EVOLUCIÓN DE LAS AVES MIGRATORIAS

Contadores de golondrinas

Fernando Porras, vecino de Rubí, con los dos nidos de golondrina común muy cerca de la cocina de su casa.

Fernando Porras, vecino de Rubí, con los dos nidos de golondrina común muy cerca de la cocina de su casa.

ANTONIO MADRIDEJOS / BARCELONA

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Las golondrinas comunes son cada vez menos en el conjunto de España, con un descenso aproximado del 30% en la última década, y además llegan de media una semana antes de lo habitual. Ambas evidencias proceden de los censos o estimaciones anuales que coordina la Sociedad Española de Ornitología (SEO-Birdlife), pero si los datos se han podido documentar es porque detrás de los especialistas hubo varios miles de aficionados dedicados a apuntar con paciencia los movimientos de tan singulares aves. De forma desinteresada, por amor a la naturaleza. «Las golondrinas, fáciles de ver y anillar, se han convertido en aves muy útiles para los estudios de ciclos biológicos o cambio climático», pone como ejemplo Blas Molina, especialista de SEO-Birdlife. Una de las claves es que tienden a utilizar el mismo nido del año anterior.

Chavier de Jaime, profesor de Biología en el instituto Valle del Jiloca, en Calamocha (Teruel), es uno de los voluntarios. Hace ocho años decidió poner en marcha con sus alumnos un proyecto con las golondrinas comunes de su comarca. Es como si fueran unas prácticas que los chavales empiezan a los 12 años, cuando llegan al instituto, explica. «Primero les enseñamos a distinguirlas de otras especies parecidas, como el vencejo y el avión común, y luego les pedimos que si observan algún nido cerca de su casa o en el camino a casa apunten en una ficha el día en que llegan y se van», prosigue. Experiencias similares se efectúan con el milano real, la grulla o la mariposa blanquita de la col. También se apuntan el día de floración del almendro o de las primeras amapolas, en Calamocha llamadas «ababoles».

SIN TRAMPAS

La mayoría de los chicos -«no todos, por supuesto», precisa el profesor- se han tomado su tarea con pasión. «Es bonito -insiste-. No solo aprenden ciencia, sino que ven que hacen algo útil con honestidad profesional, sin hacer trampas». De Jaime explica que los datos aportados durante estos años por sus 300 alumnos no permiten observar tendencias porque son muy superiores los efectos coyunturales -por ejemplo, cuando llueve poco, hay menos insectos y las golondrinas crían menos-, pero sí empiezan a ser una destacada base de datos que servirá para tener conclusiones a largo plazo. «En Calamocha tenemos la intuición de que hay menos, pero aún no podemos asegurarlo», asume.

Otro caso singular es el de Fernando Porras, un vecino de Rubí que tiene desde hace 27 años dos nidos de golondrina común el interior de su casa, en una especie de patio con salida al exterior. «Me han gustado siempre y he tenido la suerte de que vinieran a mi casa», dice satisfecho, mientras recuerda que una webcam le permite seguir sus movimientos sin molestarlas.

«Les he facilitado el tema y se sienten seguras. Me conocen y yo las conozco hasta por su forma de comportarse», relata Porras. El ornitólogo, jardinero de profesión, apunta desde la primera vez la fecha en que las golondrinas ocupan el nido -ahora son las descendientes, lógicamente-. «En mi caso apenas ha variado el día de llegada, entre el 19 y el 21 de marzo. La clave es que haya suficientes insectos para comer, y yo tengo un torrente cerca», afirma. Luego se van a finales de septiembre.

«En Calamocha seguimos teniendo bastantes porque aún hay casa viejas y graneros con ventanas abiertas», dice De Jaime. Sin embargo, eso no es así en otras zonas. Por ejemplo, en la ciudad de Barcelona, donde nunca fue muy habitual, el dominio de los edificios modernos ha sido su cruz. «En el barrio del Poblenou son ahora rarísimas -dice el ornitólogo Ricardo Ramos, que también comunica sus observaciones para la elaboración de diversos censos-. Antes aún había alguna nave industrial vacía, pero han ido desapareciendo progresivamente».