El futuro de las grandes poblaciones

Hacia la ciudad pensante

Urbes catalanas empiezan a usar las nuevas tecnologías para ahorrar energía y mejorar la movilidad

MARÍA JESÚS IBÁÑEZ
BARCELONA

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La población mundial que vive habitualmente en ciudades superó en el 2008, por primera vez en la historia de la humanidad, a los habitantes del medio rural. La tendencia a la urbanización se prevé espectacular en Asia, América Latina y, en menor medida, África. Las Naciones Unidas calculan que en el 2050 habrá unos 6.000 millones de personas viviendo en grandes urbes.

La urbanización del planeta y la socialización de sus habitantes coinciden con el estallido de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). «Tras la revolución agrícola y la industrial, ahora estamos ante una tercera revolución, que evidentemente afectará a las formas de vida», afirma Pilar Conesa, experta en TIC.

De la suma de ciudad y tecnología surge el fenómeno de la smart city, una idea acuñada hace 20 años, pero que ha tomado impulso en los cinco últimos. Para su desarrollo, que muchos expertos consideran ineludible, es necesario, sin embargo, «que sector público y privado se alíen», dice el arquitecto Vicente Guallart.

Aunque el fenómeno es aún incipiente en España, hay ya medio centenar de ayuntamientos que han empezado a aplicar -despacio- dispositivos inteligentes a la gestión urbana. Un reciente estudio del instituto IDC España sitúa a la ciudad de Málaga como primera en la lista, seguida de Barcelona, Santander, Madrid y San Sebastián.

La ciudad del futuro no será el conglomerado de hormigón, ladrillo y acero que proyectaron los constructores de finales del siglo XX. Ni el enjambre de autopistas aéreas y luces de neón que años antes habían augurado algunos visionarios. Será verde, sin atascos y estará conectada a todas las redes imaginables. Sus habitantes -unos 6.000 millones de personas en todo el mundo serán urbanitas en el 2050, según la previsión de la ONU- no contaminarán, se alimentarán de productos cultivados en azoteas o huertos próximos al núcleo urbano y consumirán productos culturales servidos en formato digital. Serán, preconizan demógrafos, economistas, ecólogos y urbanistas, ciudades inteligentes (o smart cities, en su denominación en inglés), donde los servicios comunitarios estarán equipados con sensores y microchips coordinados entre sí.

«Una ciudad inteligente no es más que un compendio de medidas con las que se busca el ahorro energético, la mejora de la movilidad. Y todo ello mediante la aplicación de las nuevas tecnologías», resume Pilar Conesa, una de las promotoras del Smart City Expo&World Congress, que empieza el 29 de noviembre en Barcelona. El propósito es, en suma, que las urbes sean «más eficientes y más humanas en la gestión del agua, la energía, la movilidad, los residuos y la información», agrega Vicente Guallart, responsable de Urbanismo en la capital catalana.

La extensión de las redes de telecomunicaciones, los smartphones y las tabletas cada vez más asequibles serán básicos en el proceso, que da por hecho que, en pocos años, todos los ciudadanos tendrán un dispositivo para consultar, por ejemplo, la información del tráfico y saber al instante qué ruta es la más rápida para ir a su casa o en qué calle hay un taxi libre, como ocurre ya en Singapur.

EL MOMENTO / En una coyuntura de crisis como la actual, la ciudad inteligente «es una oportunidad, tanto para las administraciones públicas como para las empresas privadas», afirma Ramon Roca, presidente del grupo Ros Roca, una empresa del sector del medioambiente que ha apostado por la aplicación de dispositivos inteligentes. Los entes locales tendrían que interesarse, en su opinión, por rebajar sus facturas de consumo eléctrico y agua.

Son ya varias las ciudades catalanas que se están abriendo hueco en este ámbito. «Sant Cugat del Vallès, Viladecans o Figueres, por ejemplo, están trabajando en este campo», explica Conesa. Al frente de todas ellas, Barcelona, que se postula «para liderar un protocolo, una alianza internacional que permita definir qué es una smart city y cómo se tiene que desarrollar», explica Guallart.

LOS DISPOSITIVOS / ¿Y cómo se hace eso? Pues, por ejemplo, modificando el sistema de recogida de basuras colocando sensores en el interior de los contenedores que detecten cuándo el depósito llega al 70% de su capacidad. De esta manera, las empresas concesionarias podrá decidir, al minuto, si debe ser vaciado o no. Otra propuesta: conectar los aspersores de los jardines públicos a un satélite meteorológico. Se evitaría así que el riego se pusiera en marcha cuando esté previsto que empiece a llover. Pero hay muchas más...

En un momento en que se reivindica una nueva cultura del agua y cuando aún hay unos 1.000 millones de personas viviendo en barriadas pobres de macrociudades, una de las necesidades a resolver de forma más apremiante son las aguas residuales. El inodoro, que descarga entre seis y ocho litros de agua en cada uso (líquido que vierte luego en ríos y mares, cuando hay red de saneamiento), tendrá que «reinventarse», afirma Stewart Brand, fundador del Whole Earth Catalog.

Todos estos cambios afectarán a las relaciones sociales, a las formas de participación política incluso. «De entrada, para que las ciudades sean energéticamente autosuficientes, será necesario que las comunidades de vecinos y los barrios se pongan de acuerdo», indica Guallart.

Y no solo eso. El fenómeno de las redes sociales está mostrando nuevas formas de participación ciudadana. «Eso significa -argumenta Conesa- que los políticos ya no podrán acudir a los ciudadanos solo cada cuatro años, cuando hay elecciones, sino que van a tener que escucharles permanentemente, estar atentos a sus demandas».