Un proyecto pionero

Grupos de voluntarios ayudan a reinsertar a agresores sexuales

El coordinador del programa, Carles Soler (izquierda), con la voluntaria Arantxa y otros responsables de Justícia.

El coordinador del programa, Carles Soler (izquierda), con la voluntaria Arantxa y otros responsables de Justícia.

J. G. ALBALAT / Barcelona

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Arantxa en una joven psicóloga que participa como voluntaria en un pionero programa que se ha puesto en marcha en Catalunya para ofrecer apoyo a los condenados por agresión sexual que están en régimen de semilibertad o en el libertad condicional. El objetivo es evitar la reincidencia y conseguir una mejor reinserción a la sociedad. El sistema consiste en crear un grupo, bajo la coordinación de un experto, que facilita al reo la integración y la supervisión de las actividades de la vida cotidiana.

«Nos reunimos con él y hablamos de todo, del delito que ha cometido, de sus preocupaciones y de las dificultades con que se encuentra. En ocasiones se hace difícil escuchar algunas cosas. También le acompañamos a hacer gestiones y hacemos salidas, como ir a tomar un café o a la playa», explica la colaboradora, una de los 15 voluntarios que participan en este proyecto subvencionado por la Unión Europea y que impulsa la Conselleria de Justícia.

El programa Cercles nació en Canadá en 1995 como iniciativa

de una organización religiosa local

ante la inminente libertad de un

delincuente sexual reincidente.

Poco a poco se ha ido extendiendo a países como EEUU, Reino Unido y Holanda. Catalunya es la primera comunidad autónoma española que está efectuando un programa piloto, que comenzó su andadura el pasado mes de noviembre y cuenta con tres reos convictos por agresión sexual.

«Es un modelo de transición a la libertad definitiva para superar el aislamiento social», explicó ayer el  coordinador del programa Cercles, Carles Soler. El penado tiene que aceptar expresamente ese apoyo y, sobre todo, debe asumir dos principios básicos: no más víctimas, no más secretos. Es decir, ha de ser claro al informar sobre los aspectos de su vida, como la gestión económica, su tiempo libre, actividades y relaciones. Estos datos son compartidos con el  grupo que le orienta. «Cuando sale a la calle, el penado tiene alrededor un círculo de apoyo que se reúne periódicamente con él y le ayuda. Lo componen cuatro o cinco voluntarios, que asisten a un seminario de formación», explica Soler.

SITUACIONES DE RIESGO / Durante el proceso, que dura un año y medio, los voluntarios, entre los que hay hombres y mujeres de distintos perfiles profesionales, permanecen en contacto con el coordinador, al que avisan en el caso de detectar una situación de riesgo, de forma que este puede hacer de puente con otras instituciones: psicólogos, responsables penitenciarios, servicios sociales, policía. Dentro del círculo, el convicto debe analizar los errores cometidos en el pasado y diseñar su propio plan para evitar recaídas, mientras los miembros de su grupo deben ayudarle a superar las dificultades para adaptarse a la sociedad.

El perfil del interno que se busca para el programa es el de una persona que haya superado los tratamientos de rehabilitación correspondientes en la cárcel y que presente un riesgo entre moderado y alto de reincidir (por su antecedentes, no por las circunstancia actuales) y que, además, carezca de recursos sociales y personales para sobrevivir al salir del centro penitenciario.

El plan es que poco a poco el voluntario vaya cediendo su papel o otras personas con las que el condenado haya contactado en libertad. «La idea es que, al final  el círculo no sea necesario», explica Soler, que destaca el gran número de voluntarios que se interesaron por el proyecto. «La intención es aportar soluciones y no estigmatizar más a las personas. No olvido que hay víctimas, pero intento ver a la persona y no por qué está aquí. Necesitan gente alrededor. Están muy solos», subraya Arantxa.