Educar en la empatía

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CÉSAR BONA

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Estos siete últimos años he viajado por la escuela pública en todas sus formas, y he tenido la suerte de conocer a niños extraordinarios. En un colegio de los que llaman "de difícil desempeño", en Zaragoza, me dieron la clase de cuarto de primaria, la más conflictiva según los compañeros. Muchos niños no sabían leer con 10 años, y los primeros días eran un pulso constante. No pretendí hacerles aprender: quería que me enseñaran. Y allí, mientras Javi me daba pautas para tocar el cajón gitano yo les escribía una obra de teatro para que pudieran acercarse a la lectura. A Juanque faltaba a la mitad de las clases, le dio por venir más a menudo y ya entendía algunas palabras. Cuando me despedí el último día, Abraham me regalaba entre lágrimas una colonia marca Armario.

Cogí mis cosas y aterricé en un pequeño pueblo a 60 kilómetros de la capital aragonesa. Bureta, se llama. Solo 200 habitantes y una escuela con seis niños de cinco edades distintas. Me preocupaba cómo iba a hacerme cargo de esos niños sin volverme loco. En los dos años en los que conviví con ellos descubrí cómo la fuerza de la imaginación podía hacer que los sueños de unos abuelos se hicieran realidad. Aún hoy, cinco años después, esos niños siguen invitando a sus cumpleaños a Pura, que quería ser maestra, y que les regala caramelos cuando van a buscarla.

El destino me llevó a Muel, otro pueblo de Aragón. Conocí a 12 chicos y chicas de cuarto, que en su defensa de los animales consiguieron invertir el sentido de la educación y enseñar a los adultos que hay que ponerse en el lugar de otros seres para ver qué sienten y actuar en consecuencia. Siendo niños les escucharon un alcalde, unos diputadosabogadas, futuros maestros y maestras y futuros veterinarios. Y les escuchó Jane Goodall. La misma Jane que meses más tarde me diría: "Quiero que sepas que allá donde voy pongo a tus niños como ejemplo de esperanza en un futuro mejor". Y eso es lo que tengo yo, esperanzaConfianza en una generación con niños que aprendieron que si te propones algo y luchas por ello, lo consigues.

En todos esos proyectos, nadie estaba obligado a involucrarse ¿Por qué funcionaron en la escuela? Porque no eran obligatorios. No se puede obligar a nadie a ser respetuoso, por ejemplo. El respeto no se impone. Como tampoco se puede imponer la amistad. A todos los maestros y maestras nos ha pasado alguna vez que dos niños se peleen. Les cogemos de la mano, los ponemos uno frente al otro y les decimos: "Juan, tienes que ser amigo de Pablo". ¿Funciona? Probemos entonces a hacer lo mismo en una pelea de dos adultos. Meteos en medio, cogedles de la mano y decidles: "¡Parad! Tenéis que ser amigos". No, no funciona así. Tampoco puedo obligar a nadie a que me ame. La única manera es estimular a esa persona para que el respeto, la amistad o el amor salgan de dentro.

Siempre se dice que los niños son los adultos del futuro, pero no son solo eso. Son también los habitantes del presente, y debemos darles la oportunidad de opinar. Además, hay que darles herramientas para que sepan expresarse y debemos animar a la participación infantil en la sociedad. Donde mejor podría promoverse la participación de los niños en la sociedad es en las escuelas. Quienes más posibilidades tienen de animar a los niños son los maestros y maestras. Deberíamos, entonces, invitar a los departamentos de Educación a que formen a los futuros maestros o a que apoyen a los que ya son para que se trabaje con los niños desde su participación.

Los años pasan muy rápido. Entre esos niños están los futuros presidentes o presidentas de nuestras naciones. Pero también está el futuro panadero o la futura periodista, o el futuro marido que respetará a su mujer o la señora que tratará con cariño a los animales. Por eso es tan importante educar en empatía, que en la escuela aprendan sobre el respeto a las demás personas pero también a ellos mismos; el respeto al lugar donde viven y a los seres con quienes lo comparten. Eso, entre otras cosas, es por lo que la profesión de maestro es tan importante. Es hora de que la labor de los maestros y maestras se valore. Será el mejor premio que pueda recibir un docente.

Por cierto: el otro día di una conferencia en la facultad de Educación de Zaragoza ante 300 futuros maestros y maestras y allí Javi y Juan, mis primeros alumnos, levantaron a todos de sus asientos. Después, firmaron en el libro de honor de la universidad. Juan ya sabe leer.