La escasa eficacia de la vacuna antigripal satura las urgencias

Un médico ausculta a una niña, ayer en el Hospital de Nens de Barcelona.

Un médico ausculta a una niña, ayer en el Hospital de Nens de Barcelona.

ÀNGELS GALLARDO / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La epidemia de gripe de este año está saturando los servicios de urgencia de los hospitales y los centros de asistencia primaria (CAP) en unas proporciones que superan a las de la pandemia del 2010 y mantienen en situación de alerta a los responsables sanitarios. El área de urgencias del Hospital del Vall d'Hebron, la de mayor envergadura de Catalunya, atiende esta semana a un 30% más de pacientes que en el epicentro de la epidemia gripal de hace un año, con una alta proporción de ingresos de enfermos en situación grave. La agresividad de los virus que este invierno contaminan el aire, en especial el H3N2, era conocida por los microbiólogos, que confiaban en que esa mayor virulencia fuera atenuada por la vacuna que se administró el pasado otoño a un millón y medio de ciudadanos, los más vulnerables ante una infección gripal. Pero no está siendo ni mucho menos así. La vacuna no tiene ningún efecto en un 48% de quienes la recibieron.

Ese alto grado de discordancia entre la composición de la vacuna diseñada para este año y los virus que realmente circulan -una disparidad que los microbiólogos consideran inevitable dada la imparable mutabilidad de los virus de la gripe- puede afectar a la confianza de los ciudadanos en este preventivo, algo que los médicos intentan por todos los medios evitar. «La vacuna protege este invierno menos que otros años, pero es lo mejor que tenemos y para un 52% de los vacunados está siendo eficaz -advirtió ayer la doctora Assumpta Ricart, responsable de urgencias en el Vall d'Hebron-. Es muy importante que los ciudadanos no dejen de vacunarse cada invierno».

El servicio que dirige Ricart atendió el pasado lunes a 340 personas, el 70% de las cuales ocuparon cama en alguno de los niveles de atención en que se distribuyen las urgencias. El miércoles, la unidad sufrió la peor saturación de esta temporada. Ayer, a mediodía, permanecían seis pacientes en el pasillo de urgencias, a la espera de cama libre. «Se les atiende y les hacemos pruebas precisas, pero no podemos instalarlos donde merecerían -admitió Ricart-. Esos enfermos no pueden volver a sus domicilios. Sufren ahogos por insuficiencia respiratoria o cardiaca. Está justificado que hayan venido. La infección de la gripe se les convierte en una grave complicación».

Antes de que esos pacientes ocupen cama en el servicio de urgencias -79 unidades, con distinto grado de aislamiento- se analizan sus esputos para determinar qué cepa del virus gripal sufren. Es preciso evitar la coincidencia bajo un mismo techo de dos cepas dispares. «De otra forma, los pacientes se reinfectarían de uno a otro», explicó Àngels Barba, responsable del personal de enfermería.

El personal sanitario entra en las habitaciones de los enfermos con gripe -de total aislamiento- completamente protegidos -traje, mascarilla, gorro, guantes-, ya que es prioritario evitar el contagio entre ellos y que la infección se extienda por el resto del hospital. «Vestirnos y desvestirnos al entrar y salir de la habitación es una carga que complica nuestro trabajo, pero es necesario, especialmente este año, con unos virus tan agresivos y los ciudadanos tan poco protegidos», dijo Barba.

La situación del Vall d'Hebron es extensible al resto de centros sanitarios catalanes. Este hospital renovó hace tres años su área de urgencias, reorganizó la recepción y priorización de los enfermos en función de su gravedad y dotó a las salas de espera de paneles que informan de los tiempos de demora. Pero, como queda demostrado esta semana, el servicio sigue resultando insuficiente para absorber a la población que acude justificadamente a urgencias.

«Seguimos trabajando al límite, el servicio se nos ha vuelto a quedar pequeño -admitió Ricart-. La mayor dotación de estructuras de un hospital no puede afrontar un fenómeno social que nos supera: cada vez hay más población envejecida, con problemas graves, que viene a urgencias porque es aquí donde se le debe atender». «Nosotros los visitamos con la inmediatez que cada uno requiere, pero es evidente que no podemos ofrecerles las condiciones de intimidad y confort que les corresponde -prosiguió la responsable de urgencias-. La demanda en este servicio no tiene límite, pero sí tenemos un presupuesto limitado». A su lado, en el primer acceso a urgencias, Fabián Fernández, de 79 años, la observaba, absorto, desde la camilla en que lo acababan de instalar. «Anoche estuvo devolviendo y esta mañana no sabe ni quién es él, ni quién soy yo, ni si tiene hijos. Y no puede andar», explicaba su esposa. «Acabamos de llegar», añadió, mientras se llevaban a su marido a un box médico. Todas las habitaciones estaban ocupadas, excepto dos siempre liberadas para una emergencia.

Otros 43 pacientes que acudieron a urgencias hace varios días son atendidos esta semana en sus domicilios. Un médico y una enfermera los visitan a diario y se aseguran de que el dispositivo de oxígeno o el gotero de los fármacos que manejan en casa funcionan correctamente.