Y la gente no hacía nada

Una mujer me insultó en el metro como a las tres chicas de la denuncia y ningún pasajero intervino

Las tres jóvenes catalanas de origen marroquí que denunciaron la agresión en el metro, el pasado martes.

Las tres jóvenes catalanas de origen marroquí que denunciaron la agresión en el metro, el pasado martes.

Sonia García

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A raíz de la agresión en el metro denunciada por tres jóvenes de origen marroquí, Sonia García, periodista mexicana, describe varias experiencias similares vividas por ella en Barcelona.

Es curioso que viviendo en un mundo sin fronteras y con acceso a tanta información y comunicación sigamos padeciendo ataques xenófobos. Me asusta porque pertenezco al grupo de los ciudadanos errantes. Por un lado, casi todos los países del viejo continente tienen necesidad de mano de obra barata y, por el otro, nos convertimos en una amenaza para la población, tenga o no trabajo, sea o no interdependiente de los extranjeros y utilice a los foráneos para mantener su estatus socioeconómico.

Muchas personas son proclives a pensar que los inmigrantes han llegado a su país a quitarles el empleo, que la inmigración ha saturado los servicios de la seguridad social o que los extranjeros son delincuentes. Peor aún: a partir de los ataques terroristas de los últimos años, algunos tienden a creer que todos los musulmanes son fundamentalistas y por tanto yihadistas. Es la fórmula recurrente de buscar un enemigo externo para justificar nuestras propias carencias.

En estos prejuicios se conjugan la ignorancia, la manipulación interesada y el miedo a lo diferente, al otro. Está claro que no todos los peruanos, rumanos, bosnios o marroquís, 'moros', como se les llama también, son rateros, pillos o pícaros. Está claro que no todos los mexicanos somos flojos o corruptos. Está claro que no todos los que tenemos ojos rasgados somos asiáticos. Está claro que no todos los latinoamericanos vinimos a Barcelona solo a limpiar casas o a cuidar a personas mayores. Sin embargo, no todos lo tienen tan claro.

CAMINO DEL 'TORTELL'

Comparto una serie de experiencias que me han ocurrido desde que vine a vivir a Barcelona, hace ya 12 años. Un joven con la cabeza rapada, que estaba bebiendo en un bar atendido por chinos, por cierto, me pidió un cigarro y le respondí que no fumaba. Era el 5 de enero, a las 19.00 horas. Aún era de día e iba hacia el metro para ir a comer el 'tortell de reis'. A lo lejos escuché gritos: "¡Asiáticos de mierda, iros a vuestro país!" No hice caso. Pero de pronto sentí una mano que me detenía y me sacudía al mismo tiempo: "¿No oyes? ¡Te estoy hablando! ¡Que te marches a tu país!" Sorprendida, solo atiné a decir: "Yo no soy asiática, soy mexicana". El hombre se me quedó mirando y prácticamente escupió: "No importa, también tienes que irte porque vamos a matar a todos los extranjeros". "¿Sabes lo que son las fuerzas SS?", insistió. Yo, atontada, respondí: "No. ¿Y tú?". Él me respondió más enfadado: "¡Somos nazis! ¿Entiendes? ¡Os vamos a matar a todos!". Me miraba directamente a los ojos mientras lo decía. Yo contemplaba en ellos el espanto. Apenas si le pude contestar: "Perdóname, pero yo qué te he hecho, solo estoy trabajando, tengo derecho a estar aquí". El chico seguía insistiendo, como si quisiera que comprendiera muy bien sus amenazas. Mientras, la gente pasaba sin detenerse. Mi miedo aumentaba. Estábamos de pie en la calle. Sentía que en cualquier momento me iba a dar un golpe. Afortunadamente, la pasividad y el pasmo dieron resultados. El tiempo fue oro para mí. Uno de sus compañeros de juerga lo llamó diciéndole: ·"Déjala, ya tiene bastante". Es verdad que no pasó de una agresión verbal y que mi miedo se tradujo en impotencia y humillación, pero por primera vez en esta vida barcelonesa me sentí vulnerable, huérfana, sin patria, sola, sin protección.

Otra lamentable experiencia la viví en el barrio de Gràcia. Una lata de cerveza rodó hasta mis pies, casi golpeándome. Me detuve pensando que se le había caído a alguien por descuido. De repente se me acercó una mujer alta y fornida y masculló: "Gracias, filipina". El tono me hizo percibir que había lanzando la lata a propósito. Le aclaré prudentemente, aunque en el mismo tono: "De nada, pero no soy filipina, soy mexicana, ¿sabes dónde queda ese país?". La respuesta la hizo enmudecer y se quedó quieta, y aproveché para salir corriendo de la plaza del Diamant para reunirme con mis amigos, que me esperaban a lo lejos sin saber qué pasaba.

En otra ocasión, una mujer, como en la agresión denunciada por las tres jóvenes marroquís, me insultó casi con las mismas palabras que a ellas, también en el metro. Me bajé en la siguiente estación porque, efectivamente, ninguno de los pasajeros intervino. Era una mujer grande y parecía borracha.

Al compartir estas vivencias, trato de esbozar una idea: estoy segura de que con la violencia no se puede hacer frente a la xenofobia. Todos, tanto los que llegamos como los que nos acogen o los que se van, tenemos que dejar, ceder o perder algo. Sé que hay actitudes dolorosas, que lastiman, que humillan, pero no es con la respuesta agresiva como vamos a lograr evitarlas. Solo el respeto, el conocimiento y la apertura mental nos permitirán dejar atrás los prejuicios. La comprensión y no la violencia nos ayudarán a construir los puentes de paz que necesita esta Europa multicultural.

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