«Al cine van con el colegio»

Una madre sola con tres hijos cuenta cómo se desempeña para sacarlos adelante

TONI SUST / BARCELONA

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Carolina tiene 37 años y es de Guinea Ecuatorial. Un día del 2004 abandonó Malabo para venir a parir a España, convencida de que así aseguraría la salud del bebé en sus primeros meses, algo que no pasa en todas partes. Vino sola pero después acabó rompiendo con su marido, que seguía allí. Así que Carolina se quedó en Barcelona. Primero la acogió una amiga, después se buscó una habitación con el niño, que para entonces ya tenía dos o tres meses.

Como tantas personas, se encontró en un mundo que no conocía y que resultó distinto de lo que le habían contado. «Yo no sabía que aquí todo era tan complicado.Vine con lo justo. Me dijeron que la ropa apenas costaba, que la regalaban. Que en el hospital me regalarían ropa para el niño». Pese a este desencanto, no todo fue mal. «Encontré plaza para mi hijo en una guardería municipal y trabajo con una familia. Un día me dijeron: 'Carolina, te vamos a hacer los papeles'. Fue la mayor alegría de mi vida», explica con una gran sonrisa. Cumplieron. Durante estos años ha trabajado también como camarera de piso en un hotel, como planchadora, como cocinera, participando en la limpieza de su barrio, Torre Baró.

Caras tristes en el metro

Carolina se echó novio: «Tenía que rehacer mi vida. Encontré pareja, pero no era la idónea». Embarazada de nuevo, parió sola y le puso sus apellidos a su segundo hijo, que hoy tiene cinco años. Además de su otro hijo, de 10 años, vino a vivir con ella otra hija, mayor, que ahora tiene 15. Con tres hijos, lleva siete meses sin trabajar. Llegó a estar un par de años sin empleo. Cobra la renta mínima de inserción y recibe ayuda de otras vías. Participa en los programas de Save the Children. Y es considerablemente pesimista: «El futuro lo veo más negro que yo. Conozco gente con estudios que está sirviendo copas en una discoteca. Ves las caras en el metro: los españoles son la gente más triste del mundo con esta crisis. Si ellos están así en su país, qué puedo esperar yo», se pregunta la guineana.

Ella lo cuenta con entereza, pero las carencias que desgrana son duras: «Yo no tengo vacaciones. Mis hijos no saben qué son las vacaciones. Me gustaría llevarlos al cine o a visitar el zoo. Habrán ido con el colegio. Conmigo, nunca». Pero de repente su pesimismo se toma un respiro y ella saca las uñas. Su hija, dice, es brillante. «Yo sé que mi hija va a ir a la universidad. Aunque todavía no sé cómo».

Carolina habla en nombre de los padres y madres que afrontan en solitario y sin recursos económicos el reto de subir a sus hijos: «No pueden trabajar ocho horas seguidas». Al tiempo, considera imprescindible que «los padres y madres trabajen para ganar lo que comen. Las ayudas no pueden ser para siempre». Aunque matiza que una madre o un padre solos con más de dos hijos no deberían ver interrumpidas las ayudas que reciben cuando estos cumplen 18 años, porque eso no hace desaparecer las necesidades y porque a estas alturas casi nadie puede irse de casa y ganarse la vida a partir de esas edad.

Cocinera a media jornada

En mente, Carolina tiene un objetivo que considera viable, sostenible: «Trabajar de cocinera a media jornada». Un día logró un trabajo de ayudante de cocina, pero la cocinera estaba fuera, así que tuvo que asumir ollas y cacerolas desde el primer día. De entrada, pensó que no conseguiría hacerlo. «Pero al final me relajé y cociné». Ahora quiere repetir.