El estigma de portar el VIH

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BEATRIZ PÉREZ

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Clara Blanco tiene 58 años y hace siete meses que vive en Can Banús, un centro de acogida que la Fundació Acollida i Esperança abrió en el 96 en Badalona para atender a personas que sufren exclusión social. Todas ellas están afectadas por el VIH/sida y carecen de recursos económicos. Clara, portadora del virus, es una de las 27 que conviven en este hogar-residencia: "Tenía 27 años cuando me contagié de VIH y estaba metida en las drogas. Luego me enganché a la metadona", cuenta esta mujer que lleva 30 años medicándose.

Ha vivido los avances de la enfermedad. "He llegado a tomar hasta 36 pastillas. Ahora solo tomo tres y media por la mañana y otras tres y media por la noche. Son retrovirales, que impiden el desarrollo de la inmunodeficiencia", explica. Clara fue una de las muchas víctimas que se cobraron los 80. "Cuando yo era drogadicta no había información alguna. Los de mi generación están todos muertos y los que quedamos nos autodenominamos 'supervivientes de la gran guerra del sida'". Para esta mujer, el VIH es una "enfermedad social", pues "la gente no está dispuesta a sensibilizarse con los enfermos". "Mi familia me da de lado por esta enfermedad, pero, si tuviera cáncer, vendrían a verme cada día", lamenta Clara.

Tampoco tuvo las cosas fáciles a la hora de buscar trabajo. Años atrás realizó cursos de enfermería, pero asegura que nunca llegó a conseguir un puesto por esta cuestión. Todo va mejor desde que está en Can Banús, donde participa en talleres de 'collage', en clases de yoga, hace salidas con más compañeros... "Aquí me siento muy bien y nadie me rechaza. Me estoy encontrando a mí misma. Can Banús fue mi salvación, llegué en las últimas porque estaba alcoholizada".

ESTIGMA

Liberto Prats, también portador del virus, lleva en Can Banús desde junio del 2015. Habla, como Clara, de los tiempos en que palabras como 'sida' y 'VIH' eran completas desconocidas. "Entonces nadie sabía nada. El estigma era mayor y te sentías más rechazado", opina este hombre de 54 años, que tampoco ha olvidado aquellos primeros tiempos de la medicación. "Las pastillas te consumían toda la grasa. Se te notaba más lo que tenías". Liberto se contagió en 1986.

Sin embargo, pese a que tanto Clara como Liberto contrajeron el VIH hace tres décadas en un momento en que todavía existía un gran desconocimiento al respecto, los expertos alertan de la hornada de jóvenes que están llegando al virus no a través de las drogas, sino del sexo sin protección. María José Ferrer es psicóloga de la unidad de VIH del Hospital Germans Trias i Pujol (Can Ruti) y de la Fundació Lluita contra la Sida, ubicada en las instalaciones del mismo, también en Badalona. "Hoy por hoy, la sexual es prácticamente la única vía de transmisión", advierte esta especialista que trabaja tanto con jóvenes con mayores.

"El VIH es la única infección sobre la que la gente hace un juicio de valor durísimo. ¿Por qué? Porque el sexo es tabú y tendemos a relacionarlo con la promiscuidad, cuando no es así", asevera. A partir de su experiencia, dice que no hay tanta información como pensamos, pues "se deja de hablar de esto cuando pasa el Día Mundial del Sida [1 de diciembre]". "A nivel farmacológico, el VIH ha avanzado muchísimo. La vacuna está en marcha. En cuanto a los prejuicios, no se ha avanzado tanto". 

La prueba de que existen es, por ejemplo, la dificultad de contar con testimonios de personas, sin problemas de drogas o alcohol, que hayan contraído el VIH por vía sexual. "Las personas con el virus tienen miedo al rechazo. Y la gente tiene que tener claro que el VIH solo es transmisible en condiciones muy concretas y especiales", explica la psicóloga.

TRABAJO

"A mí me rechazaron en una entrevista de trabajo por no querer explicar por qué tenía una discapacidad del 75%", cuenta Angelines García, de 49 años. Según ella, esta discapacidad se debe a que es portadora del VIH, el cual contrajo en 1992. "Fue por compartir jeringuillas". Hace 15 años que está "fuera de todo eso" e incluso tiene dos hijos, nacidos por cesárea, que no tienen el virus.

"Antes tomaba 16 pastillas. Ahora solo una a la noche. Hoy vivo bien, he subido de peso, me han subido las defensas. Yo, que he estado a punto de morirme tres veces por neumonía", continúa Angelines, que cobra la pensión no contributiva y es voluntaria en la Associació Ciutadana Anti-Sida de Catalunya (ACASC), con sede en el Raval barcelonés.

En ACASC acompaña a personas con la misma problemática, atiende el teléfono, gestiona pruebas del VIH. "Me ha subido la autoestima. Aquí no cobro, pero sí ayudo y para mí es muy importante", manifiesta.