Gente corriente

Carme Sapiña: «Morirás tú, morirán tus hijos y esta muleta seguirá existiendo»

La hija del río. Pasó su juventud a bordo de 'La salvadora', una mítica barca de pesca del Ebro.

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GEMMA TRAMULLAS

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«A veces cierro los ojos y recorro la orilla del Ebro bajando desde el azud [una pequeña presa a la altura de Xerta] hasta el delta, reconociendo cada tramo; luego subo por la otra orilla y sé exactamente lo que hay en cada centímetro de río. Cierro los ojos y me acuerdo de todo». El Museu de les Terres de l'Ebre en Amposta conserva una de las muletas fluviales más antiguas de Catalunya, La salvadora. A bordo de esta embarcación típica del Ebro se crió Carme Sapiña, que a sus 85 años conserva un carácter fuerte, impetuoso y fresco como la corriente del río antes de que los embalses lo amansaran.

La salvadora tiene más de cien años!

-Mi abuelo, José Sapiña, encargó esta muleta a un calafate de Tortosa en 1912. El hombre la construyó con madera de olivo, que es muy resistente, y cuando la hubo terminado le dijo a mi abuelo: «Morirás tú, morirán tus  hijos y esta muleta seguirá existiendo».

-¡Cuánta razón tenía!

-Yo digo que La salvadora existirá siempre.

-Es el símbolo de un tiempo desaparecido. Su hermano Pepe estaba considerado el último pescador profesional del Ebro.

-Sí, a él le enseñó el oficio mi padre y mi padre lo aprendió de mi abuelo y mi abuelo de su abuelo. Pepe murió hace seis meses, pobre... Éramos tres hermanos y desde pequeños íbamos en la muleta porque mis abuelos vivían en una isla del río, la isla de Sapiña.

-¿Una isla del Ebro lleva su apellido?

-Es una isla chiquitita que ahora es parque natural. Mis abuelos vivieron allí desde 1927. Mi hermana mayor se quedó con ellos y mi hermano y yo nos fuimos a vivir con mis padres a Migjorn, una de las tres antiguas desembocaduras del río.

-¿Usted también salía de pesca?

-Sí, pero los que sabían de verdad eran mi padre y mi hermano. Pescábamos en la laguna de L'Aufocada, en el río -desde el azud de Xerta hasta  el delta- y en la mar -desde Sant Carles de la Ràpita a L'Ampolla-, con palangre y arrastre. Cuando íbamos muy lejos pasábamos la noche en la muleta. Dormíamos como troncos.

SEnDLa salvadora les acunaba.

-Estábamos agotados... Era un oficio muy esclavo.  En invierno el agua estaba helada y la ropa empapada se nos pegaba al cuerpo. Y cuando el viento no hinchaba la vela,  teníamos que remar durante horas.

-Aun así tiene muy buen recuerdo.

-Adoraba remontar el río desde Migjorn a Amposta llevando el timón. La salvadora tenía la proa fiiiina y una forma muy bien hecha; movías un poco el remo y navegaba que se las pelaba. Por las fiestas de Amposta se hacían carreras y siempre ganaba ella. El calafate rompió el molde cuando la hizo.

-¿Alguna vez pasó miedo en el agua?

-El agua es mi ambiente y nunca le he tenido miedo; respeto sí, pero miedo no. Una vez nos sorprendió un temporal y La salvadora crujía como si tuviera que partirse en dos. «¡Tú, al timón!», gritó mi padre mientras él y mi tío remaban. Pero yo no tenía miedo; el miedo se lo hace uno mismo.

-Por cierto, ¿por qué se llama La salvadora?

-Nada más meterla en el río mi abuelo  vio a dos personas que se ahogaban y las subió a la muleta. Como la barca aún no tenía nombre le puso La salvadora.

-Y tenía siete vidas, como los gatos.

-«A esta muleta le das un empujón y se va sola río abajo hacia la isla», decía mi padre. En la guerra se perdieron muchas muletas. Unas se desamarraron y otras se hundieron; la de mi padre desapareció. Pero al terminar la batalla del Ebro mi abuelo encontró La salvadora amarrada al sauce de la isla donde él la dejaba siempre. Los soldados la habían utilizado y tenía ocho orificios de bala, pero todos por encima de la línea de flotación. Siempre nos hemos preguntado quién debió dejarla allí.