BALANCE DE MUERTES EN EL AGUA

Dos km de playa para Bravo

Vigilancia 8 Marta y Jordi, dos socorristas, hacen una ronda de vigilancia en la playa de Riumar, en Deltebre, ayer.

Vigilancia 8 Marta y Jordi, dos socorristas, hacen una ronda de vigilancia en la playa de Riumar, en Deltebre, ayer.

S. B./ DELTEBRE

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«De Papa 17-1 a Bravo 17-9». Durante la mañana, aún nadie ha lanzado desde la torre de vigilancia este mensaje de códigos a través del walky. El mar está en calma en esta zona norte del delta del Ebro, no hay medusas, ningún pez araña amargando el relax playero, así que la principal amenaza parece ser el sol que cae a plomo sobre las pieles. En Bravo 17-9, la caseta de socorro que la Cruz Roja tiene en la playa de Riumar (Deltebre), no ha habido urgencias que atender hasta el mediodía en este 17 de julio. Pero tanto sosiego se puede romper en cualquier momento.

El verano pasado, en estos dos kilómetros de arena de Riumar los socorristas prestaron más de 350 asistencias. Deltebre tiene ocho kilómetros más de playas sin servicio de vigilancia. «No se puede abarcar todo, sería completamente insostenible», asegura Marcos Ventura, presidente de Cruz Roja en Deltebre y Sant Jaume d'Enveja y, además, responsable de playas en el ayuntamiento del primer municipio. Sesenta y dos de los 70 municipios catalanes del litoral tienen playas vigiladas, con 500 puntos de vigilancia y 759 socorristas en el 2014.

En lo alto de la torre, la atención es máxima. No está permitido fumar, ni llevar teléfono móvil, ni entablar conversación con nadie. Cada uno hace turnos de una hora. «Observamos hacia dónde van las colchonetas en el agua y los patrones de comportamiento de los bañistas para detectar si alguno quiere llamar la atención», comenta Jordi Cervera, uno de los siete jóvenes contratados este año en Deltebre para dar el servicio de salvamento y socorrismo.

FP de grado medio

Tienen entre 19 y 27 años, y formación de FP de grado medio de Salvamento y Socorrismo, los títulos de manejo de desfibrilador automático y primeros auxilios. Para algunos, esta ocupación empezó como un simple trabajo de verano, pero hay a quien le ha enganchado y ha encarrilado sus estudios hacia algo relacionado. Mientras no hay emergencias, charlan, hacen rondas de ejercicios para mantener la forma física y periódicamente dan una vuelta con la embarcación de salvamento. «Ahora todo es calma chicha, pero cuando entra el poniente la cosa cambia», advierte Ferran Gisbert. El poniente es un viento traicionero, explican, porque se forman corrientes que arrastran a los bañistas hacia lo profundo. El año pasado efectuaron siete rescates por ahogamiento, si bien ninguna persona llegó a perder la vida, pero los más veteranos han tenido que lidiar con situaciones complicadas.

Niños perdidos, heridas causadas por la hélice de alguna embarcación, surfistas con fracturas óseas o musculares lejos de la costa en pleno temporal y, sobre todo, picaduras de medusas y pez araña. El año pasado, 238 bañistas salieron del agua con picaduras. Es, de hecho, la incidencia más frecuente en las playas catalanas. De las casi 18.000 atenciones prestadas el año pasado, el 67% fueron por medusas, el 10%, por el pez araña, y el 5%, por erizos. La cifra de intervenciones por rescates y ahogamientos se sitúa en torno al medio millar.

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