Dos mazazos consecutivos

El accidente de Germanwings y el ataque de un alumno complican la lucha contra el estigma

T. S.
BARCELONA

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«No creo que una persona con depresión sea capaz de hacer esto», afirma Anna Maria Esteve. Se refiere al hombre que se llevó tantas incógnitas, Andreas Lubitz, copiloto de Germanwings, al que se responsabiliza de estrellar el avión causando la muerte de todos sus ocupantes, él incluido. ¿La razón? No quedó clara, aunque sí trascendió que Lubitz había sufrido depresión, que había roto con su novia. En realidad nadie parece esperar un dato nuevo sobre el vuelo. Es un caso resuelto. Todo se adjudica a Lubitz y a lo inexplicable de la mente humana.

El director de Obertament, Miquel Juncosa, considera inaceptable que se dé por confirmada una versión que no lo está: «Nunca podremos saber qué pasó exactamente. Todo lo que se dijo es una especulación que hace mucho daño y nos hace retroceder». Juncosa se refiere a esa lucha contra el estigma, que en este caso se salda con derrota. Vaya usted a buscar trabajo una semana después del accidente y cuente que sufrió una depresión como la de Lubitz.

REACCIÓN IMPROBABLE

Sin embargo, recuerda Juncosa, la realidad estadística pone en cuestión la asociación entre el pasado de Lubitz y lo que hizo. El dato es significativo: el 15,2% de los catalanes presentarán a lo largo de su vida un episodio de depresión mayor. Todas las predicciones descartan que ese 15,2% reaccione causando masacres.

Cuando el recuerdo por lo sucedido en el avión seguía muy vivo, llegó la muerte de un profesor sustituto a manos de un adolescente de 13 años, cuya actuación se atribuyó a un brote psicótico.

El secretario de Obertament y presidente del Fòrum de la Salut Mental, Enric Arqués, diferencia los casos del avión y del instituto. Del primero dice que no hay pruebas que demuestren lo que se da por demostrado. En el caso del menor, admite que «no se puede decir» que no haya relación entre un posible problema de salud mental y lo que hizo, y puntualiza que sí es así, se sabrá. Y aunque apunta que es un caso excepcional, que la estadística es bajísima, constata que se trata de una cuestión cualitativa, que con un caso basta. Y ello a pesar de que las personas con un trastorno solo son protagonistas de más actos violentos si contamos los que ejercen contra sí mismos.

Entre los afectados por un problema de salud mental, el efecto es demoledor, afirma. «El impacto es muy fuerte y los afectados están hechos polvo. ¿Alguien le puede pedir ahora a un adolescente que dé la cara?», se pregunta Arqués. Y la respuesta parece lógica. Y además, prosigue, la gente primará el miedo a la solidaridad. Y la lucha contra el estigma será mucho más complicada.