TRATAMIENTO PIONERO EN EL MUNDO

«He perdido 20 años»

Elena, la primera enferma de esquizofrenia tratada con los neuroestimuladores, remonta poco a poco

A. M. / BARCELONA

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Elena, que ahora tiene 47 años, llevaba más de dos décadas sufriendo un martilleo constante: «Creía en mi interior que me perseguían, que me vigilaban, que todo el mundo me quería hacer daño. También querían dañar a mi hermano». Su vida se fue retrayendo hasta el punto de que la obsesión la dejaba encerrada en casa sin salir nunca. Perdió la mayoría de las amistades. Tenía problemas para leer o para concentrarse viendo la televisión. Comía demasiado o demasiado poco. Gritaba sin motivo aparente...

«Aunque no estoy curada del todo, estoy remontando -dice esperanzada-. Y para celebrarlo me voy a ir este verano de viaje a Escandinavia y el Báltico con mi madre. Me hace muchísima ilusión».

Esos «20 años perdidos», como los define melancólicamente, no se han borrado de su memoria, pero sí han quedado atrás, o prácticamente atrás, gracias a los pequeños neuroestimuladores contra la esquizofrenia implantados en su cerebro por el equipo médico del Hospital de Sant Pau de Barcelona. «Mira, ya no se ve el corte en el cráneo», presume con coquetería. Si todo va bien, Elena no deberá pasar por nueva cirugía hasta dentro de dos años, cuando se agoten las pilas del marcapasos que regula los electrodos, pero será una operación sencilla «porque está aquí, bajo la piel», prosigue, mientras señala el costado de su cintura. «Me había dejado llevar, ya ni me apetecía cuidarme. Engordé muchísimo. Lo que no he podido es dejar de fumar. Fumo demasiado», dice con naturalidad.

Conejillo de Indias

¿Cuál es el cambio mayor que has notado tras la operación? «Lo principal es que ya puedo salir sola. A veces lo hago hasta tres veces al día. Parece poco, pero para mí es un cambio brutal. Antes solo podía salir al balcón. O para ir al médico, por obligación. Ahora me voy a tomar un café al bar, leo el periódico y saludo a los vecinos que me conocen. Sigo un poco acelerada, pero creo que eso ya es mi forma de ser -insiste-. Aunque me siento un poco como un conejillo de Indias, estoy muy contenta».

El calvario de Elena empezó a los 16 años con diversas crisis que se atribuyeron en un principio a problemas depresivos. Se repitieron a los 20. «También fue clave la larga enfermedad de su padre, que estuvo un año ingresado y luego murió. La experiencia aceleró el problema», considera la doctora Iluminada Corripio. A los 22 se le diagnosticó la esquizofrenia. Tuvo que dejar los estudios de Derecho y el trabajo en una oficina.

Elena tiene recuerdos de agradecimiento para todo el personal del hospital, para su madre, su hermano, su cuñada, sus «fantásticos» sobrinos y también para algunas amistades que han seguido a su lado, pero lamenta con dolor el comportamiento de algunas grandes amigas. «Cuando tienes esquizofrenia no solo sufres la enfermedad, sino que la gente te abandona. Eso me pasó a mí», dice emocionada. «No he tenido nuevas amistades, pero ahora confío en hacerlas. Y, quién sabe, igual hasta busco algo más», dice bromeando.

«No pido nada. Me gustan las cosas sencillas. Me gustaría estudiar inglés. Sabía algo, pero se me ha olvidado de tantos años sin practicar. También quiero volver a leer. Y ver películas. A tocar el ordenador aún no me atrevo. Quiero ir poco a poco, sin agobios», prosigue. Elena acude a Sant Pau cada 15 días para que los especialistas que la tratan le ajusten la dosis del neuroestimulador. «Me encanta Barcelona. Puedes pasear sin que nadie te conozca -concluye-. Tengo la sensación de haber perdido el tiempo. He estado muy mal».