¿Funciona la innovación educativa?

Catalunya abre el debate para evaluar los efectos de las nuevas metodologías docentes

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MARÍA JESÚS IBÁÑEZ / BARCELONA

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La transformación educativa, aseguran quienes la abanderan, ya no tiene vuelta atrás. Los cambios que cada vez más escuelas e institutos están introduciendo en las maneras de enseñar, en la organización de horarios y espacios, en los materiales de trabajo de profesores y alumnos han llegado para quedarse. No se trata, agregan las entidades, maestros y directores que han apostado por la innovación, de formar solo a alumnos para que sean buenos en Matemáticas, en Lenguas o en Ciencias, sino para que sepan también trabajar en equipo, que tengan autonomía personal y que sean capaces de resolver problemas complejos, entre otras habilidades. Queda, sin embargo, un asunto todavía por resolver: ¿cómo saber si todos estos cambios dan buen resultado?

"Este es uno de los debates más importantes abiertos ahora mismo en Catalunya", constata Joan Mateo, presidente del Consell Superior d’Avaluació del Sistema Educatiu. Cierto es que el fenómeno es relativamente reciente en Catalunya, pero convendría empezar a crear ya las herramientas para medir, para evaluar, si la innovación funciona. "Y hay un interés especial de la Administración por participar en el debate y por tratar de buscar fórmulas", anuncia Mateo. Es importante encontrar el modo de hacerlo, prosigue el que fuera secretario de Políticas Educativas de la Generalitat, "porque desde el momento en el que se evalúa algo, empieza a ser valorado por la población y tomado en consideración".

La misma OCDE, impulsora del informe PISA sobre educación, es consciente del problema. Su departamento de Estrategias de Innovación tiene un centro específico dedicado a la investigación y la innovación educativas (CERI, en sus siglas en inglés), que ha constatado que una de las razones por las que la creatividad y el sentido crítico "no se promueven de manera sistemática en las escuelas es porque rara vez se han establecido formas de evaluarlos formalmente". Otra razón, añade, es que, "más allá de un acuerdo sobre el objetivo general, no está claro cómo estas habilidades pueden ser articuladas por profesores, estudiantes y responsables políticos, especialmente como parte del plan de estudios".

EVALUAR LO QUE NO SE EVALÚA

Aquí, lo que urge es "comenzar a evaluar lo que ahora no se evalúa", insiste Pepe Menéndez, director adjunto de Jesuïtes Educació. La organización religiosa, que hace tres años puso en marcha un plan de innovación educativa en sus escuelas en Catalunya, presentará en las próximas semanas los primeros resultados de la evaluación hecha al programa, bautizado como Horitzó 2020. En el proyecto evaluativo están implicadas las universidades Pompeu Fabra (UPF) y Ramon Llull (URL) y la Northwestern University de Chicago y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, detalla Enric Masllorens, director de las escuelas jesuitas.

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"La autonomía personal de un alumno es tan importante como su dominio de la lengua. Ahora estamos evaluando solo lo académico, pero tendríamos que ser capaces de encontrar cómo evaluar lo transversal, lo personal", subraya Menéndez. Y recuerda que la autonomía personal, las competencias digitales y emocionales y el denominado aprender a aprender "están en el currículo de habilidades y competencias que deben adquirir los estudiantes catalanes… Igual que las Mates o las Lenguas".

"Necesitamos nuevos mecanismos que permitan saber si un alumno ha adquirido habilidades que son difíciles de medir, como el espíritu crítico o la capacidad de trabajar en equipo, pero que son competencias que le serán necesarias en la vida adulta", clamaba Boris Mir, exdirector del instituto-escuela Les Vinyes de Castellbisbal, en la presentación del programa Escola Nova 21 al que se han adherido más de 500 escuelas.