Gente corriente

Eduardo Saiz: "Me paso día y medio para dibujar un diente"

Ilustrador científico. De haber nacido hace 200 años, Darwin lo hubiera llevado con él a bordo del 'Beagle'.

GEMMA TRAMULLAS

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En su estudio de Barcelona cuelga una frase que Charles Darwin pronunció al volver de casi cinco años de expedición a bordo del Beagle: «La cantidad de información que he perdido por no saber dibujar». Doscientos años después, ¿sigue teniendo sentido el lamento del autor de El origen de las especies? Viendo los bellísimos dibujos de este ilustrador y biólogo de origen burgalés [active el código QR al final del texto para acceder a las imágenes], la respuesta es que sí.

-¿Así que no es usted una especie en peligro de extinción?

-No. La falta de inversión en ciencia nos tiene arrinconados a los ilustradores, pero la profesión sigue siendo útil. Le pondré un ejemplo. En Atapuerca, que es la vanguardia de la paleontología humana, tienen una colección de unos 500 dientes de homo heidelbergensis, que vivió hace unos 400.000 años. Estas piezas se han fotografiado desde todos los ángulos, cada una tiene una ficha completísima y, sin embargo, me llaman a mí para que las dibuje.

-Curioso. ¿Qué puede aportar el dibujo que no aporte la fotografía?

-La fotografía no deja de ser una instantánea: lo que en ese momento ve la cámara es lo queda. En cambio, yo me paso día y medio para dibujar un diente.

-¿Un día y medio para un solo diente?

-Sí, porque lo dibujo en cinco posiciones distintas y puedo destacar lo que me parece más importante y obviar lo que menos importa. Al final, el resultado es una imagen que no es exactamente la del fósil, sino que yo la he intelectualizado, reelaborado e interpretado, y lo que muestro no es su aspecto natural, sino lo que realmente interesa de ese diente. Se trata de narrar algo de forma rigurosa a través de la imagen.

-Más allá del rigor, algunos de sus dibujos rayan el arte.

-Me esfuerzo en crear una escena que, además de una descripción morfológica rigurosa, tenga agilidad narrativa y una estética atractiva. Además, el misterio de la vida es una pasión tremenda para mí.

-Sus descripciones de la trashumancia, por ejemplo, emocionan.

-Durante mi infancia en Burgos los repartos de leche y pan aún se hacían con carros. Ibas por la calle y veías caballos, mulas, burros y, en la época de traslado del ganado del valle a la montaña, pasaban por el centro de la ciudad rebaños que no terminaban nunca. El contacto con los animales era permanente, y eso se fue incorporando a mi universo. Desde niño lo memorizaba todo y cada día, al volver de la escuela, dibujaba hasta la hora de la cena.

-¿Conserva aquellos primeros dibujos?

-Por fortuna, sí. Tenía un tío que me los compraba todos. Me los valoraba por tamaño y por dificultad técnica y me daba cinco o diez céntimos -¡de peseta!- por cada uno. Cuando falleció, mi tía me hizo el inmenso regalo de entregarme una carpeta con todos aquellos dibujos que él había guardado durante tanto tiempo.

-¡Qué emoción sentiría!

-Muchísima. Al volverlos a ver después de 50 y tantos años me transportaron al momento exacto en que los estaba dibujando. Te concentras tanto al elaborar todo lo que dibujas que la experiencia se te queda grabada para siempre.

-¿Era un niño prodigio con el lápiz?

-No era tan bueno dibujando como observando. En aquellos dibujos se ven una cantidad de detalles poco habituales en niños. Tenía obsesión por contar lo que había visto y desmenuzar hasta el más mínimo detalle. Y eso es el dibujo científico: narrar algo mediante la imagen de forma rigurosa.