Globos blancos en el patio

Una imagen del cementerio de Poblenou, en Barcelona.

Una imagen del cementerio de Poblenou, en Barcelona.

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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En ambos casos salieron al patio, leyeron unos versos y lanzaron al cielo unos globos blancos. Luego volvieron a sus pupitres, a sus pizarras, con la única intención de que la muerte de un compañero de clase dejara de atormentarles. Nadie está preparado para perder a un amigo, y menos a tan temprana edad. Dos escuelas de Barcelona, una en Sants-Montjuïc y otra en Nou Barris, tuvieron que hacer frente al fallecimiento de un alumno, un niño de 10 años que pereció en un accidente durante una excursión y una adolescente de 15 que no pudo más con su vida. En ambos casos se contó con psicólogos externos porque el centro carecía de las herramientas, y seguramente de las fuerzas, para abordar tan trágica situación. Sus directores, a los que aquí llamaremos Toni y Andreu porque piden su anonimato y el del centro, reviven esos días desde el cariño y el respeto.

"Teníamos muy claro que en ningún caso debíamos anular las clases aunque hubiera sido un golpe emocional muy duro. No queríamos cortar con la rutina porque habría significado magnificar la tragedia y después habría sido muy difícil volver a la normalidad". Toni tiene muy nítidos aquellos días. Sucedió hace dos años y no esconde que fue "un choque para todos". Explica que recibieron apoyo del ayuntamiento a través del Centro de Urgencias y Emergencias Sociales (CUES), y que el respaldo de la Administración "fue clave" para poder seguir adelante. Ellos fueron los primeros desencajados, los tutores. Los primeros en darse cuenta de que no sabían cómo gestionar la muerte de uno de sus niños "porque pasa un poco como con los accidentes de tráfico, que no te lo planteas hasta que un familiar tuyo muere en la carretera". Andreu tuvo que gestionar un suicido, en una edad muy complicada para los chicos de un instituto. También contaron con apoyo externo, pero desde el primer momento tuvieron claro que no había que incidir en la angustia del alumnado. "Celebramos una despedida en el patio a la que acudieron familiares y amigos de la chica que no estudiaban en nuestro centro. Fue algo muy sobrio, laico y simbólico. Hay que tener en cuenta que el entorno es muy voraz y que dar tanto pábulo a la angustia podría conducir a algún chico a una secta o movimiento pseudorreligioso que le prometiera respuestas y canalizar toda esa tristeza".Sacarlo todo 

Isabel Ferrer es la psicóloga responsable del CUES, un equipo de unas 70 personas que, entre otros menesteres, asisten a familiares o amigos de personas fallecidas en circunstancias trágicas, ya sea un accidente de tráfico o, como en el caso que aquí ocupa, el deceso de un estudiante. Suele ser la escuela la que pide ayuda a la Administración para tratar los temas relacionados con la violencia, la muerte o el suicidio. Lo ideal, detalla, es que se trabaje con los profesores, y que sean ellos los que se dirijan directamente a los estudiantes. En el caso del suicidio, al tratarse de adolescentes, sí se habló directamente con la clase. Se realizó un taller en el que todos pudieron sacar la rabia contenida, la incomprensión ante la decisión de terminar con la propia vida. "Es importante que no se guarden nada, que en esos primeros días hablen de lo que sienten, que no dejen sentimientos pendientes".

José Luis Regojo es profesor de instituto y autor del libro Max y su sombra, que intenta explicar el suicidio a los menores. "Nadie nos dice nada sobre la muerte cuando somos niños. La tenemos muy escondida, y si se trata de un suicidio, mucho más todavía". Lo escribió pensando en los niños, pero muchos adultos le agradecen la publicación. Tampoco ellos se habían enfrentado nunca a la muerte.