"Dejé de ser fraile porque quería enamorarme"

Eduard y Maria Jesús, antes que pareja, padres, abuelos y heladeros fueron capuchino, él, y religiosa secular, ella

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CARME ESCALES / BARCELONA

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Entre estantes de libros y poemas de Pedro Salinas y Joan Salvat-Papasseit, los versos fueron hilvanando la atracción entre Eduard Eroles (El Poal, 1946) y Maria Jesús Martí (Ciutadella, 1938).

Él había sido fraile capuchino y ella, monja secular. Ella trabajaba en El Hogar del Libro, en la barcelonesa calle de Bergara, también cantaba y formaba parte de grupos de folk. La pareja se había conocido, unos años atrás, en un curso de música en Lleida. Y fue el reencuentro fortuito en la librería el que fijó el inicio de una fecunda amistad.

"La complementariedad y la sintonía nos unía", expresa Eduard Eroles. "Compartíamos poemas, y era como tirarnos florecitas. La transparencia de sus ojos azules, su sencillez y sinceridad, pero también sus inquietudes y generosidad me enamoraron", evoca Eroles, que antes de dejar los hábitos ya ansiaba encontrar el amor. "Yo no dejé de ser capuchino porque me hubiera enamorado, sino porque quería enamorarme".

Siendo estudiante de Teología, Eroles participó en la Caputxinada y en la manifestación de curas de la Via Laietana, en 1966. El reconocimiento de los derechos de la mujer ha implicado socialmente a este exfraile que, con 12 años, entró en el seminario menor de los capuchinos de Igualada. "Uno de ellos había venido a la escuela a hacernos juegos de magia y nos habló de las misiones", recuerda. "Yo no sentía una especial revelación, pero me sedujo la idea de salir del pueblo", afirma.

COMO ANTES DEL SIGLO XIX

"En 1970, dejé la orden. No me sentía lleno interiormente, ni acompañado", confiesa. "Además, el Concilio Vaticano II había anunciado muchos cambios en la Iglesia que no llegaron", prosigue. "El respeto a la figura de la mujer y la vida en común de hombres y mujeres en la Iglesia ni se tocaba", dice. "La mujer obtuvo su derecho a votar y a elegir cuándo ser madre, pero la iglesia seguía como antes del siglo XIX, en otra órbita", prosigue. "Y mientras en la iglesia oriental católica ortodoxa curas y monjas se casan, nuestra obediencia latina aún hace del celibato un tema tabú", compara. "El Concilio acabó en 1965, y en los años 70, hubo grandes crisis y desafecciones religiosas, casi el 80% de menores de 35 años dejaron el convento al no hallar en la Iglesia apoyo interior y afectivo", declara Eduard Eroles.

Maria Jesús Martí también había dejado su vida religiosa, aunque por otros motivos. Estuvo muchos años en un instituto secular católico, cuyos miembros profesan los tres consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. "Me encargaba de la enseñanza musical, hasta que murió mi hermana y tuve que ocuparme de mis seis sobrinos huérfanos", explica Martí, que tenía 33 años cuando conoció a Eduard, con quien tiene hoy dos hijos y cuatro nietos.

HELADEROS

"Nuestra religión la tradujimos en ayudar y estar con la gente", precisa Martí. "No deshicimos nuestra vida, seguimos teniendo amigos frailes y monjas, pero ampliamos amistades y familia. Vivimos como cualquier creyente", dice.

Sobre la reciente destitución del obispo de Mallorca Javier Salinas por su relación con una mujer, Maria Jesús Martí apunta: "En Menorca tenemos un dicho: 'Som de terra i terrajam'. Flaquezas y tentaciones tenemos todos, somos así. Por nada del mundo juzgaría si alguien hace bien o mal, pero la mentira me duele en el alma".

La pareja aprendió el oficio de heladero y en 1982, abrió Sa gelateria de Menorca, que hoy sirve delicias artesanales en tres heladerías propias y en cinco franquiciadas. "Compartimos nuestra felicidad con los otros, con la dulzura de un helado", concluye Eroles.