Un cojín emocional

El servicio 8 La profesora Felicitat Fonollosa Pis y algunos de sus alumnos, en el aula de acogida del instituto de Roquetes.

El servicio 8 La profesora Felicitat Fonollosa Pis y algunos de sus alumnos, en el aula de acogida del instituto de Roquetes.

MARIA JESÚS IBAÑEZ / TORTOSA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hay estudiantes que llegan al bachillerato y que son incapaces de definir el término jerarquía -pese a que han leído la palabra mil veces en sus libros de texto- o que no pueden decir qué efectos tiene una borrasca. Porque no saben qué significa ni jerarquía, ni borrasca. Hay chavales en la ESO a los que átomo les suena literalmente a chino, porque no es un concepto «propio del habla coloquial, de su escueto vocabulario del día a día», señala Pep Gratacós, profesor en un aula de acogida de Banyoles (Pla de l'Estany). Para esos jóvenes seguir las clases ordinarias comporta tal esfuerzo, que muchos terminan renunciando y abandonando.

Y aunque la pobreza de vocabulario es un mal generacional, lo que diferencia al adolescente que es de aquí, el autóctono, del que ha llegado de un país extranjero es que el primero puede, si le pone interés, resolver sus dudas lingüísticas y culturales preguntando en casa. El inmigrante lo tiene bastante más difícil.

Es más: «Observamos que en muchas ocasiones, en el caso de familias foráneas, es el hijo el que enseña catalán o castellano a sus padres, el que hace la función de traductor cuando, por ejemplo, su madre ha de ir al médico», agrega Manel Reverté, director del instituto de Roquetes (Baix Ebre), con más de un 20% de alumnado extranjero.

El centro de Roquetes es uno de los aproximadamente 150 institutos de Catalunya que han puesto en marcha (la mayoría, por su cuenta) un nuevo modelo de funcionamiento para las aulas de acogida, más encaminado a la integración y a la orientación que a la mera bienvenida o enseñanza del idioma al recién llegado. «Hubo un tiempo en que por aquí pasaban más de 40 estudiantes al año, hasta el punto en que llegamos a ser dos profesoras. Desde hace un par de cursos estoy yo sola», explica la responsable del aula, Felicitat Fonollosa Pis.

Mientras un grupo de siete adolescentes de tercero de ESO -seis marroquís y un inglés- tratan de descifrar las particularidades de los turistas chinos, a través de un reportaje casualmente publicado en EL PERIÓDICO, Fonollosa aprovecha para empezar a familiarizarles con conceptos más complejos como las perífrasis verbales. «No a todos. Tengo una alumna que acaba de llegar ahora de Marruecos y a la que aún estamos alfabetizando», aclara.

Cuenta, y lo hace con orgullo, que sus estudiantes le regalan dibujos para decorar el aula, la saludan con cariño por los pasillos del instituto aunque no sean ya alumnos suyos y, llegado el caso, le confiesan entre lloros sus temores, su angustia, su desarraigo.

No lo han elegido

«Son niños. Y ellos no han elegido emigrar. Están aquí por decisión de sus familias y eso, a la mayoría, les cuesta un tiempo asumirlo», explica la docente. «Esta aula es su refugio», afirma. La misma expresión -«refugio»- utiliza Pep Gratacós para referirse a su clase. «Somos como un cojín emocional para muchos de estos chicos», subraya el profesor, que en Banyoles ha atendido a decenas de adolescentes vulnerables y desorientados. «Y a sus padres, normalmente muy preocupados por sus hijos», afirma.

Las aulas de acogida también han visto historias de éxito. «Cuesta, pero cada vez hay más chicos de origen extranjero cursando el bachillerato y entrando en la universidad», explica el director de Roquetes. «Nuestro siguiente reto serán las chicas, que ya están empezando a dar el salto», indica.