono de los refugiados. O algo peor.

-¿Cómo de peor?

-Solo en Siria hay más de 5 millones de candidatos a refugiados -por cierto, más de la mitad no piden serlo en la UE, sino en países como Líbano, Jordania, Irak y Turquía-, y me temo que, irresponsablemente, quienes adoptan aquí el lenguaje pragmático estén incubando el huevo de la serpiente de las formaciones xenófobas, cuando no fascistas. Son esos que repiten «queremos ser buenos pero no hay para todos». Hay que tener estatura política para decir a las sociedades que es un problema complejo y que no se soluciona en una legislatura.

-Mientras, propone el derecho de circulación como un derecho humano.

-Sí. Pero no consiste en bajar fronteras sino en eliminar las razones que obligan a la gente a no tener otra alternativa que emigrar. En Siria, en Eritrea, en Mali... Porque el primer derecho de la inmigración debería ser el derecho a no emigrar. En España, aun en el infernal 2008, había alternativas, elementos de resistencia y redes familiares de soporte.

-Ante este fresco sombrío, ¿qué decir de la democracia?

-Tenemos un fuerte riesgo de involución, de encaminarnos hacia un feudalismo tecnológico, pero al mismo tiempo acudo a un verso de Holderlin: «Donde está el crecimiento del peligro está la oportunidad de la salvación». Hay elementos para afirmar que la democracia es un rito del que conservamos algunos elementos, pero a la vez nunca antes en la historia la ciudadanía había tenido mayor información y posibilidad de control de los poderes. Esperanzador. H