«Cuando me muera quiero un funeral a ritmo de champeta»

Desencantado, Lluís Cruset dejó hace unos años su trabajo de fotógrafo en la prensa catalana y se reinventó en el Caribe colombiano

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MAURICIO BERNAL

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Lluís Cruset atraviesa a estas horas el Atlántico rumbo a Colombia, a los mandos de un barco -'El Sid Grande'- que adquirió en Barcelona. A eso vino. El Caribe colombiano es su hogar desde hace seis o siete años, el hogar de este fotógrafo que durante tres décadas ejerció su oficio en la prensa catalana, de este hombre que un día, desencantado, decidió dar un vuelco a su vida. ¿A qué se dedica este emigrado -de su tierra, de su oficio- en los lindes de Macondo? Transporta turistas.

-¿Cómo acabó allá? Cuénteme.

-Qué pasó… Pues que te desencantas de todo. Toda mi vida trabajé en prensa pero toda la vida fui muy crítico con mi trabajo. ¿Qué pasó? Pues que un día me di cuenta de que la imagen ya no tiene ningún valor.

-¿Qué quiere decir?

-Quiero decir que ahora hay tantos medios y tanta información que está la gente comiendo espaguetis a mediodía y ven cómo asesinan a un tipo en la tele y como si nada, siguen como si nada. La gente está muy curtida, ya no los emociona una imagen.

-¿Cómo encajan los barcos aquí?

-Bueno, resulta que yo tenía un barquito en Barcelona, de hecho vivía en él, y desde siempre había tenido el sueño de cruzar el Atlántico en solitario. Como soy soltero, pude ahorrar, pedir dos años de excedencia y hacerlo. Llegué hasta Callao, en Perú.

-¿Y Colombia?

-En Colombia no había parado por… por seguridad. Pero cuando ya había emprendido el viaje de vuelta para regresar aquí, se me rompió un palo del barco y me vi obligado a regresar. Entonces dije: «Bueno, es la oportunidad de ir a Cartagena de Indias».

-Y se quedó.

-Pasaron cosas, no fue que me quedara enseguida… Pero sí, terminé quedándome a vivir en Cartagena, increíblemente. Aquí no había nada, en todo caso. En algún momento vine a ver si había trabajo y no había nada.

-¿Se dedicó a explotar el barco?

-Mire, si estoy en Colombia es por dos costeños, como los llaman allá, dos costeños que me ayudaron y me ofrecieron el negocio: «Compremos una lanchita y hacemos rutas por Cartagena», me dijeron. Hacemos rutas por el Caribe. La lancha trabaja entre Cartagena y las islas, y el barco hace otras rutas, por ejemplo entre Cartagena y Sapzurro, en la frontera con Panamá.

-Hablemos del choque cultural.

-Ah, yo ahora lo que pienso es que es una lástima que no se puedan mezclar lo colombiano y lo catalán. Sería perfecto. Aquí todo es muy rígido, nos falta un poco de ese libertinaje colombiano. Allí también hace falta un poco de seriedad. Yo ahora me voy y claro, echo de menos mi Empordà, mi alioli, pero ya no tanto, porque allá recibo mucho cariño. Me siento muy querido.

-Vino aquí a comprar otro barco, ¿no?

-Sí, tenía un dinero y quería invertirlo. Lo mismo: este va a hacer rutas entre Cartagena y Panamá, y el mío pequeño que tengo allá seguramente lo ponga a trabajar en los archipiélagos, que me gustan tanto.

-¿Qué turistas se encuentra por allí?

-Turistas de todo el mundo: ingleses, holandeses, franceses, alemanes…. La mayoría están atravesando el continente. Son gente de 20 o 30 años que se tiran seis meses viajando de Argentina a México.

-¿Es feliz? ¿Está donde quiere estar?

-Estoy donde quiero estar. Un día pensé: «Dónde quiero morir», y me contesté que aquí no. Aquí no me quiero morir. En cambio allá… Cuando me muera quiero que me lleven al cementerio a ritmo de champeta, y eso solo va a ocurrir en Colombia.

-¿Champeta?

-Es el síndrome de Estocolmo. Al llegar odiaba la champeta. Ahora me encanta.