Gente corriente

Gonzalo Ruiz: «Tengo empatía con quien tiene un defecto óptico»

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MAURICIO BERNAL

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Aunque las dos vitrinas están llenas de gafas, y aunque el pomo tiene forma de montura, y aunque hay un letrero arriba que anuncia, grande y claro: «Ruiz Ortega. Ópticos»; y aunque, en general, cada señal externa apunta hacia el mismo blanco, no es extraño que de vez en cuando alguien, entreabriendo la puerta, pregunte con timidez: «¿Esto es una óptica?». Por las señales internas: porque el local de Gonzalo Ruiz tiene aspecto de consultorio, no de óptica, un aire incluso de capilla, con sus mesas de hechura clásica, su biblioteca y sus enciclopedias, su augusto reloj de péndulo, el busto que recibe al visitante, la moqueta, los cuadros, la música clásica que acompaña todo el día. Todo trasunto de la persona, de su manera de estar en la vida, de su forma de trabajar.

Una óptica exquisita, de atmósfera casi religiosa; y un profesional acaso de otros tiempos, o de otra manera de pensar.

-En cierto modo lo entiendo. A los que preguntan.

-Así es como soy yo. El mueble antiguo siempre es bonito, ¿no cree? Mi casa es igual. De ese modo yo estoy a gusto y la gente también. La música clásica… Siempre oigo música clásica. Cuando conduzco me da la impresión de que el coche… se desliza.

-¿Y los cuadros? Toda una serie de pinturas de gafas, veo…

-Todos estos cuadros los hizo mi hermano, que es catedrático de la Facultad de Bellas Artes. El busto también es obra suya.

-¿Quién es?

-Soy yo. ¿No se nota? Es que fue hace muchos años. ¿Qué le parece el péndulo? Es un morez del siglo XVIII, está en perfecto estado. Tengo entendido que en su día entró de contrabando por los Pirineos. Esto antes era una tienda de ultramarinos. No estaba muy bien, tuve que hacer muchas cosas.

-Apostaría a que todo sigue como el primer día.

-Es cierto. He mantenido siempre la misma estructura. Fue muy satisfactorio cuando el ayuntamiento la declaró tienda emblemática. Ahora sí que no puedo tocar nada.

-Pues sí, no se diría uno en una óptica. Cuénteme, ¿cuánto lleva en el oficio?

-En este local llevo 36 años; en el oficio empecé desde los 14.

-¿De aprendiz?

-Sí. Yo trabajaba en una tienda y al lado había una óptica, la Óptica Palmer, de don Julio Palmer, y yo no sé si le caí en gracia o qué, pero el caso es que un día me dijo: «Oye, ¿por qué no te vienes a trabajar con nosotros?». Y así empecé.

-¿Cómo, exactamente? ¿Qué aprende un aprendiz de óptico?

-Bueno, pues aprende a hacer bisagras, a cortar cristales, a pulir monturas, a soldar acetato, a limar acetato… Cosa que había que hacer para conocer las limas… Y limpiaba las máquinas, y barría la tienda, y estaba de cara al público, claro. El aprendizaje con Palmer fue de mucha empatía hacia la persona que tenía un defecto y hacia el hecho de poderle ayudar con ese defecto.

-Hablemos de eso. Cómo asume su oficio. El señor de las gafas.

-Bueno, yo creo que ahí está mi ADN, en esa empatía que me enseñó el señor Palmer, empatía hacia el que tiene un defecto, que hoy en día se resume en tratar al cliente con todo el respeto, y en entregarme a él. Con mis medios, con mi forma de trabajar, intento mantener el prestigio de la profesión de óptico. Antes, cuando se hablaba de una óptica se hablaba de esto, de un profesional que te atendía, se ocupaba de ti, te daba un trato personalizado...

-Me pasaron un recorte de prensa donde dice que es de los últimos que… ¿a ver? «Que talla y monta los cristales a mano».

-Sí, venga, pasemos al taller. ¿Ve esto? Esta es la máquina tradicional. Se usa para biselar y agujerear el cristal. Y esas son las plantillas de los cristales. Muchos ópticos entrarían aquí y dirían que todo esto es obsoleto, porque somos muy pocos los que aún trabajamos de esta manera. Y todavía guardo las máquinas viejas, las de artesano.

-¿Por ejemplo?

-Bueno, un taladro manual, una sierra antigua… Y esto: una rulina. Con esto cortábamos los cristales.