Educar a papá para las colonias

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MARÍA JESÚS IBÁÑEZ / BARCELONA

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Pocos cuestionan hoy el impacto educativo que tienen las colonias de verano, que en los últimos años han multiplicado su oferta y se han ido convirtiendo, cada vez más, en espacios en los que el niño adquiere valores, aprende cosas nuevas y gana en autonomía personal, lejos de casa y del colegio. Para los chavales son (suelen serlo) experiencias enriquecedoras y, para los padres, un modo de hacer más llevaderas las largas vacaciones escolares. Pero si tan positivo es mandar al niño de campamentos, si tantos beneficios tiene para unos y otros, ¿por qué todavía hay quien los ve con recelo?

"Es cierto que a muchos padres se les hace difícil alejarse de los niños durante tantos días, sobre todo cuando son más pequeños. Entre otras razones, porque vivimos unos tiempos de gran sobreprotección hacia los hijos", reflexiona Pere Vives, responsable del área de Educación Ambiental de la fundación Pere Tarrés, una entidad que este verano organizará colonias para más de 20.000 menores. 

Las escuelas hace tiempo que los tienen identificados, hasta el punto que el 83% de los docentes han detectado, en alguna ocasión, que son los progenitores quienes han hecho los deberes escolares de sus hijos. También los responsables de casas de colonias y organizadores de campamentos han tenido que lidiar a menudo con ello. 

"Cada vez recibimos más niños con problemas de estrés y de ansiedad, con muchos miedos, con una autoestima muy baja y con una gran falta de confianza", constata Cristina Gutiérrez, directora de La Granja de Santa Maria de Palautordera. El causante de estas situaciones es, en la mayoría de los casos, "la presión que ejercen los padres sobre ellos", opina Gutiérrez, por cuyas instalaciones del Vallès Oriental pasan anualmente unos 10.000 pequeños. 

"Son niños que están acostumbrados a tener a algún adulto siempre pendiente de ellos: cuando se les cae algo, mamá lo recoge; cuando salen del colegio, papá carga con la mochila", subraya, por su parte, Genoveva Rosa, doctora en Pedagogía y vicedecana de la facultad de Educación Social de la Universitat Ramon Llull (URL). El resultado es que "estos niños acaban presentando serias dificultades para solventar sus propios problemas", apostilla Rosa.

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"Pero estos padres preocupados han de comprender, primero, que también ellos han de aprender a vivir sin los niños, que es incluso positivo para la relación, y, segundo, que es necesario que los pequeños convivan con otros chicos como ellos", prosigue Pere Vives.

NIÑOS PERMANENTEMENTE FELICES

No muy alejados de este perfil están los padres obsesionados porque "los niños sean permanentemente felices", señala Cristina Gutiérrez, la directora de La Granja. Este es el caso de las familias que sufren el denominado síndrome de la agenda vacía, agrega la terapeuta Verónica Rodríguez Orellana. Esta especialista en 'coaching' calcula que dos de cada cinco familias españolas padecen esta mal y se dedican a programar actividad tras actividad para que sus hijos estén siempre ocupados.

"A las puertas del inicio de las vacaciones, se produce la paradoja de las exigencias de la conciliación laboral frente a la situación en la que muchos niños despiertan cada día con una agenda repleta de actividades. Es en esta búsqueda de ocio para los niños donde se produce una sobreocupación infantil en la que casi es imposible que los pequeños puedan descansar", avisa Orellana.

Los que organizan campamentos se las ven y se las desean para tratar de compatibilizar los deseos de los padres, satisfacer las necesidades de los hijos y mantener el espíritu de las colonias estivales. "Nos encontramos con que los progenitores, que son los que pagan, quieren sacar un rendimiento del tiempo que el chaval pasa con nosotros, ya sea para que aprenda inglés o para que mejore en un deporte", señala el responsable de Pere Tarrés. 

"Pero también hemos de enseñarles a saber aburrirse, a reflexionar, a tener paciencia", indica la vicedecana de la facultad de Educación Social de la URL. La pedagoga está convencida de que un menor es más feliz "cuando estimula sus propias capacidades, cuando disfruta haciendo lo que le sale bien". De la misma opinión es Cristina Gutiérrez. "Tenemos una generación de niños en los que domina el 'yo-yo' y el 'ya-ya': porque ellos son siempre lo primero y porque lo quieren todo de inmediato", lamenta la educadora, que ha desarrollado unos itinerarios para que los que visitan su granja escuela trabajen las emociones y otros valores, "como la confianza, el trabajo en equipo o la autoestima".

De todas maneras, "lo primero que hay que tener claro es que tanto los padres como los hijos han de estar convencidos de que las colonias son la mejor opción. Hay niños que no lo pasan bien y no hay que forzarlos... Ya les llegará el momento", objeta Maria Vinuesa, miembro de la junta de la asociación pedagógica Rosa Sensat.