James Costos & Michael Smith

Forasteros en el reino del protocolo

Un exdirectivo de HBO está al frente de la embajada de EEUU en España y las cosas ahora se hacen de otro modo. Su pareja, un reputado diseñador de interiores, es un activo del trabajo diplomático.

EN BARCELONA. Costos (derecha) y Smith, el pasado lunes, en la plaza de JFK, antes de acudir a la gala contra el sida.

EN BARCELONA. Costos (derecha) y Smith, el pasado lunes, en la plaza de JFK, antes de acudir a la gala contra el sida.

MAURICIO BERNAL

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Y al final de la charla surge el tema del matrimonio, y dado que llevan 15 años juntos («15 años en febrero, es verdad…»), la pregunta es si alguna vez han pensado en casarse, si querrían, si les gustaría. Toma la palabra Smith. «Bueno, pienso que no nos parece justo, no mientras no todo el mundo tenga ese derecho en EEUU. Queremos que todo el mundo tenga ese derecho, y creo que nos casaremos cuando eso ocurra». Hay un minúsculo instante de silencio, como de digestión del dato; del otro lado del reservado, con cierto estupor, el embajador de EEUU en España se queda mirando a su pareja. Luego ríe irónicamente. Luego, sarcástico, suelta: «Vaya. Estás dando mucha información, ¿no? Mucha información».

Ya había salido, a mitad de la charla, el tema del embajador gay, de la etiqueta, ¿no le gustaría, señor Costos, ser simplemente el embajador? Es que soy solo el embajador, a secas, respondía con la mirada. «Cuando llegué aquí mucha gente hablaba de eso conmigo, eres el embajador gay, eres el embajador vegetariano, eres el embajador activista de los derechos de los animales, y yo decía, bueno, ya sabes, soy solo el embajador. También soy todas esas otras cosas, pero esas cosas no me definen. No creo que la de embajador gay sea una etiqueta que yo tenga, pero al mismo tiempo es lo que soy, es un hecho, y estoy orgulloso porque tiene que ver con los valores estadounidenses y porque esa es la política de mi país: cuando el presidente Obama me designó estaba haciendo una declaración de principios, una declaración en palabras y hechos: todo el mundo en EEUU es igual y todo el mundo tiene una oportunidad». Smith asiente con la cabeza en señal de aprobación.

Lo que pasa es que el embajador a secas no es el embajador a secas, y no por ser homosexual o vegetariano. Es diferente, pero lo es por razones menos prosaicas, porque no es diplomático de carrera, porque viene del mundo del cine, porque antes de que lo llamara Obama desempeñaba un puesto directivo en HBO; porque la mayor parte de sus buenos amigos no están en los despachos políticos, porque su mundo es otro y porque en este está de paso. «Vengo de un pequeño pueblo llamado Lowell, en Massachusetts, de abuelos que eran inmigrantes griegos y de padres que trabajaron duro para acceder a la clase media, y luego vine yo, que hice mi camino siguiendo sus valores. Si alguien pregunta qué me califica para ser embajador, ya que no soy un diplomático de carrera, lo que digo es: todo lo que he hecho en la vida me ha preparado para esto».

Eso, el voluminoso todo que es su pasado, el embajador lo tiene presente como una marca, una forma de distinción. Forastero en el reino de los protocolos, desconocedor de las atávicas costumbres de su puesto, ajeno a lo más gris de la existencia diplomática, Costos solo podía ser embajador a su manera. Lo sabía el presidente Obama cuando le pidió ponerse al frente de la embajada. «Sé tú mismo», le dijo, cuando Costos le pidió consejo. «Y es un consejo interesante, pero también es algo que sabes instintivamente. Solo que cuando el presidente de EEUU te da, a falta de una mejor palabra, permiso, tú sabes que vas por el buen camino». A Barcelona vinieron el pasado lunes a participar en la gala contra el sida. No es la clase de acto -de compromiso con la sociedad civil- que es una excepción en su agenda. Al contrario.

Los cónsules de Greene

Costos asumió el cargo en agosto del 2013, y los 16 meses que han pasado desde entonces los ha empleado en atender el consejo, en seguir su instinto, en hacer las cosas a su manera. La lista que  ilustra el cambio es probablemente muy extensa, pero, simplificando, todo pasa por un modo concreto de entender el papel de una embajada, no lo que representa sino lo que es, una casa, al fin y al cabo, un escenario, lo que solía ser quizá para los cónsules de Graham Greene; un lugar de encuentro. «Cuando acudimos a la inauguración de la Casa Blanca y vimos que la idea de Obama era abrir la residencia, invitar a gente de todo tipo, personas que nunca antes habían tenido esa experiencia, supimos que trataríamos de hacer lo mismo aquí, de forma natural, organizando diferentes tipos de encuentros. Calculamos que el año pasado vinieron 7.000 personas a nuestros eventos diplomáticos». La diplomacia del embajador Costos pasa por el imperativo de ser un buen anfitrión. Lo es. Tiene fama de serlo. Tienen, en plural.

Michael S. Smith estudió diseño de interiores en el reputado Otis College of Art and Design de Los Ángeles y en el Victoria and Albert Museum de Londres. Tiene su estudio en la ciudad californiana y su lista de clientes la forman gente adinerada y famosos: Michelle Pfeiffer, Dustin Hoffman, Cindy Crawford, Steven Spielberg. Al mudarse los Obama a la Casa Blanca, fue el encargado de redecorar el ala residencial del edificio. Hizo lo mismo, naturalmente, en la residencia del embajador en Madrid. Smith es clave: en el empeño del embajador Costos por llevar a cabo un nuevo tipo de diplomacia y en la forma de hacerla; aunque solo pase un tercio de su tiempo en España. «Creo que el hecho de no estar aquí siempre es muy útil para nosotros, porque estando en Nueva York o en Los Ángeles veo a gente que conocemos que puede ser muy útil para la misión, gente de la industria del cine con la que me reúno, por ejemplo, y que deciden que quieren gastar un dinero considerable en España haciendo películas, o estoy en

 

Washington y hablo con gente de programas que queremos llevar a cabo aquí. En la Casa Blanca aún tengo proyectos en marcha que tienen que ver con la decoración, y el hecho de tener que ir allí mantiene muy viva nuestra misión ante el Gobierno».

Mallorca para el futuro

La embajada son los dos. Su entusiasmo, sus relaciones, su cultura; su manera sofisticada de estar. Su agenda interminable, de los conocidos de antes, de siempre, ahora al servicio de la diplomacia. Viene un amigo, ejecutivo de Google, por ejemplo: se le pone a hacer algo. Viene una amiga, ejecutiva de HBO: se la envía a un colegio a hablar. Vienen pintores amigos y se organiza una cena de pintores. «Ser emprendedores es uno de los grandes valores de exportación de EEUU, y es algo que estamos empeñados en traer aquí -dice Costos-. Por ejemplo: hay un grupo de artistas amigos que si todo va bien vendrán en primavera, y son artistas que han tenido que luchar mucho por cumplir sus sueños, pero que al final han tenido éxito, así que es importante traerlos para que hablen de eso, de cómo lo han hecho, de cómo lograron volverse comerciales como artistas». Ningún acontecimiento social de los que tienen lugar en la residencia carece de contenido: todo está al servicio del encuentro, y del encuentro se espera siempre que surjan cosas. A conoce a B. Juntos inventan la máquina de llover.

«En realidad creo que todo esto es diplomacia a la antigua -reflexiona Smith-. Los dos hemos leído muchos libros sobre embajadores de los años 50 y 60, cuando las comunicaciones no eran tan fáciles entre Madrid y Washington, y lo que tenías que hacer era estar sobre el terreno, sin la comunicación constante, el viejo estilo es eso, y el modo en que usamos la casa es clásico, porque la casa era lo importante en un mundo sin tantas comunicaciones». Ser embajador, embajadores, desde la perspectiva de Costos y Smith, es serlo además las 24 horas, en la oficina y fuera de ella. «Cuando coges tu chaqueta y te marchas comienza tu segundo trabajo, el de integrarse en la sociedad, estar en la comunidad».

El embajador y su -ahora lo sabemos- futuro esposo tienen una ventaja, y es que están en un lugar por el que sienten casi una publicitaria devoción. A España habían venido varias veces, siempre de vacaciones, y siempre rozando un sentimiento parecido al amor. Uno no dice no cuando lo llama el presidente Obama, y menos si lo quiere enviar a uno de sus lugares favoritos. Sí, claro: los dos habían recaudado un dineral para la campaña presidencial. «El primer lugar al que vinimos fue Mallorca -cuenta Costos-. Nos bajamos del avión, fuimos al hotel y Michael al día siguiente dijo: 'Quizá deberíamos retirarnos en un lugar así'. Y yo dije: 'Sí, este debería ser el lugar'». Interviene Smith: «La verdad es que dijo eso en todas partes, en Mallorca, en Sevilla, en Extremadura…». En ese sentido actúan como los depositarios de un secreto a compartir: en Nueva York, Smith es una especie de embajador del turismo español, el hombre que se reúne con alguien de Vanity Fair y le dice que debería hacer un artículo sobre los hoteles de España. «A amigos nuestros que están planeando su luna de miel les decimos: 'No vayas al sur de Francia, ven aquí'. Después nos llaman diciéndonos que están encantados».

Sí, claro. También departen con políticos. Es parte del trabajo.