El debate de la conciliación

¿Quién le daba teta a Adam Smith?

Las teorías económicas y las políticas públicas ignoran cuando no desdeñan todos los trabajos no remunerados que sostienen nuestra vulnerabilidad y dependencias. ¿Qué pasaría si pusiéramos la vida en el centro de la organización social?

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NÚRIA MARRÓN

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Suena a chiste, a chiste envenenado, pero lo cierto es que el conflicto que supone reconciliar el mundo laboral con el familiar, o con la vida en general, suele describirse como un asunto que atañe a la mujer. O sea, que suya es la responsabilidad de resolverlo. «Sé más firme y enérgica en tu trabajo -canta un estribillo global-, reduce jornada, encuentra la pareja adecuada, organízate mejor, simplifica tu vida, vacía y ordena tu bolso, practica más yoga. ¡Y no olvides de echar un vistazo al reloj!».

Quien entra así, clavando colmillo, es la periodista y escritora sueca Katrine Marçal, que en su poderoso artefacto '¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? Una historia de las mujeres y la economía'viaja hasta uno de los 'pecados originales' de lo que hoy conocemos como conciliación. La cuestión, se remonta Marçal, es que cuando el padre del capitalismo se sentaba a la mesa para cenar, pensaba que la comida que le aguardaba era fruto del interés propio. Del interés propio del carnicero, del cervecero y del panadero, que hacían bien su trabajo no porque fueran tipos majos y responsables, sino para tener a los clientes satisfechos y así ganar dinero. Todo el dinero posible. Y ya se sabe que Smith mantenía que si todos actuábamos de forma egoísta y codiciosa llegaríamos, por arte de magia -él prefirió usar el esoterismo de «mano invisible»-, a obtener lo mejor para el conjunto de los ciudadanos.

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Lamentablemente, no fue su única chifladura. En sus disquisiciones, al economista, soltero, se le pasó por alto que para que él pudiera dedicarse a comprender el funcionamiento de la economía, su madre, la señora Margaret Douglas, se encargaba de prepararle la comida, ir a la compra, limpiar la casa y lavar la ropa. También, claro está, lo había criado cuando era un lactante dependiente y vulnerable.

UNOS SE LLEVAN EL DINERO, LAS OTRAS LOS CUIDADOS

Ya desde el momento fundacional de la modernidad, pues, todos esos trabajos que son necesarios para sostener la vida han quedado relegados al cuarto oscuro de las políticas públicas y de la mayoría de teorías económicas, que los ignoran y que, tradicionalmente, han ido a cargo de las mujeres, quienes los han desempeñado por amor, por abnegación, por incomparecencia del hombre o por salarios infrarremunerados. ¿Quieren una tercera chifladura? Freud, a quien le gustaba tener explicaciones para todo, llegó a decir que si las mujeres limpian más y mejor es para compensar, atención, «la suciedad inherente de la vagina».

¿Impactados? ¿Sí? Pues tras las risas, retomemos el hilo. La renta y el estatus, decíamos, son patrimonio del trabajo remunerado, el que socialmente cuenta y que tradicionalmente ha sido desempeñado por los hombres. El otro trabajo, que cada cual -sobre todo cada mujer, ya que que, de media, aún dedica a la casa dos horas diarias más que su pareja- se las apañe como pueda. «Se mire como se mire, el mercado se basa siempre en otro tipo de economía. Una economía que rara vez tenemos en cuenta, pero si se quiere tener una visión de conjunto, no se puede ignorar lo que la mitad de la población hace la mitad del tiempo -asegura Marçal-. Intentamos encajar las dos piezas del rompecabezas [familia y trabajo] en lugar de crear algo nuevo, una mejor forma de vida».

INDIVIDUALISMO Y VULNERABILIDAD

Marçal, como la filósofa Carolina del Olmo, autora del libro de cabecera 'Dónde está mi tribu'mantienen que los cuidados, como la maternidad, suponen un privilegiado observatorio de lo que somos como sociedad. Y el reflejo, coinciden, es bastante lamentable: la dictadura del mercado, señalan, supone un choque frontal contra la vida humana. ¿Eres madre? ¿O padre? ¿Tienes un enfermo a cargo? Pues que no se note, ¡que nada interfiera en tu productividad!. «Es urgente -subraya del Olmo- romper esa ficción neoliberal tan interiorizada» que nos hace pensar que somos seres adultos, independientes y autónomos que elegimos, en mayor o menor medida, relacionarnos con los demás. «Vivimos de espaldas a nuestra propia fragilidad y a las estructuras de cuidados que la palían –asegura–, cuando la realidad es que somos animales extremadamente vulnerables y dependientes desde el nacimiento y que necesitamos un entorno de cooperación y un montón de compromisos que sustentan la vida y que se deben visibilizar y poner en valor».

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En este contexto, la ideología neoliberal ha resuelto la crianza «o bien como algo privado o bien como un asunto externalizable susceptible de negocio, pero nunca como una etapa vulnerable que debiera contar con la corresponsabilidad del resto de la sociedad», critica la escritora Patricia Merino, que acaba de publicar 'Maternidad, Igualdad y Fraternidad', en el que vindica la inclusión de los intereses de la infancia y de las mujeres que crían en la agenda política.

Para Merino, una de las chinas en el zapato de las políticas de protección de la infancia ha sido precisamente el discurso «del feminismo oficial» que ha permeado en las instituciones, y para el que «todos los problemas y aspiraciones de emancipación de las madres se resuelven con una sola receta: su completa inserción laboral». Esta fórmula también incluye la corresponsabilidad de los padres –que ya hemos visto cómo renquea– y la externalización de los cuidados, cosa que solo pueden costearse, por cierto, las familias de clases medias y altas. Porque, ¿quién cuida de los niños de la niñera?

 Además, la realidad, tozuda, escupe que el mercado español excluye a más del 40% de las mujeres en edad laboral y que, entre las ocupadas, solo proporciona «empleo decente» a menos de la mitad. «El efecto de este discurso ha sido nefasto. Nuestro estado del bienestar nunca desarrolló esta función de protección de la infancia y la crianza: se quedó cojo y raquítico, y con unas tasas de pobreza infantil vergonzosas que deberían preocupar a los políticos, pero que aquí se toleran alegremente».

POLÍTICAS FAMILIARISTAS

¿Por dónde empezar a atacar este fiasco? Merino aboga por unas licencias remuneradas que cubran al menos el primer año de vida del bebé y unas prestaciones universales por menor a cargo que en Europa Occidental suelen rondar los 100 euros por niño. Ese importe supondría 9.400 millones, menos de una décima parte del gasto social en pensiones, y su implementación reduciría la pobreza infantil en un 18% y la general en un 7%, según Unicef. «Decidir que los mayores y desempleados necesitan el apoyo colectivo en forma de prestaciones y que la infancia no determina ya un tipo de sociedad, y es una decisión política con enormes consecuencias». En efecto, en los estudios comparativos entre países que recoge el ensayo, se observa una cristalina correlación entre políticas con una sólida inversión en la infancia y una mayor equidad social e igualdad de género. Ahí está, sino, el tutorial de los países nórdicos, con permisos por nacimiento superiores al año, servicios públicos robustos y transferencias monetarias para la crianza que facilitan la vida a madres y familias.

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EL MUNDO QUE VIENE

Merino, como Marçal y del Olmo, defienden ir a por un cambio gordo. "Gloria Steinem decía que el feminismo no pretende que las mujeres cojan un trozo más grande de pastel, sino hornear uno nuevo", recuerda la periodista sueca. Urge, es cierto, que los hombres se apeen de una vez de su altar de privilegios y que frieguen más el wáter y se ocupen de los demás, sí. Y también que los horarios se racionalicen. Pero, más allá de eso, Merino mantiene que «debemos caminar hacia la equiparación del valor de los cuidados y el empleo, y que ambos se reconozcan como contribuciones sociales y fuentes de derechos -afirma-. Tal transformación no será posible sin alterar el diseño del mercado laboral y el estatus del empleo, de manera que ambos sean complementarios, amigables y alternos, y no opuestos, incompatibles y absolutistas».

    Esto puede sonar a locura o utopía, según quien escuche, en un mundo de desbocada precarización y desigualdad. Sin embargo, teniendo en cuenta las crisis económicas, demográficas, culturales, sociales y ecológicas que nos acechan, la escritora considera que un feminismo renovado que integre y revalorice la maternidad y los cuidados puede dar muchas respuestas a los próximos retos. «El empleo y el mercado sin duda van a mutar. El capitalismo, como producto de la historia que es, dará paso a otra cosa. El sociólogo Immanuel Wallerstein le ha dado menos de un siglo de vida. La incógnita es hacia dónde nos llevarán estos cambios, y si seremos capaces de pilotarlos hacia un lugar habitable. Me gusta lo que dice el filósofo John Holloway de ‘agrietar el capitalismo’, ir descosiendo el tejido del sistema para ‘crear espacios, momentos o áreas de actividad donde se prefigura ya un mundo distinto’: la maternidad constituye uno de esos espacios, una ‘grieta’ privilegiada cuya capacidad transformadora es enorme».