La hora de los deberes

Los alumnos de la Escola del Mar dedican una hora diaria al trabajo personal, donde la mayoría hacen los ejercicios encargados por los profesores

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MARÍA JESÚS IBÁÑEZ / BARCELONA

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Jana, Laia, Neus y Olatz estudian en la Escola del Mar, uno de los centros educativos que introdujo hace casi un siglo las nuevas metodologías pedagógicas en la ciudad de Barcelona. En el colegio, situado en una magnífica casa solariega del barrio del Guinardó, ("perteneció a un antiguo fabricante de tejas", cuentan las niñas), tienen un teatro, cinco o seis espacios de patio, un estanque con peces de colores, una pista polideportiva y hasta un planetario. Las tardes las dedican a realizar proyectos interdisciplinares, a trabajar por ambientes, a participar en talleres o a celebrar asambleas y hablar de valores... Y apenas ponen deberes.

"Bueno, a decir verdad, deberes sí tenemos, porque nos van mandando algunas tareas, pocas, para que las hagamos nosotros por nuestra cuenta", aclara Laia. "Lo que pasa -interviene Olatz- es que en el colegio tenemos una hora de estudio cada día y casi siempre terminamos los deberes en ese rato". De esta manera, «muy pocas veces hay que llevarse trabajo a casa», apostilla Neus.

La hora de estudio de la que hablan las chicas, alumnas todas ellas de sexto de primaria, aparece en el horario escolar como "la hora de trabajo personal", detalla la directora Teresa Guillaumes. Es un tiempo del mediodía pensado para que el alumno aprenda de forma autónoma, "en el que cada estudiante realiza una actividad individual: unos aprovechan para terminar los deberes, algunos juegan al ajedrez y otros dedican un rato a la lectura", explica Guillaumes.

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Esta es una escuela, prosigue la directora, "que funciona un poco entre todos, también con los alumnos", que tienen encomendadas distintas misiones y responsabilidades. Jana, Laia, Neus y Olatz son, por ejemplo, miembros del equipo de Protocolo, y este jueves les ha tocado acompañar a los dos periodistas que visitan el colegio.

CENTRO CASI CENTENARIO

La Escola del Mar, que se fundó en 1922 en la playa de la Barceloneta, "porque estaba pensada para niños con enfermedades respiratorias", dice Jana, recaló en el actual edificio del Guinardó en 1948, "después de haber estado también unos años en Monjuïc", continúa la niña. Fue una de las escuelas ideadas por el Ayuntamiento de Barcelona, a través de la Comisión de Cultura creada en 1916, para llevar una educación pública y de calidad a los hijos de las clases populares de la ciudad, entonces con altas tasas de analfabetismo.

La desaparición del inmueble originario de la escuela, pasto de las bombas en la Guerra Civil, no supuso la desaparición de "la filosofía bajo la que se creó", asegura la directora. Así, a lo largo de su trayectoria casi centenaria, cada curso ha mantenido "un nombre propio y cada nombre tiene su historia", señala la joven Olatz. Los de sexto, por ejemplo, son alumnos del Garbí, "que además de ser el nombre de un viento, era un libro del fundador de la escuela, Pere Vergés", puntualiza Laia.

Otras de las tradiciones del centro es la distribución de los alumnos por colores. "Cuando llegas al cole, te asignan uno, blanco, azul o verde, y ese es tu color cuando se hacen actividades de toda la escuela, como las carreras de banderas", explican las niñas. En cada clase hay alumnos de los tres equipos. Jana, Laia, Neus y Olatz son del blanco, dicen con orgullo. Esta fórmula sirve, entre otras cosas, para que los niños se relacionen con compañeros de otros cursos y formen equipo de distintas edades. La relación intergeneracional se refuerza también con las parejas lectoras y con los apadrinamientos entre estudiantes.