High Line, el exitoso precursor neoyorquino

El parque ha cuadriplicado sus visitas en siete años y es el eje del renacer económico de la zona

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IDOYA NOAIN / NUEVA YORK

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En una ciudad que adora las reinvenciones, pocas ha habido más exitosas y admiradas que la del High Line. La vía de tren elevada en el West Side de Manhattan que abrió en 1934 y pasó décadas como recorrido de carga cerró en 1980 y empezó a quedar cubierta por el óxido del abandono primero y por la amenaza del derribo después. El esfuerzo y la visión de unos vecinos que imaginaron para ese espacio un futuro diferente, el entusiasmo que generó en neoyorquinos ilustres y adinerados esa idea inspirada en la Promenade Plantée que París abrió en 1993, y la colaboración de la Administración del anterior alcalde, Michael Bloomberg, obraron la reconversión. Y ahora, siete años después de su apertura como parque en el 2009, los 2,33 kilómetros de espacio público  que surcan el aire entre la calle Gansevoort y la 34, entre las avenidas 10 y 11, representan uno de los mayores imanes y éxitos de la ciudad, urbanísticos y económicos.

Hace solo unos días, un estudio realizado por una web especializada en propiedades inmobiliarias usaba el adjetivo “astronómico” para definir un éxito, que también podría repetirse ahora en el barcelonés barrio de Sants. Aseguraba que hay un “halo High Line”. Y su entusiasmo se basa en números y en precios: los apartamentos alrededor del parque se revalorizan un 10% más rápido que los que están más alejados. El precio medio de esos pisos ronda los seis millones de dólares. Una veintena se han vendido por 10 millones o más.

ICONO ARQUITECTÓNICO

El High Line, no obstante, no es solo una mina para los propietarios de vivienda en el Meat Packing District y Chelsea, el barrio que Bloomberg decidió impulsar aprobando en el 2005 una reordenación urbanística que permitía combinar la construcción industrial habitual con el desarrollo de nueva obra comercial y residencial. Propiedad de la ciudad pero mantenido, operado y programado por la organización sin ánimo de lucro que lo impulsó, y que recauda el 98% de su presupuesto, Amigos del High Line, el parque se ha convertido en destino para “foodies” y amantes de la arquitectura, que pueden casi tocar trabajos del “quién es quién” en la arquitectura actual, de Jean Nouvel a Frank Gehry o Renzo Piano (la mente tras el nuevo Whitney). Es también imán para observadores de la flora o de las estrellas (aunque habitualmente cierra a las diez de la noche), así como para turistas y, pese a las aglomeraciones que detestan, para los neoyorquinos, que acude desde a sus clases de tai chi o meditación hasta a las perfomances que lo convierten en inusual escenario.

En su primer lustro de vida, conforme iba abriendo en tres fases su recorrido actual, el High Line prácticamente ha cuadruplicado sus visitantes, pasando de los dos millones del 2010 a los 7,6 millones registrados el año pasado. Y aunque a veces el experimento es víctima de su propio éxito, como se comprobó el día este verano en que tuvo que cerrar el acceso ante la aglomeración humana, va a seguir creciendo. Para el año que viene está prevista la apertura de la última ampliación. En las riberas de este río de hierro y verde, tanto de plantas como de dólares, se están desarrollando 11 proyectos con 155 apartamentos más y hay otros nueve planeados que sumarán 751 pisos y habitaciones de hotel.

Hay, por supuesto, una mirada al High Line con más sombras, como las que proyectan pequeños negocios obligados a cerrar o la mudanza forzosa de residentes que no han podido soportar precios cada vez más inaccesibles salvo para una minoría. Pero cuando la ciudad lo define habla sin ambages de éxito. Cuando el parque se inauguró se esperaba que dejara en las arcas públicas en dos décadas 250 millones de dólares adicionales por la revalorización de propiedades, pero para el 2014 esa cifra se había elevado hasta los 900 millones, y los contables municipales atribuyen al High Line haber generado 2.000 millones de dólares en actividad económica adicional.