CIENCIA

Científicos catalanes preparan vuelos en globo a la estratosfera

MARÍA JESÚS IBÁÑEZ
BARCELONA

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A36 kilómetros de altura, la vista abarca casi 500 kilómetros a la redonda. Es aproximadamente en ese punto donde el color del cielo cambia del azul celeste al negro más absoluto y la Tierra empieza a mostrar su curvatura. «La visión desde 40 kilómetros de altura es prácticamente la misma que desde 100. Es necesario elevarse hasta los 400 kilómetros para percibir una imagen realmente distinta», explica José Mariano López-Urdiales, ingeniero aeronáutico y fundador de Zero2Infinity, una empresa con sede en Barcelona que prepara el lanzamiento de vuelos espaciales mediante globos aerostáticos. Los ensayos con prototipos llegaron en julio a 33 kilómetros de altura, pero la previsión es que en el 2013 se efectúen viajes comerciales con pasajeros hasta 40 kilómetros.

Hijo de un meteorólogo al que solía acompañar en sus salidas de campo, López-Urdiales dirige ahora un equipo que investiga cuáles han de ser las condiciones de las futuras misiones espaciales: cuánto debe pesar la cabina en que viajarán los turistas, qué cantidad de helio se precisa para elevarla, cuánto tiempo durará la ruta y cuál es la meteorología más propicia, entre otros factores.

El primer antecedente de vuelos con globos a la estratosfera se remonta a 1933, cuando el soviético Georgy Prokoiev consiguió llegar a 19 kilómetros de altura. El ascenso, que nunca fue reconocido oficialmente, se prolongó durante casi nueve horas y el aparato acabó aterrizando a tan solo un kilómetro del punto desde el cual se había elevado.

En 1956, fueron los norteamericanos Lee Lewis y Malcolm Ross quienes elevaron a 23 kilómetros un globo construido con un fino plástico de polietileno. Tres años después, Joseph Kittinger batió un récord, al lanzarse en paracaídas desde un aparato situado a 31.000 metros.

EL VUELO DE GAGARIN / «Los globos siguieron usándose hasta 1961 y llegaron a los 34,7 kilómetros, pero el vuelo orbital de Yuri Gagarin hizo que todas las investigaciones encaminadas a la carrera espacial derivaran hacia los cohetes, lo que dejó el uso de globos en un segundo plano», explica López-Urdiales.

Y, aunque a partir de entonces la experimentación en este ámbito avanzó lentamente, en la actualidad, «aún existen medios para subir en globo hasta tres toneladas de materiales a 40.000 metros de altura», asegura el ingeniero aeronáutico. Y con varias virtudes añadidas sobre otras modalidades de vuelo: no se generan emisiones contaminantes, no se producen ruidos y no se consumen carburantes fósiles.

Otra ventaja para quienes participen en los vuelos -en principio, las cabinas están pensadas para dos pilotos y cuatro pasajeros- es que «el movimiento durante el trayecto, tanto en el ascenso como en el descenso, es suave y silencioso, a una velocidad media de 10 metros por segundo», agrega el promotor del proyecto.

Lo más complicado, admite, es que el emplazamiento desde donde se haga el despegue reúna las condiciones de ausencia de viento, de nubes y de accidentes orográficos. «Lo ideal son las zonas elevadas o las planicies», señala López-Urdiales. El último vuelo experimental, por ejemplo, se efectuó desde una zona cercana a Igualada, en la comarca del Anoia, aunque ha habido pruebas anteriores hechas desde el Pirineo.

La complejidad técnica y la duración de los viajes (estimados en entre cuatro y cinco horas, de las que dos se pasarían en la máxima altura) han llevado a la compañía a aplicar unas tarifas no aptas para todos los bolsillos. Pese a que aún está pendiente de confirmación, todo apunta a que el viaje saldrá a la venta a 110.000 euros por pasajero.