Gente corriente

Panayotis Yannelis: «Mi corazón está aquí, pero mi alma está en Grecia»

Este ateniense lleva media vida en Barcelona y es uno de los patriarcas de la comunidad griega.

«Mi corazón está aquí, pero mi alma está en Grecia»_MEDIA_1

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NÚRIA NAVARRO

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Grecia vive hoy una jornada crucial que seguirá con atención el ateniense Panayotis Yannelis (1933), respetado fundador de la comunidad griega de Barcelona. «Inventamos la democracia y ya ve lo que ha quedado», se duele.

-Mi corazón está aquí, pero mi alma está en Grecia. Y siento una profunda tristeza. Es el país más bello del mundo, pero está sumido en la incertidumbre.

-¿Qué trozo de esa belleza sigue intacto en su memoria?

-La isla de Spetsopúla, propiedad de los Stavros, donde la fábrica de seda en la que trabajaba como mecánico nos permitía ir durante las vacaciones. Allí transcurrieron mis primeros amores.

-Los primeros pasos los dio en Atenas.

-Así es. Mi padre, de Constantinopla, enfermó y murió en 1941, en plena segunda guerra mundial. Mi madre, viuda a los 39, nos dio un ejemplo de coraje. Se puso a trabajar en la fábrica de seda y nos crió a los cuatro hermanos en una época dura, porque al terminar la ocupación nazi empezó la guerra civil.

-El primer conflicto de la guerra fría.

-Fue mucho más cruel que la segunda guerra mundial. Durante dos años se generalizaron las matanzas por venganza. Nos trasladamos al barrio de Egaleo y quemaron mis antiguas calles. El invierno era crudo, la gente moría de noche y los basureros recogían los cuerpos por la mañana. Mi madre vendió lo que tenía de valor para comprar algo de comida, generalmente pasas de Corinto. Yo abandoné temporalmente los estudios.

-¿Qué ocurrió al acabar aquello?

-Al terminar el servicio militar, a los 23 años, reunimos dinero para pagar la dote de mi hermana y cada uno emprendió su camino. Yo tenía espíritu aventurero.

-Muy griego, sí señor.

-Todos los jóvenes queríamos irnos de Grecia. Mi mejor amigo, ¡mi hermano!, cogió un barco en El Pireo rumbo a Nueva York. Yo lo intenté, pero no fue posible, así que él movió hilos para que fuera a otro lugar de Europa y desde allí pudiera cruzar el Atlántico. Kores, la empresa de papel carbón, me ofreció empleo en Ámsterdam. Fui por un año y me quedé ocho y medio.

-Adiós a Nueva York.

-Probé unos meses allí, pero el proyecto de montar un taller con mi amigo no prosperó. Entonces mi jefe de Ámsterdam me propuso venir aquí, porque Kores abría una fábrica en Sant Fost de Campsentelles. En España aún estaba Franco y no era un país atractivo, pero acepté probar. Llegué en mayo de 1975, y vi un mundo bello y buena comida. Entonces éramos muy pocos los griegos en Barcelona. Recuerdo que el consulado nos invitó a beber ouzo un 25 de marzo, fiesta nacional de la independencia, y cabíamos todos en un despacho.

-Para ustedes importaba estar juntos.

-Sí. Y cuando los griegos estamos fuera nos reunimos en la iglesia, independientemente de lo que creamos. Así que fui a la capilla ortodoxa de la iglesia de la Concepció y encontré al señor Skoufetzís, perteneciente a una de las familias griegas más antiguas de Barcelona. Tras la misa, una decena fuimos a tomar un café y decidimos encontrarnos. Redactamos los estatutos de la comunidad en el despacho del señor Skoufetzís, al fondo de un almacén que llamábamos en broma «la escuela secreta».

-¿Qué hacía esa comunidad inicial?

-Celebrar fiestas entre manteles. Y pese a atravesar luego horas bajas, en 1996 la volvimos a reflotar hasta conseguir una sede en la calle de Còrsega. Tenemos una biblioteca estupenda, una maestra que ha venido de Grecia, un grupo de baile.

-Oiga, ¿nunca ha pensado en volver?

-Mi vida aquí ha sido buena, y aquí pienso morir.